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MONTE FUJI

Y por fin había llegado el día más esperado del viaje, hoy sería el día que nos encontraríamos cara a cara con el famoso Monte Fuji. No podía negar lo emocionada que estaba y es que íbamos a ver el icono de todo un país, su pico más alto con 3776 metros y no nos olvidemos, un volcán (aunque con poco riesgo de erupción). Aunque nadie piensa en este pequeño detalle cuando lo vemos en muchas de las imágenes que nos invaden día a día. Se tiene constancia de que la última erupción está registrada en el año 1707. Y como si todo esto no fuera suficiente Fu – ji, significa riqueza y samurái. ¡sin duda sería un día muy especial para mí!

Recuerdo que bajamos a desayunar los primeros, ya que teníamos que salir pitando hacia el dichoso punto de encuentro. Además de eso, a pesar de que en la ciudad la temperatura era agradable, ese día nos abrigamos más de lo normal ya que habíamos leído que en la montaña normalmente hay 10 o 15 grados menos que en Tokio ciudad.

Ese día, a pesar de que el punto de encuentro estaba a 30 minutos de nuestro hotel, con las ansias de llegar a la hora hicimos el trayecto en 20 minuto. Todas las calles que recorríamos estaban vacías y era como si fuera una ciudad desértica.

Al llegar a la oficina del tour-operador que se encargaba de las excursiones, entregamos el justificante de pago y nos pusieron una pegatina amarilla para identificarnos. El llevar la pegatina fue una sensación algo extraña porque me sentía señalada, claramente estaba diciéndole al mundo que era «guiri» pero bueno, como todos estábamos igual…

Nos hicieron esperar hasta las 7:50 para que todo el mundo llegara al hall del hotel. A esa hora nuestra guía, una mujer japonesa muy simpática, nos indicó que la siguiéramos a las afueras del hotel para subir al autobús.

Eran las 8:00 de la mañana y la guía nos dijo por el micrófono que no iba a esperar a nadie más, que en Japón la puntualidad era un valor muy importante y que la gente que no hubiera llegado a tiempo a la oficina del tour-operador, lamentándolo mucho, se perderían la excursión al monte Fuji. Isaac y yo flipamos, porque esto en España no es habitual, lo normal es que se quede a una hora y haya una media hora de margen, un tiempo de espera para estas cosas, para imprevistos… Sin emabrgo, estaba claro que en este país las cosas eran diferentes, el respeto era muy importante y la verdad que a mí me encantó este detalle. ¡ojalá fuéramos un poco como ellos en este aspecto! Porque… ¿quién no está cansado de esperar?

El camino al Monte Fuji fue muy entretenido. A pesar de que la mitad del autobús estaba durmiendo, la guía era una entregada en su trabajo. Se le veía super ilusionada de explicarnos, a los pocos que estábamos despiertos, cosas curiosas de su país, del cuál se veía estaba muy orgullosa. Algunas de esas cosas curiosas que nos contó fue que la sociedad japonesa era muy machista y que últimamente las mujeres se estaban haciendo respetar, que las cosas iban poco a poco, pero que iban cambiando. Alguna muestra de ese machismo es que las mujeres cuando tienen sobre 25 años tienen que casarse y tener hijos. Una vez sucede esto, tienen que dejar su trabajo para cuidar a los hijos hasta que tengan 6 años aproximadamente. Una vez los hijos tienen esta edad, pueden volver a trabajar pero a media jornada. Este tipo de situación hacía que las mujeres siempre se sintieran dependientes de los hombres, contando que el salario de los hombres era 50% superior al de las mujeres.

Desde el punto de vista de los hombres la vida era más fácil (aunque también difícil). De ellos depende el sustento de la familia y literalmente viven para trabajar. De aquí salen los hoteles cápsula, lugares para dormir cuando llevas muchas horas en la oficina y ya no te da tiempo de regresar a tu casa para descansar. Obligatoriamente, un hombre de negocios japonés tiene que saber sí o sí jugar al golf. Es en el campo dónde se cierran la mayoría de los negocios y si pones en tu CV que sabes jugar a este deporte tienes muchos puntos ganados.

