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HIROSHIMA

Cuando me desperté y abrí los ojos esa mañana, no sabía si abrirlos completamente y saber la auténtica realidad o cerrarlos de nuevo para seguir soñando. Tenía mucho miedo de que Isaac se encontrara peor y que lo que hasta ahora estaba siendo un sueño, se convirtiera en una pesadilla…

Pero el destino se puso de nuestro lado e Isaac se levantó un poco más animado que el día anterior porque sentía que se encontraba bastante mejor y aunque todavía estaba mareado no eran comparables al día anterior. Así que decidimos intentar hacer “vida normal” y bajar a desayunar.

Cuando bajamos a desayunar confiramos que el hotel en el que nos alojamos era básicamente para ejecutivos porque en el “comedor” por llamarlo de alguna manera, todos iban de traje y los espacios eran muy justos, vamos que para que desayunaras rápido y te fueras a trabajar. El desayuno tampoco era mucha cosa, por no decir que a mí no me gustaba nada de lo que había ya que solamente había comida japonesa y que me gustara solo había albóndigas y pollo. Por lo que no pudimos disfrutar del desayuno ni por el tipo de comida ni por el espacio.

Después de desayunar, nos fuimos a la habitación de nuevo para que Isaac pudiera descansar un poquito antes de ponernos en marcha. Debido a la situación que estábamos viviendo con Isaac a medio gas habíamos modificado la ruta del día con intención de que fuera lo más ameno y relajado posible.

Ese día teníamos previsto visitar el Hiroshima Castle, que estaba relativamente cerca del hotel, aproximadamente a unos 20 minutos caminando. Hiroshima era una ciudad más pequeña y tranquila y que caminando podías llegar a todos los lados así decidimos prescindir del transporte público solamente hasta que Isaac lo necesitara.

De camino al Castillo pude ver que Isaac estaba más animado, él mismo me iba diciendo que, aunque seguía mareado, se encontraba mejor que el día anterior. Escucharle hablar de esa manera me daba fuerzas y esperanzas, porque aunque sólo había sido un momento, pensé que nuestro viaje iba a terminar antes de tiempo… Por lo que ahora que Isaac estaba se sentía algo mejor, sentía que teníamos que contener esos mareos o eliminarlos si fuera posible, pero sobre todo conseguir que no fueran en aumento.  Aunque lo que sí tenía claro era que el viaje a Serbia ya estaba cancelado para nosotros. No podíamos arriesgarnos a que los vértigos fueran en aumento y que después de todas las vacaciones Isaac tuviera que irse de baja. Me sabía mal, pero en ese momento prefería cancelar Serbia que Japón. Lo sentíamos mucho por Vera ya que íbamos a conocer a sus bebés, pero teníamos que pensar en nosotros, y eso era lo mejor en ese momento, perderíamos el dinero de los billetes, pero eso ahora era lo de menos. Teníamos que estar agradecidos de poder continuar nuestra aventura en Japón…

Entre charla y charla llegamos sin darnos cuenta al castillo de Hiroshima que estaba rodeado de un foso y zonas ajardinadas. La entrada al castillo era muy curiosa porque había una estructura alargada llena de farolillos de papel de color amarillo muy bonitos. En aquel momento no supe asociarlo, pero ahora que lo pienso, los farolillos estaban allí colocados porque al lado del castillo también había un santuario, por lo que sería una ofrenda a los dioses o algo así.

Hiroshima Castle se conoce también como el castillo de la carpa. Este castillo se diferencia del resto porque está construido en el centro de una ciudad, en medio de una llanura, mientras que el resto de castillos en Japón, se construyen mayormente en las cimas de las montañas. La ciudad de Hiroshima se había desarrollado alrededor del castillo, que antiguamente era el centro económico de la ciudad.

Aunque este castillo se salvó de la demolición que muchos otros castillos sufrieron durante la época de la Restauración, al igual que el resto de la ciudad, el castillo de Hiroshima fue destruido por la bomba atómica en 1945. Fue trece años más tarde de este desgraciado suceso cuando se empezó su reconstrucción, utilizando hormigón armado y madera como materiales principales.

Aunque sabíamos que era un castillo de restaurado porque lo habían reconstruido en su totalidad recientemente, sentimos en la visita lo importante que era un para la ciudad y su población ya que era un símbolo de que, aunque te hayan derrotado como habían hecho los americanos, siempre te tienes que volver a levantar y reinventarte, como hicieron ellos.

