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NAGANO – KYOTO

Nos levantamos en Nagano con la sensación de empezar una nueva aventura. Cada día que nos teníamos que trasladar de un lugar a otro era como empezar de nuevo en Japón, no sabías lo que te iba a deparar ese día y ese nuevo lugar.

Hicimos nuestro último desayuno y recogimos nuestras cosas dispuestos a coger el tren que nos llevaría a Kyoto. Durante el viaje tendríamos que hacer un trasbordo y cambiar de tren, pero como ya teníamos cierta experiencia en los trenes japoneses, ya habíamos perdido ese miedo del que todo el mundo habla. El trayecto duraría como unas 3 horas, por lo que íbamos a tener tiempo para descansar, pensar, meditar y asimilar todos los recuerdos que habíamos generado los días anteriores… (si quieres saber las ciudades que habíamos visitado te recomiendo que le eches un vistazo a los capítulos anteriores)

A mí el viaje por Japón me estaba sentando genial, la calma que sentía allí me estaba dando mucha inspiración, así que cuando subí al tren e Isaac se puso a dormir, yo me dediqué a escribir y esto fue lo que pensaba en aquel momento:

 “Tenemos tres horas de tren por delante,  y estoy escuchando “Boom” de Major Lazer & Moti.  Por la ventana observo las montañas, los campos de arroz, las casas tradicionales… Hace sol… Realmente me siento genial, podría vivir así el resto de mi vida, saltando de un punto a otro cada día. Me siento relajada y feliz, en un ambiente que no es el mío, en un lugar que no conozco y rodeada de gente que no me entiende. Pero así es mi felicidad. Isaac duerme en el asiento de al lado, tranquilo y relajado. Parece que él también ha encontrado su paz interior.

Se hace duro esperar dos años para poder llegar a vivir estos momentos, pero sin duda vale la pena y esto me hace sentir viva, feliz y afortunada a la vez.

Japón es tal y como me imaginaba que sería. Aún me acuerdo cuando en casa le decía a Isaac que yo solo quería ir a Japón y un tiempo más tarde aquí estoy. Aunque en teoría íbamos a ir a Tailandia, el destino se puso de nuestra parte e hizo que retomáramos nuestra idea inicial, nuestra idea conjunta… Y aquí estamos, en el tren, recorriendo Japón a nuestra manera.

Llevamos una semana y me parece un mes. Todo es tan diferente y tan bonito… Como todo es tan distinto siento que un día equivale a un mes, de todo lo que estoy aprendiendo.

Sin embargo, nuestros padres hacen la cuenta atrás de los días que nos quedan para regresar, ya que están deseando volvernos a ver y que pisemos suelo español. Yo por el contrario deseo que ese momento llegue lo más lento posible.

Me cuesta decir una sola cosa que me haya gustado de todo lo que he visto hasta ahora porque todo me ha encantado. Sus paisajes, sus templos, sus ciudades, cómo es la gente… ¡qué decir de ellos! Una gente maravillosa de enorme pureza, honradez y sin maldad, agradecidos, ordenados, respetuosos… Fantásticas personas de las cuales sólo tendríamos que aprender. Me entristece la idea de que sean tan trabajadores, aplicados y disciplinados, evitando un poco la improvisación, la alegría y el dejarse llevar, que a veces te da la vida. Quizás ellos deberían aprender sólo esto de nosotros para no perder esa esencia tan pura que tienen y que yo admiro.

Mientras esté aquí solo quiero intentar ser como ellos, respetuosa, amable con el resto… y dejarme llevar porque esta sociedad me encanta.

 Creo que en una vida pasada tuve que ser algo japonesa o al menos he tenido que estar aquí durante un tiempo pasado, eso estoy segura, porque me siento como en casa”.

Cuando terminé de escribir nos intercambiamos los papeles, yo me puse a descansar un ratito e Isaac también se animó a escribir algo para el recuerdo…

“Vamos en el tren, dirección al lugar dónde tenemos que hacer el transbordo para llegar a Kyoto. Miro por la ventana y veo un cielo azul celeste que me hace alegrarme.

Estoy sentado, al lado de Belén, de las maletas y me siento muy a gusto y relajado, de hecho, he cerrado los ojos un rato, aunque no tengo sueño.

