NARA – OSAKA
Nos levantamos con la sensación agridulce de que el viaje llegaba poco a poco a su fin, ya que hoy sería el último traslado en tren que haríamos en nuestra ruta por Japón y nos daba mucha pena… Al igual que nos había pasado en Hiroshima, habíamos pasado de estar con calor y sol disfrutando de Nara, mientras que este día que nos íbamos de la ciudad y el día estaba gris y triste, a la vez que lloviznaba… ¿Sería el destino? ¿Sería Japón que también se sentía a gusto con nuestra presencia y se ponía triste él también al ver que nuestra aventura se terminaba? Son pensamientos de locura, pero sentía que tenía mucha conexión con esta tierra…
Al igual que el resto de días nos fuimos a desayunar y terminamos de empaquetar las maletas. Con los días Isaac había mejorado bastante de sus vértigos. Ya iba haciendo su equipaje, levantando algunas cosas… Parecía que todo volvía a la normalidad, sin embargo, mis peores pensamientos se estaban cumpliendo… A medida que se iba terminando el viaje yo sentía que la espalda me dolía y que cada día iba in crescendo… ¡Así es la vida!
De buena mañana cogimos un tren dirección a Osaka, la segunda ciudad más grande de Japón después de Tokio y durante muchos siglos fue considerada el motor comercial de la región.
Y como venía siendo costumbre, cuando nos subimos al Shinkansen, no encontramos asientos libres para los dos y para nuestro equipaje… Los únicos asientos vacíos eran los reservados para la gente mayor, embarazadas… Hartos un poco de estar siempre de pie en los trayectos en tren, tiramos un poco de morro de turista y nos sentamos igualmente, haciéndonos los despistados, sabiendo que si alguien necesitaba sentarse, obviamente, nos levantaríamos. Pasamos la primera parte del viaje muy bien, muy tranquilos y eso, pero ya pasada la mitad del trayecto se subió al tren un grupo de mujeres de apariencia de 50 años aproximadamente que nos echaron unas miradas que automáticamente interpretamos como que se querían sentar allí… Isaac aún tenía excusa para permanecer sentado pero yo me levanté sin dudarlo.
Como el grupo de mujeres era bastante grande, no todas ellas pudieron sentarse, por lo que una de ellas, al verme de pie, se animó a hablar conmigo aprovechando que sabía inglés… Bueno, digo hablar aunque realmente me hizo un interrogatorio y es que hay algo que supera todas las fronteras del mundo y es el ¡cotilleo! Pero aprovechando la situación yo tampoco me quedé atrás y saqué toda mi vena maruja para sacarle también información jajaja.
Ella me contó que eran un grupo de amigas que se iban a la ciudad de Osaka a participar en una exhibición de baile, pero de ¡baile hawaiano! jajaja, sí, como lo leéis ¡de baile hawaiano! ¡Imaginaros mi asombro! Aprovechando el momento, encaminé la conversación de tal manera que no pude evitar preguntarle la edad que tenía. Todo lo que me contaba me daba a entender que era jubilada, pero su aspecto no lo parecía… Así que sin rodeos le dije “¿ Pero… qué edad tiene?” a lo que me respondió tímidamente “72 años”. Mi cara en ese momento debió de ser un poema porque, no exagero si os digo que aparentaba 50 años, con alguna arruga, pero poco más. Estoy segura y doy fe de ello de que allí saben muy bien cómo cuidarse la piel y el cuerpo. Inmediatamente le dije que parecía muy muy joven, que en Europa la gente con su apariencia tiene sobre 50 años y que me tenía que dar el secreto ¡ya! Pero me comentó que era la genética, la alimentación, la escasa exposición al sol, las cremas… Vamos un conjunto de medidas que te ayudan a tener un aspecto más joven por dentro y por fuera.