Dentro del castillo tenían un museo con una amplia colección de armaduras de samuráis, muy interesante por cierto porque estaban muy bien conservadas.

El castillo tenía 5 plantas, y en la planta superior había un mirador desde donde podías tener una panorámica de la ciudad de Hiroshima al completo, viendo como la ciudad se había asentado en un valle en el que lo atravesaba el famoso río de Hiroshima.

La visita al castillo estuvo bien, pero me di cuenta de que Isaac se estaba esforzando en hacerse el fuerte porque por momentos lo sentía debilitado y se sentaba, tomando unos momentos para recuperarse, algo inusual en él. Era obvio que tenía altibajos, pero mientras el día fuera así, podríamos aprovecharlo y dentro de lo que cabe lo pasaríamos buenos momentos los dos que eso era lo más importante.

Al salir del castillo, decidimos ir a visitar el templo que había al lado del castillo y que como era domingo, pudimos ver a muchos japoneses que iban al templo a rezar.  Al igual que en el castillo, el templo también se rezaba a la figura de las carpas, de hecho, las tablillas eran unas carpas también (si quieres saber a qué tablillas me refiero te recomiendo que leas el Capítulo del Monte Fuji) y tenían un dibujo precioso pintado a mano. Tuve tentación de comprarme otra, pero es que ya tenía el equipaje lleno de cosas y no era plan de seguir cargando la maleta y más ahora, que básicamente tenía que llevarlo casi todo yo.

El templo no era muy llamativo si lo comparaba los que habíamos visto sin embargo este templo estaba hecho de granito, madera y solamente destacaban los farolillos amarillos que estaban por todos lados y le daban el brillo al lugar. La parte central del templo era básicamente un espacio abierto, simple y sencillo pero que te transmitía armonía y espíritu zen. No sé cómo explicarlo, porque ya todo Japón me estaba transmitiendo relajación, calma, tranquilidad, … pero la gente de Hiroshima y la ciudad, me hacían sentir humildad, arrepentimiento… todo en la forma en la que trataban al turista, nos miraban… Era extraño, pero sentía mucha empatía con ellos.

Antes de irnos del templo decidimos sentarnos en un quiosco que allí había y que vendían souvenirs y algo para picar. Como en el desayuno no habíamos comido mucho, nos animamos a comprar las típicas galletas de Hiroshima. Tenían forma de hoja de platanero y tenían diferente relleno. Para probar un poco de todo, compramos una caja que tenía 5 galletas con diferentes rellenos: tres eran de color marrón, por lo que pensábamos que serían de chocolate y las otras dos eran amarillas, lo que dimos por hecho que sería crema. Pues tengo que decir que sólo acertamos en las amarillas, las de crema. Comer las galletas fue una experiencia sensorial que rompía las reglas establecidas y es que cuando pensabas que estabas comiendo una galleta de chocolate, dulce y cremoso, te encontrabas con un sabor insípido, y que sabía a puré de habas más que a otra cosa. Después de una cata algo desconcertante deducimos que las galletas con relleno oscuro eran: chocolate, alubias rojas y castañas. Nos chocó mucho la ausencia de azúcar en su dieta e incluso en sus dulces porque si ellos comieran nuestras galletas, automáticamente les daría una sobredosis de azúcar. Bueno, respecto a este tema ya habíamos notado que los sobres de azúcar que tienen para el café, es de tan solo 2 gramos, por lo que se puede decir que en general su dieta es super baja en azúcar.

Cuando ya estuvimos descansados, iniciamos de nuevo la ruta que nos dirigía a la zona del centro. Nuestro siguiente destino iba a ser el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, una zona muy importante y emblemática puesto que aquí fue el lugar exacto donde cayó la bomba atómica. Actualmente, esa zona tiene varios símbolos que hacen referencia a la Paz, entre ellos un museo y también el único edificio de la ciudad que resistió el efecto de la bomba. Cuando llegamos a dicho edificio, decidimos sentarnos a contemplarlo y de paso descansar un poco ya que Isaac se encontraba algo mal de nuevo.

Desde allí pudimos ver la cúpula de este edificio, su estructura, que es lo único que queda del edificio que se dedicaba a promover las industrias de la zona. Cuando estalló la bomba, fue uno de los pocos edificios que quedaron en pie y lo sigue estando hoy en día. Está considerado Patrimonio de la Humanidad y la cúpula es un vínculo tangible con el pasado único de Hiroshima.

