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NIKKO

Recuerdo que este día nos levantamos con un poco de pena debido a que teníamos que dejar definitivamente la ciudad de Tokio. Aunque los días habían pasado muy rápido porque es lo que pasa cuando te vas de vacaciones, también tenía la sensación de que los días habían sido como meses… Creo que esa sensación fue causada por todas las cosas nuevas que aprendimos, todos los lugares impresionantes que habíamos visitado y porque Tokio es una ciudad que no te deja indiferente. Pero había llegado el momento de continuar con el viaje, de empezar una nueva etapa y Nikko sería nuestro siguiente destino.

Después de un buen desayuno, cogimos nuestras maletas y con calma y nervios nos fuimos a la estación de tren. A diferencia de los días anteriores, esta vez no pudimos ir paseando hasta la estación de Shinjuku debido a que llevábamos todo el equipaje encima y era mucho peso para un trayecto de 20 minutos ¡ya lo hicimos el primer día y llegamos sudando al hotel! Me dio algo de pena porque ya me había acostumbrado a ver cada mañana como el barrio se ponía en marcha y me hubiera gustado despedirme de esa manera de Shinjuku pero no podía ser…

Cuando llegamos a la estación de Shinjuku, Isaac y yo repasamos el itinerario que teníamos que hacer hasta Nikko: un viaje de 1 hora aproximadamente hasta el pueblo Utsonomiya y de allí, bajar para cogerr otro tren que nos llevaría al pueblo de Nikko. No os voy a engañar, estábamos algo nerviosos porque aunque ya habíamos cogido el metro los días anteriores, el viaje de hoy era un pasito más avanzado en el mundo de los trenes japoneses.

Mientras estábamos en el andén esperando a que llegara nuestro tren, pudimos ver otros trenes de alta velocidad llegar a la estación, que por cierto lo hacían con puntualidad británica o simplemente pasar de largo a una velocidad tan impresionante que sentías una ráfaga de viento que literalmente  te empuejaba hacia atrás. Los trenes que paraban en la estación a parte ser exactos en la hora también lo eran estacionando en el andén y es que cada tren, tenía que parar exactamente en un lugar señalizado para que la gente que hacía cola en su vagón correspondiente (los asientos iban numerados) se subieran en el vagón correcto. Yo no me lo podía creer porque no había visto algo así antes, pero sí, el tren paraba justo en lugar marcado, ni un milímetro más ni un milímetro menos.

Y sin darnos cuenta llegó nuestro tren Shinkansen, un tren similar al AVE español que alcanza los 320km/h. Nosotros no habíamos subido ni en el AVE ( por nuestra comunidad no llega ese tipo de trenes…) y la sensación de estar en un tren tán ràpido fue muy buena. Además, todo el mudno estaba en silencio y armonía, una sensación que me ayudaba a disfrutar más si cabe del paisaje. Pero esa calma se vio alterada cuando nos tocaba hacer el trasbordo porque con el equipaje no era muy fácil de moverse y apenas teníamos 10 minutos para localizar el siguiente tren.

Sin embargo, nuestro nerviosismo se vio frenado de golpe cuando pisamos el andén de la estación ya que los japoneses lo tenían todo controlado, ¿Cómo podía dudar de su eficacia y eficiencia? Como Nikko es un pueblo Patrimonio de la Humanidad, están acostumbrados a que los turistas vayamos en masa a visitarlo, por lo que en el espacio te tiempo que hay para cambiar de un tren Shinkansen a un tren normal, había voluntarios (ancianitos que te recibían con una amplia sonrisa) con chalecos reflectantes, que con un tímido inglés te indicaban por dónde tenías que ir, calmándote para que no fueras con una prisa excesiva porque ibas bien de tiempo. ¡Cuánto agradecí este gesto por parte de los voluntarios!

Cuando nos subimos al segundo tren el cambio fue brutal ya que este era un tren Old Style y muy retro y lo peor para mí, es que estaba claro que era un tren para turistas porque no vimos ningún japonés en el trayecto. Estas cosas no me gustan mucho porque cuando veo que hay muchos turistas siento que estoy haciendo lo que hace todo el mundo y nosotros, a pesar de visitar sitios turísticos, nos gusta buscar su esencia. Para colmo, la calma del Shinkansen se vio sustituida por el ruido y las voces de otros turistas, en este momento me dí cuenta de que entiendo mucha gente que no quiere que vayan turistas a sus ciudades porque realmente se romente la armonía del momento.