Otro lugar donde se cierran los negocios en el país es en los bares. El alcohol hace que se liberen de todas las presiones que tienen encima y a parte de cerrar negocios aquí, una vez al mes, todos los compañeros de trabajo quedan para beber (hombres y mujeres). Este encuentro les ayuda a relacionarse entre ellos ya que durante la jornada laboral no se permiten relacionarse en exceso, simplemente acuden al trabajo para hacerlo a la perfección.

Hablando del trabajo… aunque tienen derecho a vacaciones, ellos mismos las rechazan. Por este motivo el estado los obliga a coger 3 días festivos al año (en los que algunos añaden dos días más y hacen una semana de vacaciones en total al año) y lo llaman la Golden Week. En esa semana, la mayoría de ellos se dedican a hacer turismo en su propio país y es que muy pocos japoneses pueden salir de Japón a conocer mundo como nosotros.

Y por si tuvieran que hacer alguna vez huelga, no la harían como nosotros hacemos, dejando de trabajar… al contrario, harían huelga a la japonesa, trabajarían el doble o el triple para colapsar los stocks y tener excendente, creando un mayor gasto a la empresa.

Los niños, por su parte, también tienen otro estilo de vida completamente diferente a los niños españoles. Ellos tienen clase de 8 a 16 de lunes a viernes y de 16 a 19 actividades deportivas todos los días. Los fines de semana también tienen que ir al colegio, pero en este caso, van a hacer deporte o campeonatos, por lo que la vida familiar es muy escasa. Cada uno tiene su rutina y sus quehaceres y para ellos todos los días son casi iguales. De muy pequeños ya les inculcan que tienen que trabajar duramente para conseguir sus objetivos en la vida. ¿A que es impresionante lo diferentes que somos?

Al salir de la ciudad de Tokio nos encontramos con bastante atasco y es que los conductores de Japón se llaman Sunday Drivers ya que normalmente entre semana viajan en metro o en tren y solo cogen los coches el fin de semana. Por este motivo se dice que son muy malos conductores y suele haber muchos accidentes.

El paisaje antes de llegar a la zona montañosa del monte Fuji fue un poco de todo, desde fábricas a pequeños pueblos entre montañas, rodeados de río y vegetación abundante. Nuestra primera parada de la excursión sería La Quinta Estación del Monte Fuji situada a 2300 metros sobre el nivel del mar. Aunque este es el lugar de inicio para las personas que quieren escalar el volcán, nosotros fuimos porque tiene una vista muy bonita, concretamente a los cinco lagos.

Al llegar a la Quinta Estación, todo estaba petado de gente. Antes de bajar del autobús la guía nos echó un discurso de advertencia: teníamos que llegar a la hora exacta que ella nos decía porque sinó el autobús se iría sin nosotros. Esto supondría que nos tendríamos que buscar la vida para bajar toda la montaña, ya fuera en otro autobús o taxi, porque tendríamos que regresar solos a Tokio. Sin embargo, a medida que íbamos subiendo todo se iba nublando…

Cuando llegamos al aparcamiento de la Quinta Estación nuestra guía me hizo mucha gracia porque nos mandó repetir varias veces la matrícula del autobús y la plaza de aparcamiento para que no nos perdiéramos y llegáramos a la hora acordada a nuestro autobús. La pobre mujer nos cuidaba como si fuéramos sus niños.

Como estaba nublado y no podíamos ver al tímido Fuji, nos dedicamos a pasear por las tiendas de souvenirs que allí había. La guía antes de salir del autobús nos había dado un ticket para que fuéramos a una de ellas a recoger el cascabel sagrado. Nos hacía mucha ilusión tener este souvenir con nosotros ya que era algo muy especial. Por este motivo Isaac y yo nos lo colgamos en nuestras mochilas para que siempre nos acompañara.