La verdad es que cuando la tuvimos delante de nuestros ojos se nos puso la piel de gallina porque nos estábamos adentrando en el epicentro en dónde había sucedido algo único y trágico. Era imposible no recordar las imágenes de la explosión de la bomba atómica mientras estábamos allí, a la vez que te venía a la cabeza el número de personas que había muerto de golpe a causa de la radiación, básicamente la mayoría de la población… Fue brutal pensarlo y sentir que había sucedido en dónde estábamos nosotros en ese momento aún más.

Mientras charlábamos sobre el tema, un hombre de unos 70 años se nos acercó y muy amablemente empezó a entablar una conversación con nosotros. Sabía inglés, cosa que nos sorprendió bastante, ya que en general la gente no sabía inglés y mucho menos con su edad. Empezó a preguntarnos de dónde éramos y al decirle que éramos de España, nos sorprendió diciendo algunas palabras en español. Nos contó que estaba dando algunas clases de español porque le encantaba nuestra cultura. Sin duda este hombre es un ejemplo claro de que da igual la edad que tengas porque nunca es tarde para aprender cosas nuevas.

Por nuestra parte, le contamos los lugares que habíamos visitado de su país y los que teníamos pensado visitar en los próximos días. Él se le veía encantado con la conversación y nos empezó a preguntar sobre cómo era España, cuál era la peor zona, etc. Me pareció que le preocupaba mucho el tema de la seguridad en España, porque insistía mucho de si era un país inseguro o no. Obviamente le dijimos que no era peligroso, pero si lo comparamos con Japón tengo que decir que sí que lo es, sin embargo, si lo comparas con Argentina, España es súper seguro… De todos modos, que él pensara que España es un país inseguro no me gustó nada porque esa es la imagen que proyectamos al exterior, sobre todo cuando se escucha en las noticias que los ladrones en Barcelona roban a los turistas, sobre todo a asiáticos… Entendí perfectamente que pensara eso, aunque no me gustara…

Con la tontería estuvimos sobre 15 minutos charlando con él y la verdad es que nos encantó. Fue algo natural y ameno lo que sentimos con él, una experiencia enriquecedora que nos alegró el día. Creo que los pensamientos sobre la gente de Hiroshima iban a ser ciertos, porque no nos había ocurrido esto durante el viaje…

Con una agradable sensación en el cuerpo nos adentramos en el Parque Memoria de la Paz. Este parque tiene 120000 metros cuadrados con árboles, césped y senderos que marcan un contraste con el resto de la ciudad, como si fuera un refugio para la calma entre todo el bullicio.

Antes de la bomba, la zona era el centro político y comercial de la ciudad y fue precisamente porque los americanos lo eligieron como diana. Fue cuando se estaba reconstruyendo la ciudad que los japoneses decidieron que esa zona no sería reconstruida, que ese espacio se dedicaría a la Paz.

El Museo Memorial de la Paz, es el punto más importante del parque y consta de dos edificios: uno de ellos cuenta la historia de Hiroshima antes de la bomba mientras que el otro edificio cuenta todo respecto al acontecimiento de la bomba nuclear y el sufrimiento humano, con historias reales que recuerdan que no hay que quitar la Paz a nadie.

Antes de llegar al museo había un cenotafio que está construido en honor a las víctimas de la bomba nuclear, las que murieron instantáneamente a causa de la bomba y a las que murieron a causa de la radiación. Debajo del cenotafio hay un cofre de piedra que contiene los nombres de todos los fallecidos, más de 220000 personas. Cada año, en este punto se celebra una ceremonia donde se realiza un momento de silencio a las 8:15 de la mañana que fue el momento preciso de la detonación y cuando empezó toda esa pesadilla.

Al lado del cenotafio, también había una pajarita de piedra, a tamaño gigante, que imitaba a las pajaritas hechas en papiroflexia. Este monumento es en honor a una niña pequeña que estaba enferma, no recuerdo exactamente la enfermedad, pero creo que era leucemia o otro tipo de cáncer, y para entretenerse en los largos periodos que tenía que estar en el hospital, se dedicó a hacer estas pajaritas. Ella creía en la leyenda de que si conseguías hacer 1000 pajaritas tus deseos se cumplirían. Desgraciadamente la niña falleció, pero el pueblo de Hiroshima decidió honrarla para siempre por su tenacidad y lucha. Desde ese momento, la papiroflexia tomó un papel relevante en la sociedad japonesa, llegando a ser una afición muy común. Yo misma pude ver como en diferentes partes del país se vendían libros de cómo realizar la papiroflexia, una técnica que requiere paciencia y delicadeza.

