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NARA

Al levantarnos, lo primero que hicimos fue bajar a desayunar. Esta nueva rutina que se adquiere cuando estás de viaje y que tanto nos gusta hacer…

Lo primero que nos encontramos en el comedor fueron unas camareras súper amables y risueñas, que te daban los buenos días a la vez que hacían la reverencia típica japonesa. ¡Qué educación! Además, con mucho mimo te explicaban cómo funcionaba el buffet, ya que  lo más importante para este hotel era que cuando terminaras, te recogieras la bandeja e hicieras una buena gestión de los residuos, es decir: la comida que no te hubieras terminado que la tiraras al contenedor de orgánicos, los envases de yogur, por ejemplo, al contender de los plásticos… Creo que es una iniciativa muy buena y que valoramos muy positivamente cuando cubrimos el cuestionario de satisfacción. Por otro lado, este buffet era mucho mejor que el de Himeji o Hiroshima, ya que aquí había una persona haciendo huevos revueltos al momento por lo que ¡ya era otra cosa! Puedo decir que había un surtido más internacional de alimentos y pudimos comer mucho mejor que otros días. Y por si esto no fuera genial, pues tenía como valor añadido las vistas. Como el hotel estaba situado en una especie de “rascacielos”, la planta del buffet estaba en la 7º planta y teníamos unas vistas muy chulas de la gente que salía de la estación de tren. Fue muy guay. Lo que más me llamó la atención fue que, a pesar de que era domingo, no paraban de salir de la estación ¡escolares con uniforme! No sé si os lo habíamos comentado ya, pero en Japón los niños el domingo van al colegio también, pero en vez de para asistir a clases lo hacen para practicar deporte o para participar en competiciones. ¡Curiosidades de este país tan especial!

Cuando terminamos de desayunar nos fuimos directamente a coger el autobús, igual que hicimos el día anterior, ya que los templos que íbamos a visitar hoy también se encontraban en Nara Park. El templo más importante que íbamos a visitar este día era el templo Todai-ji y además también iba a ser el primero.

Cuando llegamos a la zona del templo nos dimos cuenta de que ¡estaba lleno de gente! Y eso que era primera hora de la mañana (ya sabéis que nosotros somos de madrugar…). Además de gente, también había aglutinados un montón de ciervos esperando a ser alimentados por los turistas. Lo que vimos que hacía la gente era que compraban allí las galletas y que, en vez de guardarlas y dárselas a los ciervos en espacios abiertos, se los daban allí mismo, por lo que  era un poco caótico ya que entre la gente y los ciervos… ¡había que hacerse camino! Pero a la vez, aquella situación fue bastante graciosa porque cuando los otros turistas se sentían acorralados por tanto ciervo, les entraba el miedo y terminaban tirando las galletas al suelo mientras salían corriendo (esto sucedía sobre todo con los turistas chinos…). Así que, al menos, no paramos de reírnos hasta llegar al templo.

El templo Todai-ji es uno de los templos más famosos e históricamente importantes de Japón. Este templo fue construido en el año 752 como templo principal de todos los templos budistas de la provincia de Nara. El edificio del templo es de madera y también es considerado el templo de madera más grande del mundo. Por si todo esto no fuera ya impresionante, en el interior del templo se encuentra la estatua de Buda sentado de bronce más grande que existe, de unos 15 metros de altura. Es decir, que es un templo que hay que ver sí o sí si estás en Nara.

Para llegar al interior del templo, tuvimos que atravesar una pasarela de madera que estaba situada en una zona ajardinada. Un camino muy singular que nos gustó mucho y que realmente genera una expectativa muy grande cuando visitas un templo tan imponente.

Cuando llegamos a la sala principal del templo nos encontramos que justo en la parte central de la sala había un agujero enorme, exactamente del mismo tamaño que la fosa nasal del Buda de bronce que teníamos delante nuestra. La intención de este agujero es que te hagas una idea de lo grande que es el Buda si ese agujero forma parte de sus fosas nasales. Hay una leyenda también con relación a este agujero que dice que aquellos que pueden pasar a través de esta abertura, se les concederá el privilegio de la iluminación en su próxima vida. Nosotros obviamente no entrábamos por nuestro tamaño de adulto, quizás un niño…

 El Buda era impresionante, de hecho era inevitable quedarse con la boca abierta. Como ya os contamos en los capítulos anteriores, habíamos visto varios budas en nuestro viaje, uno de los más grandes había sido el de Kamakura, pero es que el Buda de Nara era todavía  más grande. Realmente nos sentíamos como enanitos…