De regreso al autobús iba algo decepcionada.El único día que íbamos a poder ver este volcán y ni un solo minuto de los 30 que allí estuvimos pudimos hacerle una foto despejado. ¡Eso sí era mala suerte! Menos mal que cuando bajábamos a las faldas de la montaña, el conductor y la guía que iban muy atentos, se dieron cuenta que durante unos minutitos se iba a despejar y pararon el autobús para que pudiéramos hacernos una foto. La foto que tenemos con el monte Fuji para nada es la de Instagram o redes sociales, más bien solamente Isaac y yo sabemos que esa foto pertenece al Monte Fuji… pero nosotros sabemos que estuvimos alli.

Una hora de trayecto tardamos en llegar a nuestro siguiente punto del day tour: Oshino Hakkai, un pueblo considerado Patrimonio de la Humanidad porque es un conjunto turístico muy importante. Tiene 8 estanques que son alimentados por la nieve que se derrite de las laderas del Monte Fuji y que se filtra bajo la montaña a través de las capas porosas de lava de más de 80 años. Esto da como resultado, un manantial de agua muy clara y muy venerada por la gente de la zona.

La verdad es que al llegar nos encantó, era un pequeño pueblo de campesinos, en medio de la zona boscosa, rodeada de río, con las típicas casas de madera y sus pequeños huertos. Sólo la zona central del pueblo, donde se encuentran cinco estanques de los 8 principales de los que consta el pueblo, estaba abarrotada de gente.

En la zona principal hay una fuente que emana agua directamente del Monte Fuji y puedes beber de ella. La verdad es que era el agua más cristalina que jamás había visto. Había un cartel en la fuente que te animaba a que probaras de sumergir la mano durante 30 segundo, algo muy sencillito pero que cuando lo hacías te dabas cuenta de lo fría y helada que estaba el agua. Los 30 segundos se hicieron eternos y era tal el frío que poco a poco dejabas de sentir la mano, la sensación era tan intensa que bañarse en las Islas Cíes no es nada comparado a esto.

Nosotros fuimos a darnos un paseo por el extraradio y como la gente se quedaba más en la zona centro, muy fácilmente te quedabas solo en medio de los huertos y senderos que estaban al lado del río. Recuerdo que estar allí solos un rato nos transmitió mucha paz.

De vuelta al autobús y de camino, volvimos a ver a más gente mayor (ancianos) que se encargaban de los puestos de verduras, dulces artesanos… nosotros decidimos comprar una especie de pincho que tenía unas bolitas blancas que estaban haciendo a la brasa (por recomendación de la guía). Cuando nos lo sirvieron le pusieron un poco de salsa de soja por encima y al probarlo nos quedamos un poco decepcionados, porque ¡para nada sabía a dulce! Era como comer algo que no sabe a nada o algo así, lo único que al menos no te hacía doler la barriga y te quitaba el hambre.

En nuestro day trip la comida estaba incluída, pero en vez de comer en un restaurante o local, lo íbamos a hacer como lo hacen ellos, comeríamos sentados en el autobús de camino a nuestro siguiente destino. Todo estaba calculado, al subir al autobús la guía ya nos dió nuestra «lunch box». Cuando hicimos la reserva de este tour te preguntaban si querías una lunch box normal o vegetal (nosotros habíamos elegido vegetal no fuera que nos pusieran pescado o algo y ya me amargaran la comida…) y la guía sabía exactamente lo que habíamos elegido cada uno.

La “lunch box” era una caja que estaba dividida en compartimientos pequeñitos, cada uno tenía un alimento, es decir, en cada compartimento pues tenía: arroz, setas, verduras de la zona,… y todo cocinado, pero estaba frío. Eso fue lo que menos me gustó, pero bueno, se podía comer y te sentaba bien.