En general aquel lugar era solemne, con una energía que te atrapaba de una manera diferente ya que no te apetecía reír a carcajadas para nada, simplemente sentías que tenías que estar en silencio, pensando en los errores que se habían cometido en el pasad a lo largo de la historia, para valorarlos y poder ser ahora mismo la mejor versión de ti con los demás y la gente que te rodea.

Con estas meditaciones tan profundas nos adentramos en el museo, otra experiencia que terminaría de marcarnos para siempre. Habíamos visto algunas imágenes bastante fuertes de las consecuencias de la bomba atómica pero lo que vimos allí superó nuestras expectativas.

Decidimos coger un audioguía para enterarnos de todos los detalles de las exposiciones pero creo que lo del audioguía terminó de entristecernos. A medida que ibas entrando en el museo ibas viendo fotografías que te mostraban cómo había sido la explosión de la bomba atómica mientras que escuchabas el relato de una persona que simulaba que estaba allí en aquel momento.

En concreto, lo que más me impresionó fue escuchar la historia de un niño que contaba que estaba dirigiéndose a la escuela cuando sucedió la explosión, algo que te ponía los pelos de punta. Explicaba que se había sentido desorientado, que le pitaban los oídos y que solamente había cuerpos sin vida a su alrededor o gente que gritaba de dolor. Fue un audio muy desgarrador.

A medida que íbamos siguiendo la exposición, escuchábamos otros relatos de cómo había afectado bomba atómica en otros puntos de la ciudad. Algunos de ellos, pensaban que la explosión había sido un incendio, una explosión en una fábrica, etc… pero para nada se esperaban que aquello fuera una bomba atómica.

En el relato, escuchamos que los americanos habían elegido las 08:15 de la mañana porque era el momento en el que la ciudad de Hiroshima tenía más movimiento, con la gente yendo a sus trabajos, a la escuela… porque su intención era la de provocar el mayor daño posible. Fue justo a esa hora cuando la vida en Hiroshima se paró completamente. Mucha gente se desintegró en el mismo instante de la explosión, otra mucha se tiró al río de Hiroshima para intentar salvar sus vidas sin saber que después, al salir del agua y ver toda la desolación del lugar, sufrirían los daños de la radiación y que finalmente terminarían muriéndose igualmente. Escuchar estas historias, que te hacían trasladarte a ese momento, te hacía sentir mucha angustia y agonía.

Otra de las exposiciones que había en el Museo era una maqueta que simulaba la ciudad de Hiroshima. Lo que más llamaba la atención era que podías ver el punto exacto desde donde la habían lanzado la bomba, así como los daños que había causado, viendo como la ciudad había sido arrasada en un momento.

Por si todavía, con todo esto no habías interiorizado el daño que había provocado este suceso, había fotografías de las pocas personas que habían sobrevivido en las que se podía ver como su piel caía a girones. Eso fue lo que más me impresionó, aunque también la expresión de sus caras, desencajadas del dolor que sentían… debió de ser algo tan fuerte que supera  nuestra imaginación. Y por si no fuera poco todo este sufrimiento,  los supervivientes tuvieron que aguantar los dolores causados por toda la radiación que había entrado en su cuerpo provocándoles enfermedades como linfomas, leucemias, etc. los días consecutivos a la explosión.

Otra de las cosas más dramáticas que escuchamos fue que mucha gente había tardado varios días encontrar a sus familiares. Muchos de ellos se encontraban en la ciudad cuándo ocurrió la tragedia y al no haber sistema de comunicación de ningún tipo no sabían si su familia estaba viva o no. Hubo un caso en concreto de un hombre que había sobrevivido a la explosión, pero no a los daños, es decir que tenía todo su cuerpo quemado. Como su familia vivía en la zona montañosa que rodeaba Hiroshima, este hombre, con las pocas energías que le quedaban, se había tirado dos días caminando para llegar a su casa. Al llegar, su familia, su mujer y sus hijos lo cuidaron lo mejor que pudieron, pero el dolor de tener todo su cuerpo quemado por fuera y por dentro pudo con él, falleciendo a los tres 3 del suceso.

Estas historias, eran las historias que cubrían todo el museo, vidas que ya no existen pero que no tenemos que olvidar.