Está resultando ser un viaje precioso. No me esperaba una sociedad tan amable y respetuosa; más que nosotros sí, pero no hasta este punto ¡cuánto tenemos que aprender de ellos! Definitivamente nosotros no vamos bien, la juventud es bastante desastre y debería viajar y aprender más de las sociedades que nos rodean, sobre todo de ésta.

Me está gustando todo muchísimo a excepción de la comida, que les ganamos de calle.

Los templos y los jardines son una pasada, los árboles de aquí me encantan y todo está ordenado y limpio. En cuanto a las tiendas también les ganamos, no me gustan demasiado, en general las que más me gustan son las que hemos visto por las zonas tradicionales como Asakusa, las del templo Zenkoji …

Por lo demás muy bien, estoy contento por la elección de los hoteles, además el tiempo está siendo muy bueno. Ahora ya estoy pensando en Kyoto porque presiento que será un sitio espectacular y mágico”

Entre pensamiento y pensamiento, momentos de relajación… Llegamos sin darnos cuenta a Kyoto.

Como el trayecto había sido algo largo habíamos llegado a la hora de comer, por lo que decidimos comer en la estación antes de ir al hotel, que al igual que en las ciudades anteriores en las que habíamos estado, el hotel también estaba cerca de la estación.

La verdad que la estación nos impresionó bastante, aunque esto ya estaba siendo habitual. Cada estación de tren que visitábamos nos sorprendía, porque nosotros no estamos acostumbrados a este tipo de estaciones que lo tienen todo a mano. Sin embargo, la estación de Kyoto era muy moderna, la más moderna que habíamos visto y esto fue algo que nos chocó mucho porque sabíamos de antemano que Kyoto era una ciudad muy tradicional. Pero Japón es una caja de sorpresas.

Como había bastantes locales de comida en la parte inferior de la estación, dimos una vuelta para ver si encontrábamos alguno que nos gustara, pero no nos convencía ninguno y ya me veía yo que íbamos a terminar comiendo en el McDonald’s. Teníamos ganas de comer comida occidental y las opciones eran muy japonesas, pero finalmente encontramos un lugar que nos gustó a los dos. Era un restaurante que ofrecía “pasta italiana” con un estilo japonés, que no estaba mal porque era un término medio entre lo bueno de Japón y de Italia.

Tengo que decir que entrar allí fue todo un acierto. Mientras esperábamos a ser atendidos, vimos que ellos mismos hacían la pasta fresca, algo que nos gustó mucho. Los dos nos decantamos por unos spaghettis carbonara, que por cierto estaban buenísimos, tanto que aún es hoy y me acuerdo de aquel sabor… La ración era muy abundante y para el precio que tenían estaba súper bien.

Cuando se nos pasó algo el hambre y miramos a nuestro alrededor nos dimos cuenta de que el restaurante estaba lleno de occidentales. Tuve la sensación de que a todos les pasaba como a nosotros, que necesitaban comer algo más familiar, más occidental… El sushi está muy bueno, pero no para todos los días…

Cuando terminamos de comer, salimos de la estación con nuestras pedazo maletas y nos dirigimos al hotel. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que hubiera necesitado más horas de Street View para orientarme porque no me situaba… Me frustraba bastante porque nunca había tenido mala orientación hasta este viaje. Menos mal que Isaac se entendía bien con las indicaciones que habíamos hecho y gracias a él llegamos fácilmente al hotel (nosotros no viajamos con conexión a internet y lo hacemos todo con indicaciones que apuntamos o de memoria. Aunque os parezca extraño ¡no nos perdemos!).

El hotel que habíamos elegido en Kyoto era uno de los más caros del viaje, y de nuevo nos habíamos decantado por él debido a la cercanía a la estación, un factor que nos estábamos dando cuenta de que era muy importante si llevabas mucho equipaje y no querías cargar mucho con él. Otro de los motivos por lo que nos gustó el hotel fue porque el desayuno buffet era muy completo, otro factor importante para nosotros.

Después de hacer el check-in nos fuimos a la habitación, que sinceramente nos gustó mucho. Era pequeña, al igual que en los anteriores hoteles, pero era muy acogedora. Además, lo que más gracia nos hizo fue que, además de toallas y demás amenities, nos habían dejado un pijama tipo kimono de color verde y muy agradable al tacto. ¡Nos reiríamos mucho esa noche cuando nos lo pusiéramos los dos!