Cuando terminamos de comer, la guía nos enseñó cómo teníamos que doblar la caja con los restos de comida para poder gestionar la cantidad de deshechos que íbamos a originar. Entonces ella vino con una bolsa para el papel, con otra bolsa para el plástico, … Todo tenía que ir perfectamente separado, listo para su reciclaje y optimizando hasta el máximo espacio de esos residuos. ¡Hasta para eso eran meticulosos!

De camino a nuestra siguiente parada, pasamos justo al lado del Monte de los Suicidas. Esta zona no estaba en el day tour, sin embargo, debido a una fiesta popular en un pueblo que esaba de paso, el conductor se tuvo que desviar. Nosotros ya conocíamos algunas de las creencias de este lugar, sobre todo porque había visto un programa de Cuarto Milenio que hablaba del tema.

El Bosque de los suicidas (como se conoce popularmente) se llama Aokigahara. Es un bosque de 35 kilómetros cuadrados ubicado en el noroeste del monte Fuji. Este bosque, tiene una asociación histórica con demonios de la mitología japonesa y el bosque, según los japoneses, está considerado como maldito. Aquí el turismo está limitado a zonas vigiladas y aunque no está prohibido adentrarse en el bosque por cuenta propia, como es conocido por ser un lugar popular para suicidarse, se colocan señales anti-suicidio en varios idiomas para disuadir a esas personas que quieren suicidarse. Este lugar es en el que más gente se ha suicidado de todo Japón y el segundo en el mundo después del puente Golden Gate, en San Francisco. El gobierno local declaró que desde 1950, se han hallado alrededor de 500 cadáveres. La causa principal de la muerte de esos cadáveres encontrados es el suicidio y muchos de los cadáveres tenían alrededor de 30 años de edad. La cantidad de personas que han ido allí a suicidarse ha ido en aumento desde 1988.

El mito popular sobre el Aokigahara proviene de los yacimientos de hierro magnético encontrados, algo que provoca que las brújulas y GPS dejen de funcionar haciendo que los viajeros se pierdan. Y esto, podemos confirmarlo, cuando estábamos pasando al lado de este lugar, os puedo decir que se notaba la presencia de una mayor vegetación. El bosque era tupido, apenas entraba la luz del sol, las raíces de los árboles crecían retorcidas, los troncos de igual manera… Era un bosque que no transmitía calma y serenidad como la mayoría de los que conocemos, allí hay algo raro, damos fe de ello. Pero a pesar de todo, y aunque suene un poco tenebroso, nos gustó mucho verlo y por poder confirmar con nuestros propios ojos que realmente es un lugar extraño.

Sin apenas darnos cuenta llegamos a las Shiraito Falls, nuestro siguiente lugar a visitar. Estas cascadas están clasificadas como las más hermosas de Japón, midien 150 m de altura y esta cascada está alimentada por agua que proviene del monte Fuji. Además, estas aguas fluyen al borde de un acantilado de 20 metros, en corrientes blancas y finas que se asemejan a hilos de seda, de ahí su nombre.

El autobús nos dejó en un aparacamiento y de allí teníamos que descender por un sendero de 100 escalones hasta la base de las cascadas. He de decir que cuando las vimos pudimos confirmar que el agua que caía era tan fina que sí que parecían hilos de seda. Además las rocas tenían un color grisáceo-blanquecino, pulidas y redondeadas, que nos llamó mucho la atención. Si hubiera en Galicia una cascada como esta, las rocas estarían cubiertas de musgo por la humedad de la zona. En la base y atraídos por este paisaje nos hicimos unas cuantas fotos e incluso los hilos de seda, movidos por el viente nos mojaron la cara, si cierro los ojos soy capaz de revivir ese momento como si fuera hoy.