Otras de las cosas que invadían el museo eran los enseres personales como ropa, carteras, libros… cosas que aparecieron por toda la ciudad y que pertenecían a muchas de las personas que se habían desintegrado. En muchos de los objetos que vimos pudimos confirmar que la gente se había desintegrado pero que sus sombras quedaron allí grabadas, en muros y objetos. Es muy fuerte, que te desintegres y que sean tan rápido que tu sombra se quede grabada, pero tú ya no estés allí. ¿Lo imaginas?

A pesar de todo, también había historias más esperanzadoras. Una de esas personas había sobrevivido hasta nuestros días. En el momento de la explosión era una niña que no había sufrido muchos daños. Cuando se creía que ya todo había pasado, a consecuencia de la radiación absorbida generó un cáncer del que también sobrevivió. Sin duda un ejemplo de lucha y valentía.

Nuestra visita al museo me obligó a recapacitar, no olvidar y ser la mejor versión con la gente que se lo merece… Fue muy terapéutico.

Al salir del museo y para recomponer el cuerpo decidimos ir a la tienda de souvenirs, aunque cuando llegamos vimos que apenas había souvenirs. La mayoría eran libros con fotografías o de historias sobre el suceso… lo único que me gustó es que había muchas pajaritas y decidí comprarle una a mi padre y otra para nosotros. Mi padre siempre me había hablado que los japoneses eran muy buenos con esta técnica y pensé que una pajarita de este lugar sería mucho más especial que ninguna otra.

Como ya era la hora de comer decidimos salir del parque para buscar un sitio chulo. Yo había visto por internet que en Hiroshima la comida típica era el “okonomiyaki”, una especie de revuelto que tenía brotes de soja, huevo, salsa de tomate… todo hecho al momento y sobre una plancha. Y justo el mejor restaurante, considerado por Trispadvisor estaba justo al lado del Parque Memorial de la Paz.

Así que como no teníamos que caminar mucho para ir allí, decidimos que íbamos a probar. Además, a causa del vértigo, teníamos que valorar otras cosas, tomarnos todo con más calma, como sería este caso, y valorar por ejemplo el ir a un sitio más chulo para comer, como una experiencia nueva.

Al llegar, alucinamos porque delante del local había una cola bastante grande, de al menos media hora de espera. Pero a pesar de eso, como no teníamos mucha hambre y como no íbamos a hacer mucho más durante el día decidimos quedarnos y esperar para probar si realmente era tan guay como decían.

En la cola conocimos a una pareja muy curiosa, el chico era mexicano y la chica era madrileña y ambos vivían en California. Habían ido a Japón de turismo como nosotros, pero ellos en cambio, habían ido aprovechando que tenían unos amigos viviendo en el país. Empezamos a hablar y nos dijeron que si habíamos sentido el terremoto que había ocurrido hacía un par de días. Nuestra cara fue un poema en ese momento, literalmente la expresión que lo define perfectamente sería “¿What the fuck?” ¡¡¡Nosotros no nos habíamos enterado de nada!!! Por lo que nos contaron, había habido un terremoto de bastante magnitud que sobre todo se había sentido en la ciudad de Tokio. Había sido tal la importancia, que habían activado el protocolo de terremotos y aunque había sido por la noche, los habían desalojado del hotel, bajando en pijama a la calle.

El chico me hacía mucha gracia porque estaba bastante asustado. Japón le estaba pareciendo demasiado chocante por varios motivos, uno de ellos era el tema de los baños termales (onsen) porque no entendía que no se permitieran trajes de baño y que tuvieras que ir desnudo con gente  la que no conoces… Sin embargo la madrileña estaba tranquila, relajada y si se tenía que desnudar para ir a los baños termales, puse se desnudaba y sin problema. Hacían una pareja muy graciosa.

Cuando llegó nuestro turno para entrar al restaurante nos sentaron en una mesa de madera que en el centro tenía una plancha. Nos sorprendió mucho porque la verdad es que no sabíamos que el restaurante sería así. Además de eso, el local era pequeño, con apenas 7 mesas y con la cocina abierta al público, sin cristal ni nada de tal manera que podías ver claramente cómo te iban preparando la comida.

Cuando nos sirvieron el okonomiyaki, nos lo pusieron en la plancha y nosotros de tal manera que mientras te servías una parte en el plato, el resto se mantenía caliente. Al ser un local tan tradicional no tenían cubiertos e Isaac y yo no sabemos comer con palillos, … Pero no tuvimos ningún problema porque como somos precavidos, nos habíamos comprado unos palillos tipo pinza (que los usan los niños pequeños para aprender) que siempre llevaba en la mochila por si acaso, así que los sacamos y nos pusimos tan felices a comer con ellos.