Apenas estuvimos un ratito en la habitación, no queríamos perder más tiempo porque estábamos ansiosos de ver Kyoto.

Esa tarde habíamos planeado visitar el templo Sanjusangen-do que estaba cerca del hotel. De camino al templo tuvimos que atravesar barrios de casas tradicionales diría, pero que eran muy diferentes a las que habíamos visto en las otras ciudades. Eran todas de madera, de una sola planta y parecían muy muy antiguas, se podría decir que tenía un aire a las casas que vimos en el Jigokudani Monkey Park (si quieres saber cómo era, haz click en el capítulo anterior) pero diferentes, no sé como explicarlo…

El templo Sanjusangen-do lo había encontrado Isaac por casualidad mientras buscábamos lo que teníamos que visitar en Kyoto. Le había gustado mucho por las estatuas de la diosa Kannon, la diosa de la Misericordia.

El templo fue fundado en 1164 y reconstruido un siglo más tarde, después de que la estructura original hubiera sido destruida en un incendio. Su edificio principal se considera el edificio de madera más largo de Japón, ya que tiene nada más y nada menos que 120 metros de largo. El nombre de Sanjusangen-do deriva del número de intervalos entre las columnas de apoyo que tiene el edificio, un método tradicional de medición en Japón.

En el centro de la sala principal del templo se encuentra una estatua grande de madera, la diosa Kannon y que está flanqueada por 10 filas y 50 columnas de estatuas, es decir, que consta de 500 estatuas de tamaño humano con 1000 brazos. Estas estatuas están hechas de madera de ciprés japonés y son la imagen más conocida del templo.

A su vez, al pie de las estatuas, se pueden ver otras 28 estatuas de deidades guardianas de las cuales las más importantes son las de Raijin y Fujin que se encuentra respectivamente al comienzo y al final del edificio como símbolo de protección a la diosa Kannon.

La estatua de Kannon tiene 11 cabezas para presenciar mejor el sufrimiento de los seres humanos y con mil brazos para ayudar a combatir mejor dicho sufrimiento.

La verdad es que cuando llegamos allí y vimos el templo por la parte exterior, el edificio nos pareció muy humilde y apenas nos llamó la atención, pero la belleza se encontraba en el interior…

Como todos los templos de Japón que habíamos visitado, estaba llena de estudiantes y apenas éramos de los pocos turistas que había. Para poder tener acceso al templo tuvimos que descalzarnos, como ya tuvimos que hacer en el castillo de Matsumoto (si quieres leer ese capítulo clicka aquí).

En este templo en concreto, estaba prohibida la grabación y hacer fotografías de la sala principal, en la que se encontraban las estatuas, pero os dejo una foto de internet para que podáis ver cómo era… Sin duda impresionante.

Lo que más nos llamó la atención fueron las estatuas de tamaño real de madera. Se podía ver claramente las horas de trabajo que habían tenido que invertir para hacer aquella sala tan impresionante. Isaac y yo paseamos lentamente por la sala, disfrutando de cada detalle de las estatuas… y es que algunas de ellas tenían las expresiones tan marcadas que parecían reales. Pudimos identificar claramente expresiones como: la de dolor, sufrimiento, miedo, agresividad… en la cara de las estatuas y es que el trabajo realizado ¡era hasta ese nivel detalle!

Al ser todo de madera, a Isaac le llamaba mucho la atención el ruido chirriante del suelo de la sala. El ruido era constante y como había tanta gente el ruido no cesaba… Al final de nuestra estancia en Kyoto descubriríamos su significado… (tienes que esperar al siguiente capítulo para saberlo, no te lo pierdas el 21/11/18)

A la salida de la sala principal había una pequeña tienda de souvenirs sagrados. Isaac y yo decidimos comprar unos amuletos que eran una especie de saquito con unas letras. Afortunadamente había unos letreros traducidos al inglés por lo que pudimos identificar lo que significaban. Después de darle vueltas decidimos comprar uno para la suerte y otra para la salud, unos factores determinantes en nuestra vida, y que ojalá no nos falte ninguno de los dos. Todavía es hoy que los tengo guardados pensando en donde los puedo poner… o quizá dejarlos dónde están que ya están haciendo su función… no lo sé…

Al salir del templo, decidimos recorrer la zona exterior que estaba rodeada de zonas ajardinadas, pequeños estanques y también pequeños santuarios. Era una zona muy agradable para pasear y estar tranquilos.