De regreso, nos paramos a curiosear por las tiendas de souvenirs que allí habían. Lo más llamativo que vimos en una de esas tiendas fue que tenían un tarro con una abeja japonesa en su interior (muerta obviamente). Lo tenían allí para los turistas, para que pudiéramos confirmar su tamaño real. Tenían una hembra concretamente, que tiene un tamaño tres veces superior al macho y he de deciros que era tan grande como mi dedo índice. A Isaac y a mí nos daba pánico imaginar qué podría suceder si una abeja como esa nos picara… Pero bueno, en vez de comprar miel que producían esas abejas, nosotros optamos por comprar una bolsa de té que nos habían dado a probar. Este tipo de té nada se parece al que tomamos nosotros, literalmente es como si te bebieras hierba recién cortada. No lo compramos por su agraciado sabor, está claro, si no por las propiedades antioxidantes que tiene el té verde y consideramos que aquel era un lugar muy chulo para comprarlo.

Como también teníamos algo de hambre (las porciones de la lunch box eran chiquititas), nos compramos unas galletas para merendar que tenían la forma del monte Fuji. En Japón todas las galletas y este tipo de cosas, están súper adornadas y elaboradas. Todas tienen un dibujo o algo, por ejemplo: de Doraemon, de un templo, un dibujo animado… y estas sí que estaban muy ricas.

De vuelta en el autobús nos dirigimos a nuestra última parada que sería en otro pueblo cercano en dónde visitaríamos el Fujisan Sengen Shrine. Este templo, originalmente fue construido hace más de 1000 años como lugar de rezo para la protección de las erupciones volcánicas y actualmente se ha convertido en el santuario más importante de la región por ser el punto de partida para las personas que quieren escalar el Monte Fuji, algo así como el km 0. (que por cierto, no os he contado, antiguamente, las mujeres tenían el ascenso prohíbido al Monte Fuji por ser consideradas impuras ¿Qué os parece?)

Al llegar, nos impresionó bastante que el Torii gigante que tiene en su entrada. Este era el primer santuario que veíamos fuera de una ciudad y se notaba otra espiritualidad.

Cuando entramos dentro del templo, casualmente nos encontramos con una boda Japonesa. Era una ceremonia súper íntima, con apenas 6 invitados, en las que una especie de monje tocaba el tambor e imagino que recitaba algunas palabras sagradas. Era todo muy solemne, personal, espiritual… Nada que ver con las ceremonias que nosotros hacemos en España con tropecientos invitados, con música, con alegría… viendo esto y en perspectiva, ¿Se podía decir que nuestra boda es similar a las japonesas? ¿Íntima y personal?

La guía que nos acompañó en todo momento, nos enseñó cómo teníamos que rezarles a sus dioses. Estaba claro que las religiones budistas y sintoístas aceptaban a todo el mundo, porque no me imagino a un cristiano enseñándole cómo rezar a un japonés un padre nuestro. El ritual que nos enseñó, era como el que habíamos visto el día anterior en Asakusa, teníamos que aplaudir dos veces, hacer una reverencia al centro, poner las manos en modo de rezo, pedir el deseo y volver a aplaudir. Acto seguido deberíamos de hacer una ofrenda a los dioses, es decir, tirar una moneda, para que ellos nos cumplieran nuestro deseo. Esto de la moneda me pareció que sobraba, porque mucho budismo, mucho sintoísmo, pero siempre con el dinero por delante si quieres que algo se cumpla…

Otra de las cosas que nos contó nuestra guía es que en cada templo había unas tablillas de madera en dónde la gente escribía sus deseos más fuertes (la tablilla previo pago claro). En cada templo, estas tablillas estaban adornadas de forma diferente, en este templo, al situarse a los pies del Monte Fuji, estaba dibujada con la montaña icono del país. Tú dejabas la tablilla con tu deseo colgada en una zona habilitada para ello y los monjes una vez a la semana las quemaban para que los dioses pudieran cumplir esos deseos. Nosotros decidimos comprar un par de estas tablillas y pedir los deseos por duplicado: una de ellas la dejaríamos en el templo y la otra nos la llevaríamos para casa como recuerdo. Fue algo muy especial y simbólico que hicimos y siempre que miro esa tablilla me acuerdo de ese momento.