A pesar de todo eso, intenté aislarme de ese ambiente y me concentré en el paisaje que pasaba por mis ojos, un paisaje mucho más auténtico lleno de montañas suavemente redondeadas, llenas de vegetación y en la base lleno de campos de arroz, sin duda ¡¡Era precioso!!! Tanto me aislé que justo aquí tuve un momento muy mío, esos momentos que tengo cuando viajo, cuando realmente soy consicente de que una vez más lo hemos conseguido y me doy cuenta de hemos cumplido otro sueño más juntos. Esos momentos en dónde todo se para y te sientes muy vivo y respiras por fin aliviado porque realmente has conseguido lo que más deseaba después de tanto esfuerzo. Sin duda un momento muy especial.

Y cuando desperté de mis pensamientos, llegamos a Nikko un pueblo chiquitito con una estación también pequeñita. Lo primero que hicimos fue ir al hotel a hacer el check-in pero esta vez, a diferencia de Shinjuku, habíamos reservado la habitación en el hotel que estaba justo delante de la estación.

Tengo que deciros que a la hora de reservar un alojamiento en Nikko lo habíamos tenido algo difícil porque la gente no suele pasar la noche allí y no había muchos alojamientos para elegir. Por este motivo, nos habíamos decantado por Nikko Station Hotel, uno de los hoteles más caros del viaje pero con buena relación calidad-precio ya que era un hotel muy bueno y además, a parte de estar enfrente de la estación, es decir a 50 pasos del andén ¡queríamos darnos un caprichito!

En el hotel hicimos el check-in y dejamos las maletas en el hotel ¡Al fin nos habíamos liberado de un gran peso! (vaya historia tuvimos con las maletas en este viaje…) Y antes de empezar nuestra ruta turística paramos en una especie de panadería que había al lado del hotel (digo especie porque no era muy similar a las panaderías que nosotros conocemos) y nos compramos unos sándwiches, alguna pasta y algo de bebida para el almuerzo. Para aprovechar nuestro día en Nikko, habíamos planeado que estaríamos todo el día visitando templos de Nikko y como habíamos visto que estaban en una especie de bosque, quisimos ser precavidos no fuera a ser que allí no hubiera nada para comer… (que fue lo que pasó ya que no había ningún puesto de comida en aquella zona)

Y con comida, agua y muchas ganas empezamos el paseo hacia la zona de los templos. El camino no tenía pérdida, solamente tenías que seguir a todos los turistas que iban en una misma dirección ¿A dónde iban a ir si no toda aquella gente? Nosotros a mitad de camino, nos desviamos un poco en busca de unos baños públicos. Lo recuerdo especialmente porque estos baños eran muy curiosos. Se trataba de un local de madera,con puertas de bambú y súper limpios. Además, estos baños estaban rodeados de una zona ajardinada en la que había una fuente hecha de piedra de la que emanaba un agua tan cristalina que llamó mucho nuestra atención. Este lugar debía ser también el lugar de descanso de la gente mayor porque fuera había un par de ancianitos que hablaban tranquilamente. Uno de ellos, al vernos, le hizo gracia y quería hablar con nosotros pero al no saber nada de inglés no pudimos entendernos verbalmente, pero sí con los gestos de amabilididad y las sonrisas que nos transmitía. ¿Sabes esas situaciones en las que no necesitas palabras para ver el transfondo bueno y bondadoso de la gente? Pues esta fue una de ellas.

Continuando el camino, finalmente llegamos a la zona más turística de Nikko, una zona muy  importante de culto budista en el siglo pasado por sus impresionantes templos.

