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Antes de que leáis este capítulo queremos advertiros de que el Diario lo escribimos en 2016, que fue cuando viajamos a Japón. En este capítulo os explicamos como fue la experiencia en el Acuario de Osaka, uno de los más importantes de Japón. Desde ese año hasta el momento actual hemos vivido experiencias que han hecho que nuestra opinión sobre zoológicos, acuarios, santuarios de animales en peligro… Cambie o más bien, nos haya hecho tener un lío mental que antes no teníamos. Entendemos que existan zoológicos y el porqué, pero a la vez hemos visto como muchas personas se enriquecen con este tipo de negocios. Entonces actualmente nuestra opinión ha variado.

Entendemos que tener los animales en estos lugares es la única manera que tiene la mayoría de la gente de poderlos, pero a la vez, hemos visto cómo la gente se gana la vida utilizándolos… Así que aún es hoy que no tenemos definido al completo nuestra opinión sobre todo esto, pero leyendo este capítulo os podemos decir que no lo sentimos de la misma manera. De todos modos esperamos que os guste igualmente y ya os avanzo que si seguís leyendo nuestros diarios, entenderéis el porqué de este cambio de opinión.

ACUARIO DE OSAKA

 ¡Y por fin había llegado uno de los días más esperados de los 21 días en Japón!

Una de las atracciones que solemos visitar en cada viaje que hacemos es un zoológico o acuario. Isaac me ha enseñado a apreciar y a valorar estas atracciones como se merece y la verdad que yo también me he vuelto una apasionada. Gracias al interés de Isaac por los animales, hemos podido visitar el mejor zoológico del mundo en San Diego y ese día iba a pasar algo parecido.

El acuario de Osaka, también conocido como Kaiyukan, es uno de los acuarios más espectaculares de Japón (el mejor está en la isla de Okinawa, que también queríamos ir pero no teníamos tantos días ni presupuesto… Sólo el avión a Okinawa desde cualquier parte de Japón valía 600€/persona y obviamente para un viaje de 21 días eso era demasiado…)

Pues bueno, cuando decidimos planear el viaje, uno de los destinos asegurados era este acuario por varios motivos: uno de ellos es el amor por los animales, pero otro muy importante era que en el acuario de Osaka hay un tiburón ballena. Es cierto que nos daba un poco de pena el ver un animal tan grande retenido y encerrado, pero estaba claro que si no lo veíamos en un sitio como este era muy poco probable que pudiéramos verlo en su hábitat (un argumento que desmontamos en tan solo 12 meses… Pero ya os contaremos esa experiencia en otro diario de viajes que tenemos preparado…)

Cuando nos levantamos y bajamos a desayunar nos pasó algo muy curioso. Lo primero que nos llamó la atención fue que entramos en el comedor, que por cierto no había nadie y nos recibió una pareja muy entrañable de unos sesenta años aproximadamente. Eran muy amables y se preocupaban mucho porque la gente se sintiera a gusto. Cuando nos sentamos en una de las mesas y antes de que pudiéramos echar un vistazo a lo que había para desayunar, nos sirvieron una bandeja con comida típica japonesa: sardinas ahumadas, algas, legumbres… Como os dijimos en el Capítulo anterior, estábamos ya algo cansados de comer comida japonesa la verdad, y aunque pusimos interés por probar algo nuevo y del país, la bandeja quedó intacta. Nos dio algo de pena el no haber aprovechado esta comida, porque ellos nos la sirvieron con mucho cariño, pero no nos gustaba nada… Tampoco podíamos explicarles que no queríamos ese tipo de comida, porque no sabían inglés, por lo que no entenderían nuestros argumentos, así que simplemente la dejamos apartada a un lado de la mesa y desayunamos comida más occidental.

Finalizado el desayuno, salimos del hotel y cogimos un tren para llegar al Acuario que estaba situado en la bahía de Osaka, una zona llena de islas frente al mar construidas artificialmente para acomodar el extenso crecimiento de la ciudad. Durante el trayecto rumbo al acuario nos dimos cuenta de que en el tren había muchas familias que iban también al mismo sitio que nosotros… Como era domingo pues aprovechaban el día en familia para ir al Acuario, a Legoland y a otros espacios de entretenimiento que había por la zona.

La verdad es que lo tenían todo muy bien montando, porque a tan solo cinco minutos a pie de la estación ya se encontraba la zona de ocio. De hecho, nos sorprendió que justo delante del acuario había una noria gigante y como no, otro centro comercial. En un principio pensamos que sería buena idea subirnos a la noria, sin embargo después se nos olvidó por completo… Eso es que no nos hacía mucha gracia…

Sinceramente estábamos muy emocionados con la idea de ir al acuario y poder ver el tiburón ballena, Isaac estaba tan emocionado que os puedo decir que no lo había visto así en todo el viaje. Además, ya se encontraba al 100% porque casi ni hablábamos de los mareos, como si hubieran sido un mal recuerdo…