La mujer en un momento de la conversación tampoco pudo resistirse a preguntarme si Isaac era mi novio, a lo que le respondí: ¡Es mi marido! jajajaja, era la primera vez que lo decía en alto y aún encima en inglés. Me sonó muy raro (aún es hoy y no me acostumbro a esa palabra, porque me parece muy seria). Ella se sorprendió mucho y me preguntó mi edad ¡ella se pensaba que teníamos 21 años aproximadamente! ¡Ya os podéis imaginar mi subidón de energía positiva, ya que sin querer me había quitado 11 años! Aunque si os digo la verdad, es algo que nos está pasando cuando salimos fuera de España… Cuando fuimos a las Vegas, que tenía 30 años, casi no me dejan entrar en el casino porque se pensaban que tenía menos de 21 años, de hecho, como en ese momento no llevaba el pasaporte encima, me acompañaron hasta la puerta… Pero eso corresponde a otro viaje que si os gustan los diarios escribiremos también.
Después de una conversación esporádica y muy amena, llegamos a la estación central de Osaka y con algo de pena tuvimos que despedirnos y me quedé con la buena sensación en el cuerpo de lo que es conocer a una persona de forma esporádica y que sea todo tan fluido (algo que desgraciadamente nunca me ha ocurrido en España…).
Y de nuevo en la estación tocaba paseíto hacia nuestro nuevo hotel y con ello, caminar con las maletas chorreando de sudor. Se estaba convirtiendo en una cruz para mí, creo que en Osaka ya empecé a enfadarme cada vez que me tocaba llevar todo el equipaje de un lado a otro… Además, la estación de Osaka, no os exagero si os digo que tenía 13 pisos de altura (tenía un gran centro comercial dentro) por lo que imaginaros lo que fue salir de allí…
Nuestro hotel estaba situado en la zona que rodeaba la estación, un barrio pijo que, sin saberlo, estaba lleno de las tiendas de alta gama: Louis Vuitton, Hermés… Y no sé cuántas más… Tiendas que no suelo prestar mucha atención la verdad… Gracias a Dios el hotel fue sencillo de encontrar y como Isaac ya se encontraba mucho mejor, ya empezaba a retomar el tema de tomar las indicaciones para llegar a los sitios, por lo que sin ningún tipo de problemas llegamos a la recepción. Al igual que las veces anteriores, dejamos en la recepción y a buen recaudo el equipaje más voluminoso y cogimos lo indispensable para pasar el día, ya que nuestra habitación no estaba disponible hasta la tarde.
Una vez listos para conocer la ciudad de Osaka nos fuimos en tren directamente a visitar el monumento más emblemático de la ciudad, el Castillo de Osaka.
El castillo de Osaka se empezó a construir en 1583, pero en el año 1615 lo destruyeron durante un ataque, debido a una guerra de poder entre familias, por lo que no fue hasta el 1931 que tuvo lugar la reconstrucción del castillo tal y como ahora lo conocemos.
Cuando llegamos a la zona monumental del Castillo, nos llamó mucho la atención la magnitud de los terrenos que rodeaban al Castillo, incluidos fosos, muros, jardines… La verdad que era una zona muy amplia, tanto que te desorientaba, porque no eras capaz de ver en dónde se encontraba el Castillo, solamente y a medida que te ibas acercando a él eras capaz de darte cuenta de su tamaño y belleza. La verdad es que aparentemente es precioso, digo aparentemente porque, para nosotros, el que se hubiera reconstruido tan recientemente nos quitó un poco el encanto de la tradición y es que este Castillo tenía ascensor y todo… Por estos aspectos nos sentimos afortunados de haber visto otros castillos más antiguos y auténticos, porque si solamente hubiéramos visto el de Osaka nos llevaríamos una idea equivocada.
Otra de las cosas que nos llamó la atención fue darnos cuenta de cómo había crecido la ciudad de Osaka alrededor de la zona histórica, ya que el Castillo estaba rodeado completamente de rascacielos super modernos, acorde a lo que es ahora Japón.
Cuando llegamos a la entrada, nos decepcionó mucho la cantidad de gente que allí había (ya sabéis que odiamos las aglomeraciones…). Era obvio que la mayoría de la gente visitaba Japón de una forma algo “exprés” y, por tanto, este Castillo era uno de los pocos castillos que visitaban. Esta conclusión la sacamos por la cantidad de gente que encontramos y por las caras que tenían… Parecían super impresionados y como os digo, a nosotros no nos gusto tanto porque se veía “aritificial”. Otra señal que nos hizo darnos cuenta de todo esto era que solamente había turistas extranjeros y eso fue una señal que aprendimos durante nuestra estancia en Japón: si los japoneses visitaban los monumentos es que eran importantes para ellos y por lo tanto para nosotros también.