Lo primero que nos encontramos antes de entrar en la zona de los templos fue un puente de madera de color rojo que cruzaba el río Daiya de Nikko. Originalmente este puente, llamado Shinkyo, fue construido para poder llevar al shōgun (es como un emperador) Tokugawa a su mausoleo. Hay registros que cuentan que este puente ya existía en el 1636, pero no se conoce su fecha exacta. Debido a su antigüedad, si quieres cruzar por él tienes que pagar, algo que nosotros no hicimos porque que en paralelo hay un puente de hormigón que hace el mismo servicio. Pero sí nos hicimos muchas fotos con él de fondo porque era muy bonito y estaba muy bien conservado.

Y mientras estábamos haciendo fotos, en ese momento,veo un Nissan GTR blanco (el coche favorito de Isaac). Fue muy curioso porque Isaac casi ni se entera ¡y eso que siempre está alerta a este tipo de cosas! Lo que más me llamó la atención fue su conductor, porque contrariamente a lo que se espera en un coche como este (potente y deportivo), lo conducía un hombre de aproximadamente 60-70 años pero a la vez caí rápidamente que es esa gente la que mueve el dinero…

Cuando entamos a la zona montañosa del parque nacional, tuvimos que subir un montón de escaleras de piedra empinadas que atravesaban el bosque. Estaba claro que íbamos a tener que subir la montaña literalmente pero como el paisaje (una combinación de  piedra junto con a secuoyas japonesas) era precioso y lo llevabas mejor. Isaac decía que era como si estuviéramos dentro de un paisaje de Songoku y es que le recordaba a las escaleras por las que entrenaba este personaje para conseguir ser ese super guerrero. Fue en este momento cuando Isaac tuvo su momento místico, recordando la infancia con su hermano, mientras juntos disfrutaban de las aventuras de este guerrero.

Una vez ya en la parte media de la montaña, lo primero que fuimos a visitar fue el templo Tosho-gu, un templo que fue construido en 1634-1636 para ser el mausoleo del Shogun que gobernó Japón durante más de 250 años hasta 1868. Inicialmente este mausoleo era relativamente simple, se fue ampliando hasta convertirse en el espectacular complejo que conocemos hoy. Un complejo que consta de varios edificios sagrados decorados con tallas de madera y grandes cantidades de pan de oro.

Nada más entrar en el patio del santuario, nos encuentramos con una pagoda de cinco pisos impresionante. Este templo me dejó sin palabras por todos los elementos que lo contenían: madera, rocas, pan de oro, estatuas de piedra en pleno bosque, un torii,  ofrendas… Todo era impresionante, y la única pega del lugar era la cantidad de gente que estábamos allí porque por el resto era mágico. Para llegar a ver todo el complejo tuvimos que subir y subir más escaleras ya que en la cima de la montaña se encontraba la zona más sagrada del templo, para los budistas, la zona más elevada indica el estado más espiritual que existe.

Cuando llegamos de nuevo a la parte baja del templo, nos descalzamos para visitar una sala de oración. En todos los templos budistas, siempre solía haber una sala de oración que era dónde se encotnraba la figura de buda y en dónde específicamente no se podían hacer fotos, algo que nos llamó mucho la atención pero que respetamos sin rechistar.

Al salir de allí, volvimos al bosque y fuimos caminando por un sendero que a ambos lados tenía como unas farolas por llamarlo de alguna manera, pero que eran de piedra y con forma de farolillos. En su interior había espacio para poder colocar una vela que si imaginabas el lugar a oscuras, solamente iluminado con la luz de las velas y rodeado de secuoyas gigantes japonesas hacían del lugar un sendero mágico y de cuento. Nosotros aprovechamos ese lugar para sentarnos a comer rodeados de ese fantástico bosque porque  realmente eran un sitio muy relajante.Sin embargo, Isaac no pensaba lo mismo y se pasó toda la comida en guardia porque pensaba que comiendo el sandwich al aire libro podíamos atraer a las abejas asiáticas … cada loco con su tema… jajaja