Como en la mayoría de templos, justo al lado había una zona ajardinada super bien cuidada que me encantó. Tengo que decir que yo tengo una larga historia con los jardines japoneses. Durante todos los viajes que hemos realizado Isaac y yo, siempre he querido visitar un jardín japonés. Por ejemplo, en Frankfurt quise visitar uno pero justo cuando llegamos a la entrada se encontraba cerrado. En Australia había otro, pero era súper caro, así que tampoco pudimos visitarlo. En San Francisco había otro pero, como justo cuando lo vimos estábamos haciendo una ruta turística en autobús tampoco pudimos bajar para verlo. Pues así siempre, por un motivo o por otro, nunca fui capaz de entrar a visitar ninguno. Ante la impotencia de no poder visitar el jardín japonés, recuerdo que en San Diego (el último lugar del viaje de Estados Unidos) le dije a Isaac “La próxima vez que quiera ver un jardín japonés tendré que ir a Japón”. Y sin que fuera premeditado, parece que mis deseos se cumplieron. Siempre pienso que hay que tener cuidado con lo que uno desea porque los deseos se cumplen…

De vuelta al autobús y ya de camino a Tokio, pudimos ver plantaciones de té verde, ya que esta zona se dedicaba en su mayoría a esto. Las plantas de té se veía que crecían ordenadamente y que estaban cortadas de forma milimetrada. Realmente te quedabas impresionado con la dedicación con la que cuidaban de estas plantaciones.

Cuando llegamos a Shinjuku y antes de irnos para el hotel, pasamos por la estación de tren para canjear el Japan Rail Pass. Al día siguiente íbamos a empezar a utilizarlo y necesitábamos hacer este trámite para utilizarlo.

Fue un trámite muy sencillo ya que los encargados estaban muy acostumbradas a relacionarse con los extranjeros (este tipo de billete sólo es válido para la gente extranjera que visita su país). Nos llamó un montón la atención que cumplían a la perfección la norma ISO de calidad y trazabilidad. Ahora os explico cómo llegamos a esta conclusión: había dos funcionarias y cada una de ellas se hizo cargo de nuestros pasaportes. Cubrieron los datos correspondientes y una vez terminaron cada una con su formulario, se intercambiaron los formularios escritos entre ellas con el fin de corregir los errores que podía haber hecho su compañera o confirmando que todo estuviera perfecto. Una vez finalizado y validado este proceso nos dieron nuestro billete sellado listo para ser utilizado. Literalmente alucinamos.

Saliendo de la estación y como era fin de semana, la estación estaba más concurrida que ningún día, literalmente, estaba petada de gente. Isaac aprovechó para hacer un vídeo con la cámara cube de toda la gente que había, con la intención de enseñarles a nuestros padres todo aquel gentío y que se hicieran una idea de lo que era estar en medio de toda esa multitud. Que como he dicho en otros capítulos, aunque hubiera mucha gente, no te sentías agobiado porque respetan tu espacio.

Ya de vuelta al hotel me iba mentalizando de que estaba siendo nuestro último día en la ciudad de Tokio. Al día siguiente nos íbamos a ir a Nikko y sentía pena. Al llegar hicimos las maletas o mejor dicho, ordenamos lo poco que habíamos desordenado de las maletas. Nosotros, como no solemos pasar más de dos o tres días en un mismo hotel, apenas quitamos la ropa que necesitamos de la maleta, además, de cerrarlas al completo (con candado y todo) cada mañana cuando nos vamos de excursión. Es una costumbre que tenemos y que muchas veces nos ha librado de algún apuro, pero eso os lo contaremos en otro libro. El único inconveniente es que nos pasamos el día abriendo y cerrando maletas.

Cansados de todo el día, nos fuimos a descansar con ganas de saborear más el Japón tradicional como os he dicho, nos estaba gustando mucho el país, a pesar de que no hubiéramos podido ver el Monte Fuji despejado, quién sabe, ¿quizá es porque dentro de unos años vamos a volver? El destino nos lo dirá…

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