El Castillo se visitaba desde las plantas superiores hasta las inferiores. En el ultimo piso había un mirador con vistas a la ciudad, pero desgraciadamente no pudimos aprovechar mucho este momento ya que, como os digo, estaba lleno de gente y apenas teníamos sitio para sacar una foto… Fue un poco agobiante, y apenas disfrutamos de las vistas como es debido.
En las plantas inferiores del Castillo había un museo en el que se exponían armaduras de samuráis en perfecto estado de conservación. El tema de los samuráis nos gustaba mucho, tanto que antes de viajara Japón habíamos visto la película “El último samurái”, que no sé si la habéis visto pero en esta película explicaban que las armaduras pertenecían a los linajes familiares, que pasaban de generación en generación y que cada armadura simbolizaba un rango diferente, dependiendo de la relación que tuvieran con el emperador. Puedo deciros que sin duda fue una de las mejores exposiciones de armaduras que vimos en todo el viaje, por lo que por este motivo valió la pena visitar el Castillo.
Además de las armaduras, en el museo me hizo mucha gracia una pequeña exposición de lo que era una batalla entre clanes samuráis en miniatura. Ocupaba una extensión de dos metros y en las figuras podías ver las diferentes armaduras, las armas que llevaban, su expresión facial… estaban hechas con mucho mimo.
Cuando salimos del Castillo empezó a lloviznar y ahí nos dimos cuenta de que hacía muchos días que no teníamos localizado el paraguas que habíamos comprado en Hiroshima… Nos dimos cuenta de que lo habíamos perdido en algunos de los hoteles en los que habíamos estado. Fue una pena porque me hacía mucha ilusión la idea de llevarme el paraguas japonés a Galícia… Así que aprovechando la ocasión, nos compramos otro paraguas justo delante del Castillo en una tienda de souvenirs. Como apunte deciros que actualmente ese paraguas sigue intacto y lo utilizo cuando llueve y me encanta acordarme durante unos segundos de dónde ha venido…
Antes de marchar de la zona del Castillo, nos dimos cuenta de que había una escultura de hierro algo extraña, así que decidimos acercarnos más y nos dimos cuenta de que era una ¡cápsula del tiempo! ¡Nunca habíamos visto ninguna! ¡Pero existen! Pudimos ver que la había fundado Panasonic en 1970 con motivo de la Exposición de Osaka, Por lo que leímos en internet, diseñaron dos cápsulas que enterraron una encima de otra. La primera deberá ser abierta después de 2000 años mientras que la segunda deberá seguir enterrada 5000 años. Entre todos los objetos que contienen los que más nos llamó la atención fueron: un preservativo de seda, dentaduras postizas, un ojo de cristal, insectos, dinero falso… Parándonos a pensar, no entendemos muy bien el propósito de todos esos objetos depositados, aunque ahora que lo pienso, ¡cómo me gustaría ver la cara que pondrán cuando abran la cápsula! ¡Seguro que alucinan!
Después de visitar el Castillo cogimos el tren dirección al centro de la ciudad, la zona más conocida de Osaka como Minami Namba. Una zona comercial muy concurrida, famosa por sus pantallas luminosas (un tipo Times Square) llena de tiendas y clubs nocturnos.
Sin embargo, antes de llegar, nos vino bastante hambre y decidimos parar a comer en la estación, que como ya os hemos contado en los capítulos anteriores, eran como centros comerciales subterráneos y ésta en concreto tenía una superficie enorme, como si literalmente fuera una ciudad debajo de otra ciudad…
En la estación había varios restaurantes pero, como siempre, todos ofrecían lo mismo… Literalmente ya estábamos cansados y tampoco queríamos comer comida basura, así que las opciones se reducían mucho… Por casualidad, vimos un local que ofrecía una especie de carne a la plancha ¡que nos apetecía un mundo! Así que no nos lo pensamos dos veces y fuimos para allá.