Cuando terminamos de comer, fuimos a visitar el santuario Futarasan, situado en una de las tres montañas de Nikko. Este templo es importante porque se dice que fue fundado por el monje Shodo Shonin, persona que se cree que introdujo el budismo en Nikko. Y nuestra sorpresa al llegar fue que cuando llegamos lo vimos mucho más vacío de turistas por lo que esa calma nos permitió disfrutar más del lugar. Recuerdo que Isaac y yo, aprovechando la serenidad del lugar, nos sentamos en las escaleras principales que daban al santuario, para charlar y ver cómo la gente entraba y salía del templo. Realmente estábamos disfrutando mucho del momento, relajándonos, disfrutando del lugar y del paisaje tan opuesto a la ciudad de Tokio. Sin duda, ese sitio, sin quererlo, te obligaba a reflexionar, a pararte un momento para disfrutar del silencio y sentir toda esa energía positiva que se sentía… Todavía hoy tengo un recuerdo muy especial de este momento…

A media tarde y después de haber recorrido toda la zona más sagrada de Nikko, dedicimos regresar al centro del pueblo pero en vez de deshacer el camino hecho, decidimos perdernos y dejanos llevar… Después de un ratito caminando, fuimos a parar a una pequeña zona en dónde había un concierto al aire libre. Viendo que había algo de ambiente, nos sentamos para escuchar un par de canciones. Sin embargo, en ese momento, en vez de que el concierto fuera la atracción del pueblo, lo fuimos nosotros. Todo el mundo empezó a mirarnos (éramos los únicos turistas que había allí) e incluso nos pedían para hacernos fotos con ellos. Nosotros accedimos sorprendidos ya que era la segunda vez en el viaje que nos pasaba y precisamente Nikko era un lugar turístico por lo que debían de estar acostumbrados a los occidantales pero debía ser que no lo estaban tanto… De todos modos, empezamos a ver a gente algo bebida y un ambiente algo pasado de la ralla y nos dimos cuenta de que ese no era nuestro lugar por lo que decidimos ir yendo al hotel.

De regreso fuimos paseando por al lado del río, un río que fue otra de las cosas que también nos llamó la atención. ¡Nunca habíamos visto un río con un agua tan cristalina y transparente en nuestra vida! Tal era la sensación que era como si el río te enviara un mensaje subliminal para que ¡te bañaras! Además, las piedras del río eran cantos rodados de colo blanco-grisáceo y hacían del río un lugar muy muy bonito. Se notaba que era un río por el que pasaban las aguas del deshielo de las montañas porque se veía muy puro.

Cuando llegamos a la zona dónde estaba nuestro hotel y la zona más comercial, que serían las 17:00 todas las tiendas estaban cerrando y apenas había gente por la calle. Ya estábamos advertidos de que esto podía suceder pero no imaginábamos que pudiera suceder en un pueblo tan turístico como Nikko… Así que sin mucho más que hacer (la gente suele regresar a Tokio en vez de quedarse a dormir en Nikko) volvimos al hotel.

Como tampoco había supermercados abiertos para comprar algo para cenar, esa noche teníamos que salir a cenar fuera, así que nos duchamos, nos vestimos y de nuevo salimos a la calle en busca de algún lugar para cenar. Nos encontramos que apenas había tres locales abiertos: un indio y dos japoneses. Sin embargo, a nosotros no nos apetecía ninguna de esas tres opciones así que regresamos al hotel. Nuestro hotel tenía dos opciones: una era un restaurante un poco caro, creo que 40 € por persona o así y otra era un bar un poco más económica. Obviamente nos dedicimos por la opción del bar pero incluso aquí tuvimos otra anécdota para reírnos un rato.

Cuando hicimos el pedido de la cena, Isaac se pidió pizza y yo como tenía más hambre me pedí carne con una salsa que no recuerdo cuál era y arroz… La sorpresa fue que cuando traen la pizza de Isaac, a mí me ponen una sopaque no sabíamos lo que era de color blanco y espesita en vez de la carne. Mi cara de sorpresa fue mucho, y obviamente nos pusimos a reír sin parar. ¿No nos habían entendido? Inmediatamente llamamos al camarero para preguntarle si se habían equivocado y no, no se habían equivocado. Al parecer esa sopa es como cuando en España te ponen el pan ya incluído con el plato, algo así… Siempre nos pasaban cosas a la hora de las comidas…

Entre risas por el final del día nos fuimos a dormir, con ganas de empezar otro nuevo día y otras nuevas aventuras.

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