Mientras paseábamos por la sala nos ocurrió una cosa curiosa: los niños japoneses que habían ido de excursión a ver el Buda gigante, no paraban de mirarnos e incluso nos perseguían como si fuéramos unos famosos. Básicamente les llamábamos enormemente la atención. Era algo un poco curioso, porque era como si quisieran decirnos algo, pero no se atrevieran… Así que decidimos dar nosotros el paso y decirles “Hello!” Cuando finalmente rompieron su timidez inicial y nos preguntaron que si podíamos hacernos una foto con ellos. ¡Ya era la segunda vez que nos pasaba en el viaje! Lo más curioso del momento fue cuando vi la cámara con la que iban a hacer la foto: ¡una cámara desechable como las que utilizaba yo cuando era pequeña! ¿No os parece curioso esto en un país tan moderno? ¿Y si lo comparamos con España? En nuestro país los niños, desde muy pequeños, utilizan tablets, móviles… En cambio allí, niños de 12 años iban con cámaras desechables… Me dio mucho que pensar…

Cuando terminamos la visita al templo, nos fuimos a ver la puerta Nandaimon. Era una gran puerta de madera, vigilada por dos estatuas de mirada feroz, que representaban a los guardianes del templo. Desde allí, nos tomamos un descanso y observamos todos los grupos de niños que habían ido a visitar el templo… Estábamos realmente alucinados, ¡ parecía que en Japón la gente no paraba de tener hijos! Pero lo más curioso era la disciplina que tenían, ya que iban en la fila uno detrás de otro para no perderse ¡y no se movían ni un milímetro de su posición! Recuerdo con cariño este momento porque estábamos delante de la gente del futuro de Japón en los próximos años.

Siguiendo con el descanso,  nos fuimos a ver el siguiente templo, el templo Kofoku-ji. Este templo solía ser la casa de los Fujiwara, un clan poderoso de la zona de Nara. Kofoku-ji  constaba de más de 150 edificios y de varios templos. Hoy en día, no todos permanecen en pie, pero sí se pueden visitar algunos de ellos.  Además de los 150 edificios, construyeron en el año 730 una pagoda de 5 pisos, que actualmente sigue en pie y es la segunda más alta de Japón. Los edificios que se encontraban todavía en pie estaban hechos de madera y piedra y actualmente eran lugares habilitados para el culto. Lo que más nos gustó fueron las vistas que tuvimos cuando visitamos uno de esos edificios.

El resto de la mañana decidimos perdernos por el Nara Park, visitando el resto de templos menos importantes así como también pasear por la zona de bosque.

Durante el paseo también nos despedimos de nuestros amigos los “cervatillos” (como los llamaba Isaac). Como el día anterior habíamos comprado sus galletas y nos quedaban, pues decidimos aprovechar para gastarlas y darles un poco más de mimos. Isaac estaba en su salsa, le gustan mucho lo animales pero es que se piensa que ¡todos son como sus mascotas! Disfrutó mucho del momento, ya que los mareos casi habían desaparecido al completo y podía verlo disfrutar al 90%.

A la hora de comer española decidimos regresar a la zona de la estación, porque había más opciones para almorzar. Ese día, a Isaac se le había antojado que quería comer pizza, por lo que cuando llegamos a la estación conectó la wifi para intentar buscar la localización del restaurante italiano más cercano. Desgraciadamente, el italiano que estaba más cerca  cerraba a las 2, por lo que ya no llegábamos… Como no teníamos muchas alternativas porque eran casi las 14:00 y para los japoneses eso ya es muy tarde, decidimos repetir y volvimos al restaurante francés del día anterior, que sabíamos que era un acierto asegurado.

Cuando terminamos de comer, nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, una zona de tiendas y movimiento, al parecer… Pero lo que nos encontramos fue más de lo mismo, como en Himeji: tiendas pequeñas con ropa para gente mayor, poco ambiente juvenil… Así que nos dejamos llevar un poco sin rumbo, caminando, descubriendo sus barrios… Pero no fue una tarde muy productiva turísticamente hablando.

Por lo que a media tarde decidimos regresar al hotel y descansar a la vez que hacíamos las maletas de nuevo. Al día siguiente, haríamos nuestro último traslado en tren a la ciudad de Osaka, la última ciudad de nuestro viaje…

Lo bueno se estaba acabando…

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