El local estaba bien, lo malo que tenía era que nosotros éramos los únicos clientes, algo que nos nos gusta nada, de hecho nosotros somos de la premisa de que si no hay nadie en un local, mejor no entres porque eso significa que el género no se mueve… Pero ese día nos moríamos por un trozo de carne bien rico a la plancha y nos dio igual… Sin embargo, toda la ilusión que habíamos puesto en este plato se difuminó en el momento en el que nos sirvieron el plato, ya que la carne venía cubierta literalmente con una salsa dulce que enmascaraba cualquier sabor. Recuerdo que, aunque intentaba quitarle los excesos de salsa escurriendo la carne por el borde del plato, era totalmente imposible. ¡Qué frustre me pillé! Me llevé una mega decepción porque apenas pude terminarme el plato… Creo que en ese momento me di cuenta de que ya echaba de menos nuestra gastronomía…
Cuando terminamos de comer salimos de la estación y nos dirigimos a Minami Namba. En apenas 10 minutos nos encontrábamos delante de la famosa imágen de la ciudad: la pantalla luminosa del chico que corre haciendo el símbolo de la Victoria, conocido como Glico Man. Este pantalla publicitaria pertenece a la famosa confitería Ezaki Glico, que tiene la sede en Osaka, conocidos en el mundo entero por ser los creadores del dulce Glico o también más conocido para nosotros como el Mikado. Indagamos un poquito sobre la historia de esta compañía y descubrimos que el símbolo del hombre corriendo es su emblema porque el Mikado tiene 15.4 kcal que, al parecer, es la energía que necesita un hombre para recorrer 300 metros (calculado con una formula matemática, en internet aparece…)
Por la zona vimos que había demasiada gente… Pero era normal ya que era sábado por la tarde y es lo que suele hacer la gente en todas las partes del mundo: pasear e ir de tiendas. Por lo que lo ideal era que nos dejáramos llevar por la aglomeración …
Visitamos la calle Shinsahnbashi Arcade, que eran una especie de galerías protegidas por la parte superior y llena de tiendas a ambos lados, siendo testigos de que grandes marcas como Inditex y H&M tenían una gran presencia en el mercado asiático (tenían los locales más grandes y mejor situados).
Haciendo una pequeña parada para tomar algo después de tanto paseo, nos fuimos a Starbucks a tomarnos un frappé. Lo más chulo del Starbucks no fue el frappé en sí, si no más bien la tienda… Tenía tres pisos y era una tienda de libros, por lo que podías tomarte algo a la vez que ojeabas libros que fueran de tu interés. Lo único malo era que estaba petadísimo y para coger una mesa para los dos tuvimos que esperar y dar vueltas un ratito, pero valió la pena. Fue en este momento cuando hicimos un poco de resumen del viaje y fuimos conscientes de que se estaba terminando, algo que no queríamos que sucediera. Fui consciente que este país me había llegado hasta lo más profundo de mi interior, sin saber cómo ni porqué, pero sentía que me podría quedar allí a vivir y solamente echaría de menos de España la comida, jajaja
Después del momento de meditación, producido en un lugar tan concurrido, decidimos regresar al hotel pasando antes por el centro comercial tan grande que habíamos visto a nuestra llegada esa mañana. Aunque estábamos un poco saturados de tanta tienda teníamos que echarle un vistazo porque el centro comercial ¡era enorme! Ante tanta tienda que allí había no pude evitar pensar qué hacían con todo lo que se compraban, ¿dónde lo meterían? Porque sus pisos-casas, son super pequeñas y más bien viven con lo imprescindible, pero durante el viaje ¡siempre los vimos comprando!
Este centro comercial, a diferencia de las tiendas del centro de la ciudad, eran un poco más exclusivas (imagino que acorde al barrio en el que estábamos), con productos más originales y sobre todo únicos. Fue aquí en dónde me compré un pequeño capricho en una tienda de bisutería de diseño moderno y mínimal. La verdad es que me hacía ilusión tener un recuerdo “mío”.
Después de un día lleno de visitar áreas comerciales, castillos algo “artificiales”, según nuestro criterio y conversaciones sorprendentes, nos fuimos al hotel con ganas de exprimir los días que nos quedaban de viaje…