El okonomiyaky estaba bueno, pero no era un sabor que nos apasionara… de todos modos lo que importaba en ese momento era el ambiente, la atmósfera y que Isaac disfrutara de ese momento lo máximo que pudiera. La verdad que en ese momento estábamos felices, porque estábamos en Hiroshima los dos juntos, superando las dificultades que nos encontrábamos en el camino.

Cuando salimos del restaurante, nos fuimos directamente al Hiroshima Downtown, una zona muy bulliciosa, con una calle muy famosa llamada Hondori, con un pasaje para peatones cubierto y lleno de tiendas.

Las tiendas eran todas una locura, eran tan curiosas que no podías dejar de entrar en cada una de ellas para echar un vistazo.

Una tienda típica era la que sólo tenía muñecos de dibujos manga, entre ellos un Mazinger Z de 1,80cm. Me llama mucho la atención este tipo de cosas y es que con lo serios y disciplinados que son los japoneses, me cuesta entender que les apasione todo lo que se relacione con los dibujos manga, un mundo fantástico para adultos. En fin, cosas de ellos…

En esa misma calle, también había pequeños centros comerciales de 5 plantas que eran diferentes a los nuestros, y es que en vez de pertenecer todo el edificio a una misma cadena, cada stand era como si fueran diferentes tiendas pequeñitas. Por lo que en una misma planta te encontrabas un poco de todo: ropa para las niñas lolita, para las góticas,… otra stand especializado en hacerte las fotos del fotomatón pero con un tocador para poder maquillarte y arreglarte… Vamos todo un mundo para nosotros.

Aunque de todas ellas, las que más les llamó la atención a Isaac era una que vendía camisetas y otra ropa de la marca “Alfa Industries”.  Yo no terminaba de entender como una marca tan americana tenía tanta presencia en Japón. Era como si no tuvieran resentimiento hacia ellos, como si en el fondo les agradecieran que los frenasen en su locura mundial, aunque la forma fuera radical con graves consecuencias… y es que no había odio por ninguna parte. Era una pasada que intentaran imitar ser americanos en la forma de vestir… Pero bueno, esos son mis pensamientos y mis teorías que quizás no son ni ciertas ni tienen nada que ver.

Pero a lo que iba, que al ver ese stand Isaac se puso como loco y más loco se volvió cuando vio los precios, porque eran muy razonables. En España los precios son súper elevados (también lo eran en Kyoto) y ni por casualidad nos compraríamos una camiseta así. Por lo que había que aprovechar la ocasión e Isaac se compró dos camisetas que le encantaron.

Yo por mi parte, decidí entrar en la tienda Uniqlo, una cadena de ropa típica de Japón (como si fuera el Zara de España). Aunque tenía ropa muy para ellos, de su estilo, a mí me hacía gracia comprarme algo que aunque en España no se llevara para nada, fuera japonés.

Durante los días anteriores me había fijado en que las chicas iban vestidas sin apenas marcar su figura con la ropa, básicamente utilizaban pantalones anchos o falda pantalón. Ropa muy cómoda y muy discreta, para no llamar la atención. Por lo que pensé que un pantalón de este estilo sería una prenda especial y única. Decidí probarme un pantalón rosa claro y me sorprendió lo fresco y cómo que era. Además ¡¡¡hasta me favorecía!!! Así que lo tuve claro y me lo compré.

Después del rato de compras, Isaac ya estaba llegando a su tope así que como todavía teníamos una media hora para llegar al hotel, decidimos regresar para pasar el resto de la tarde descansando. La verdad es que no le podía pedir más ¡había aguantado como un campeón!

Poco a poco y sin darnos cuenta llegamos a la estación y con la estación, al túnel que atormentaba a Isaac. Para que el tormento no fuera tan de golpe porque nos paramos en una cafetería que había en las galerías subterráneas para tomar algo y comprar la cena.

Cuando llegamos al hotel, nos duchamos, cenamos y me di cuenta de que el concepto del viaje había cambiado de golpe y porrazo. Ahora en vez de ver un montón de cosas, teníamos que ver poco y con calma, descansando más y disfrutando de los pequeños detalles. Pero en el fondo, a pesar de eso, seguía sintiéndome afortunada por seguir en Japón y poder disfrutar de la experiencia.

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