Después de un rato allí nos fuimos caminando a la estación de metro más cercana para dirigirnos al siguiente templo. El metro en Kyoto, al contrario que en el resto de ciudades, era pequeño, antiguo, encastrado en medio de edificios antiguos y por lo que pudimos ver, algunas de las estaciones eran de madera ¡Lo nunca visto! Los trenes parecían también viejos. No se parecía en nada al metro que habíamos utilizado hasta el momento.

Cuando llegamos a la parada del templo, la estación y las inmediaciones estaban llenas de turistas. Era obvio que el templo que íbamos a visitar, Fushimi Inari Shrine era el templo más famoso y fotografiado de Kyoto.

Pero nosotros, antes de adentrarnos en la zona del templo, decidimos merendar y qué mejor que unos helados para sofocar el calor que aquel día hacía. Concretamente nos compramos unos helados de vainilla recubierto de chocolate, lo que sería el negritón japonés. Nos llamó poderosamente la atención lo enorme que eran, ¡¡no tenía nada que ver con nuestros helados!!! Algo sorprendente porque ellos no suelen comer mucho azúcar pero quizá les encantaban los helados…

Nos tomamos el helado sentados en la entrada del templo, viendo pasar a los otros turistas, algo que hacemos con frecuencia cuando viajamos y que nos relaja… Jajajaja, la verdad nos fijábamos en cosas curiosas de la gente, el pelo, la ropa, en fin… divirtiéndonos a nuestra manera. Cuando terminamos el helado, nos dirigimos directamente al templo.

Fushimi Inari-Taisha es un templo sintoísta importante del sur de Kyoto. Es famoso por sus miles de puertas Torii de color rojizo, que configuran una red de senderos situados detrás de sus principales edificios. Los senderos conducen a la selva boscosa del monte sagrado de Inari, que se sitúa a 233 metros de altura y pertenece a los terrenos del santuario.

Fushimi Inari es el más importante de varios de miles de santuarios dedicados a Inari, que es la diosa sintoísta de las cosechas, especialmente del arroz y en consecuencia ha sido asociada con la riqueza. Se cree que los zorros son los mensajeros de Inari, por lo que alrededor de los terrenos del santuario se ven muchas estatuas de los zorros.

En la parte trasera del santuario se encuentra la puerta de Torii que lleva hacia la ruta de senderismo, muy popular ente los turistas. Allí se inicia el camino con dos filas paralelas de densas puertas llamadas Senbon Torii. La ruta de senderismo te lleva hasta la cima de la montaña, que aproximadamente es una ruta de 2 a 3 horas. En el camino te encuentras con santuarios más pequeños y con puertas pequeñas en miniatura que fueron donados por los visitantes con presupuestos más ajustados.

Las puertas de Torii que se encuentran a lo largo de todo el recorrido son donaciones de particulares y de empresas. En cada Torii se pone el nombre del donante y la fecha de la donación. El coste de cada donación oscila entre 400000 y 1000000 de yenes por cada puerta, lo que viene siendo 4000 – 10000 euros, y el precio de cada uno va acorde al tamaño.

A nosotros el templo nos pareció precioso e impresionante y aunque había un montón de gente, disfrutamos un montón. Creo que para mí fue uno de los favoritos… Lo que más nos llamó la atención fue el tono rojizo que había por todas partes, un color que predominaba pero que encajaba muy bien con el verde de los árboles.

En la zona centro del templo había un cascabel gigante donde la gente pedía sus deseos. Primero rezaban o pedían lo que necesitaban, después tiraban una moneda al aire y finalmente agitaban fuertemente el cascabel, haciendo que el templo se invadiera por un ruido ensordecedor por unos segundos. Sin dudarlo, nosotros nos animamos a hacer lo mismo. Sin pensar mucho en el deseo que queríamos pedir, tiramos juntos la moneda y nos pusimos a mover sin parar aquel cascabel ¡Era super divertido!