Cuando entramos en el acuario nos dimos cuenta de que, aunque por fuera no parecía tan grande, realmente era enorme. El recorrido era muy sencillo de seguir y nos llamó mucho la atención que tenían 15 tanques que representaban los diferentes ecosistemas del Pacífico. Lo que más nos gustó fue ver a los leones marinos de la región de Monterrey, porque nos acordamos de que dos años atrás los habíamos visto en plena libertad. En ese momento nos dimos cuenta de lo afortunados que somos porque como os dije al principio del capítulo, nosotros sí habíamos podido verlos en su hábitat…

También vimos medusas (que sabéis que me encantan y me quedo pasmada mirando para ellas), pingüinos del ártico (que justo cuando pasamos por allí pudimos ver como los cuidadores les cambiaban las anillas y a ellos no les gustaba mucho y parecían enfadados), pez globo (que es venenoso y en Japón se lo comen confiando su vida al cocinero que prepara este manjar), pirañas (preciosas, por cierto, por los destellos dorados de sus escamas), pez roca (muy feo, pero que se camufla a la perfección que casi no eres capaz de diferenciar que está ahí), peces de la barrera de coral (como el pez payaso)… Aunque mi mamífero favorito fue y es la nutria. No sé por qué, pero desde que las vi en la bahía de Monterrey me parecen muy entrañables pero también reconozco que son escurridizas e inquietas. Me gustaba mucho mirar como se sumergían y después volvían a la superficie y también me llama mucho la atención su pelaje impermeable, que es como si tuviera una capa de aceite que repele el agua ¡me encanta!

Después de las nutrias llegamos a la zona de la Barrera de Coral y fue aquí cuando sentí otro subidón en mi cuerpo, ya que en este lugar también habíamos estado cuando fuimos a Australia y estuvimos viendo in situ la barrera de coral… Para mí estaba siendo una lección que me estaba dando la vida en ese momento y en ese lugar, para que valorara y agradeciera todo lo que había vivido hasta el momento, porque todos esos recuerdos estarán con nosotros toda la vida y no podíamos sentirnos más afortunados….

Cuando finalmente llegamos al tanque central nos dimos cuenta de que ¡era enorme! Un estanque en dónde había una pasarela que lo rodeaba bajando 5 pisos de altura. Y era aquí dónde se encontraba el tiburón ballena junto con otros peces enormes como el pez luna, pero que al lado de este gigante parecían ridículos… Os puedo decir que estuvimos como 45 minutos pegados al cristal observando la belleza de este gran tiburón ballena y no éramos los únicos que estábamos alucinados, porque todo el mundo se paralizó delante de este tanque. Solamente se escuchaba ¡Wow!… Todo el mundo estábamos igual de impresionados…

Antes de finalizar la visita al acuario nos paramos en unos estanques más pequeños en dónde podías tocar tiburones pequeños y mantas raya. Aunque era una atracción más bien para niños, nosotros nos unimos a ellos porque ¡nos sentimos unos niños de espíritu! Cuando tocamos la piel de cada uno de ellos pudimos percibir las diferencias que había al tacto, porque ¡eran abismales! La piel del tiburón era como tocar una piedra pómez mientras que la manta ralla era como gelatina… Fue una sensación diferente. Sin duda, visitar el acuario había valido la pena con creces.

Cuando salimos de allí ya era la hora de comer, así que nos fuimos al centro comercial que había al lado para comer algo. Había una gran variedad de opciones para comer: tradicional japonesa, pizza, pasta… Nosotros optamos por comernos un bocata del Subway, ya que dentro de lo que había era lo que más nos apetecía.

Para pasar el rato por la tarde, nos dimos una vuelta por las tiendas que por allí había y la verdad que eran algo extrañas: había tiendas de ropa americana, ropa india… Un popurrí de un poco de todo. Entre todas las tiendas, había una tienda de relojes y bisutería que estaba de saldo, creo que vendían todo por ocho- nueve euros, así que allí que nos fuimos a ver si encontrábamos alguna ganga. Isaac finalmente se compró dos relojes pero es que eran un poco malillos y nunca se los puso ni para el día a día….

Cuando salimos de allí, nos fuimos a la zona exterior del acuario y justamente se estaba celebrando un concurso de baile contemporáneo. Nos dio la impresión de que era una competición entre diferentes escuelas, ya que había varios grupos y además de todas las categorías. Cuando vi a aquellos aquell@s niñ@s bailando me acordé de mi época de adolescente cuando yo también iba a una academia de baile y competía. Tengo que decir que disfrutaba mucho bailando, pasaba nervios ya que competía con mi grupo a nivel nacional, pero a la vez era una sensación muy chula y no es por nada, pero lo hacía bastante bien. Uno de los grupos que pudimos ver me gustó mucho porque hicieron un baile remix entre una canción de Adele y una parte final de la canción con rumba catalana. Fue muy chulo porque estando tan lejos de casa la verdad es que nos entró algo de morriña.

Sin mucho más que hacer o visitar, decidimos irnos al hotel a descansar, porque estábamos muy agotados… No habíamos parado mucho en todo el viaje y nos estaba empezando a pasar factura.

Además, teníamos que mentalizarnos de que el día siguiente sería definitivamente nuestro último día entero en Japón.

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