Ahora que lo pienso, en este viaje no hicimos otra cosa que rezar y pedir deseos, ¡como si el viaje hubiera sido una penitencia!  Pero bueno, ojalá todos los  deseos que pedimos en aquel viaje se cumplan algún día.

Cuando llegamos al inicio de la ruta de senderismo y vimos los Toriis gigantes fue algo espectacular, porque nunca habíamos visto algo similar. Lo malo del lugar era que estaba todo lleno de turistas como nosotros, que se habían quedado impactados por el lugar y apenas se movían, por lo que tampoco podíamos hacernos una foto ni nada… Si a esto le sumamos la cantidad de estudiantes japoneses que estaban por todas partes ya era demasiado… Así que después de haber hecho cola para tener la típica foto de recuerdo, nos pusimos en marcha hacia la ruta de senderismo que llegaba hasta la cima de la montaña.

La ruta, aunque no muy larga, se hacía pesada porque estabas todo el rato subiendo escaleras sin parar, así que entre foto y foto aprovechábamos para descansar y de paso apreciar todos los detalles del camino.

De camino nos encontramos con algunas mujeres occidentales disfrazadas de geishas, que es lo típico en Kyoto. Me fijé con detalle en ellas porque los trajes eran preciosos y los tejidos parecían suaves y delicados. ¡No me quiero imaginar la calidad de los trajes originales! No me extraña que lo consideren obras de arte, porque lo son…

En un momento del camino, las escaleras se hicieron constantes, y más empinadas… y sin apenas lugar para el descanso. No sabíamos por qué, pero nos estaba costando un montón, aunque bueno, quizá eran los 32º que había, la humedad, el cansancio… La verdad que no imaginábamos que sería tan duro y tan largo por lo que después de valorar la situación decidimos llegar solamente hasta la mitad de la montaña en dónde había un mirador  en el que se veía toda la ciudad.

Cuando llegamos al mirador fue en el mejor momento, el sol se estaba poniendo, el cielo estaba rosado y se podía ver la ciudad al completo con una luz muy cálida y tenue. Una imagen que no se nos olvidará nunca porque fue muy relajante. Nos quedamos allí unos minutos largos para poder grabar cada detalle en nuestras mentes y sentir cada brisa, cada sensación en aquel momento… Lo estábamos disfrutando…

El regreso que era deshacer el camino hecho, no sé cómo lo hicimos, porque sin darnos cuenta nos desviamos del camino original y terminamos en otro camino mucho menos transitado. Al final del sendero fuimos a parar a un barrio de la zona residencial cercana al templo, en la que entre casa y casa había una estatua de oro de Buda, como si fueran pequeños santuarios. También vimos que habían pequeños establecimientos de comida tradicional, todo ello con mucho encanto. Estuvo bien perdernos porque nos hizo descubrir un lugar curioso y con encanto.

Cuando finalmente aparecimos en la zona del templo de nuevo, decidimos comprar algún souvenir, aunque ya sabíamos que era algo tarde (serían las siete de la tarde). Decidimos entrar en una de las tiendas que todavía estaban abiertas y literalmente nos cerró la verja en la cara. Este detalle me llamó mucho la atención porque en España, por vender se espera el tiempo que haga falta. ¡¡Aquí tenían disciplina hasta para eso!! Así que nos quedamos sin recuerdo del Fushimi Inari-Taisha.

De regreso al hotel decidimos hacerlo a pie, para poder pasear y perdernos un poquito por la ciudad. En ese paseo que hicimos, atravesamos un puente que pasaba por encima de las vías del tren. Afortunadamente tuvimos la ocasión de ver varios Shinkansen salir de la estación cuando cogían velocidad. Ver esta escena en directo nos hizo subir la adrenalina ¡y estuvimos allí un buen rato!

Cuando estábamos llegando al hotel, por aquel camino, no nos gustaron mucho los edificios, ambiente y gente que vimos. Aquí sí que nos sentimos fuera de lugar y algo extraños. Era la primera vez que sentíamos eso en Japón pero como Isaac me dijo, fue como si visitas el barrio de la Mina en Barcelona…

Cuando llegamos al hotel, nos pusimos el cómodo y gracioso pijama y nos fuimos a dormir con ganas de que llegara el día siguiente para descubrir más zonas de Kyoto.

Muchas gracias por leernos y animarnos a seguir trabajando.

¡Muchos besos!


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