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MIYAJIMA

Este día  del viaje recuerdo que la que se levantó algo rara del estómago fui yo… Sin embargo y por el contrario, Isaac se encontraba algo mejor, una sensación que me alegraba y me relajaba, parecía que todo volvía a la normalidad.

Así que, como no me encontraba muy bien como para desayunar albóndigas, le dije a Isaac que bajara solo a desayunar. Como el día anterior habíamos cenado cereales y fruta y habían sobrado, decidí que iba a desayunar en la habitación.

En el momento que me quedé sola en la habitación, me empecé a comer la cabeza de mala manera. Lo único que pensaba era que si se mareaba en el comedor iba a estar solo, si le pasaba algo… Y para darle más a la cabeza Isaac ¡ni se había llevado el teléfono! Creo que hubiera sido mejor que hubiera bajado, porque al menos hubiera desayunado tranquila, pero bueno, fue así y gracias a Dios todo salió bien.

La verdad que valía la pena pensar en positivo porque este día iba a ser super chulo, porque íbamos a ir a la isla de Miyajima, un lugar muy especial por su localización y paisaje. Habíamos decidido dejar esta excursión para los últimos días, porque para poder llegar a esta isla tendríamos que coger un tren y barco, por lo que teníamos que estar seguros de que Isaac estaría en condiciones de hacerlo.

Afortunadamente, cuando fuimos a la estación para coger el tren, no tuvimos ningún problema para encontrarlo, ni andén ni nada… La verdad es que lo que más nos preocupaba inicialmente estaba siendo coser y cantar. En tren tendríamos que ir hasta un barrio de las afueras de la ciudad. Desde allí tendríamos que caminar 5 minutos hasta un embarcadero y coger el ferry que nos llevaría hasta la isla. Hacer todo esto fue la mar de sencillo porque como  no éramos los únicos turistas que iríamos a la isla ese día, nos íbamos siguiendo unos a otros, como si fuéramos  un rebaño de ovejas dirigiéndonos juntos hacia un mismo punto…  Por lo que no había pérdida.

El trayecto en ferry hasta la isla fue muy corto y como el barco era grandecito fue muy cómodo. Sin darnos cuenta ya nos encontramos en Miyajima.

Miyajima es una pequeña isla, famosa por su puerta gigante llamada Torii, que cuando está la marea alta parece que flota en el agua. La panorámica del Torii flotando en el agua está considerada una de las tres mejores vistas de Japón. Miyajima (Itsukushima en japonés) significa isla santuario y este nombre le viene dado por el santuario que tiene en medio de la isla, que al igual que la puerta de Torii, está construido sobre el agua. Esta isla es considerada, incluso por los japoneses, un lugar romántico y único.

Además de por el santuario y el Torii, Miyajima es conocida porque tiene ciervos sueltos por toda la isla y justamente fue con lo primero que nos entretuvimos cuando salimos del ferry. Todos los ciervos estaban descansando bajo las sombras de los árboles y como están tan acostumbrados a la gente son muy dóciles y pudimos tocarlos hasta cansarnos. Yo nunca había tocado un ciervo en mi vida. Normalmente en España cuando  hay un encuentro persona- ciervo éste sale corriendo, una pena la verdad, sin embargo aquí, se dejaban querer. Su pelo era seco y áspero, todo lo contrario que sus cuernos, más parecidos al terciopelo, pero duros. Fue muy divertido para los dos, quizá más para Isaac que no paraba de hablarles y tocarles y es que le había hecho mucha ilusión verlos.

En la isla había un paseo marítimo que iba bordeando la costa y bordeando la isla. Cuando llegamos por la mañana la marea estaba alta y apenas había zona de playa para poder acceder a ella.

Una de las cosas que me llamaba la atención de Japón es que siendo una isla, con kilómetros de playa, apenas promocionaran el turismo de sol y playa tal y como nosotros lo conocemos, como por ejemplo Benidorm. Pero también me di cuenta de que en su cultura tienen muy claro que el sol es dañino, que tienen que protegerse al máximo y así lo hacen, protegiéndose constantemente del sol. Durante nuestra estancia en Kyoto pude ver a mujeres que, incluso haciendo un calor y sol sofocante, iban protegidas con guantes hasta casi los hombros, con paraguas y calcetines. Además creo que el concepto de piel morena no lo asocian con belleza como lo hacemos nosotros, sino más bien al contrario, cuanto más blanca tengas la piel más atractiva pareces. Vamos, que somos la antítesis de esta sociedad…

Paseando tranquilamente decidimos ir acercándonos a la zona monumental de Miyajima. Yo estaba muy contenta en ese momento, la isla era preciosa y con encanto e Isaac estaba disfrutando mucho, se sentía mejor y la isla, con sus espacios abiertos, le estaba sentando fenomenal. ¡Qué ilusión!

Cuando finalmente tuvimos el Torii gigante en frente, sentimos como si levitara. Al poder verlo con la marea alta hacía de esa estructura un lugar impresionante: por su inmenso tamaño, por la luz del sol, por el color rojo del Torii… Fue uno de los monumentos más bonitos que había visto hasta el momento.

Aprovechamos para hacernos varias fotos delante de una de las imágenes más icónicas de Japón. En ese lugar también había el típico fotógrafo que por un módico precio te sacaba una foto con el Torii de fondo y con el encuadre perfecto. Lo más curioso del fotógrafo era que tenía un ciervo domesticado, como si fuera un perro, y que colocaba al lado de la gente que fotografiaba. La mayoría de los turistas estaban encantados con esto y casi todos pagaban para tener la foto del Torii con el ciervo, sin embargo a nosotros nos daba pena este pobre animal… Así que optamos por tener una foto menos profesional, pero más de nuestro estilo, viajo como quiero.

Después de estar un rato observando el Torii y sacándonos fotos nos fuimos a ver el   santuario Itsukushima. El santuario constaba de varios edificios, incluyendo una sala de oración, una sala principal y un escenario de teatro que estaban conectados por pasarelas de madera y soportados por pilares que había en el mar.

El templo tiene una larga historia… En 1168 Taira Kiyomori, uno de los  hombres más poderosos de Japón, seleccionó esta isla como lugar para construir un santuario para su familia. Una de las principales características del templo es que está pintado de color bermellón, típico de algunos templos, pero en este caso, con el contraste del mar, hacen que sea un lugar especial.

Cuando entramos en el santuario había mucha gente, algo que nos extrañó, pero es que nos encontramos con una boda japonesa. Los novios iban vestidos con trajes tradicionales y por lo que pudimos deducir era una familia japonesa que vivía en el extranjero y que había decidido casarse en Miyajima. Los invitados en su mayoría eran occidentales, me atrevo a decir que parecían australianos y sólo 7 miembros o así eran japoneses. Cotilleamos un poco como podéis observar, pero es que ¡todas estas cosas nos encantan!

La experiencia en el santuario fue muy chula. Poder caminar por una pasarela por encima del mar era muy relajante, además de que era un lugar muy espiritual. En el templo nos encontramos con una zona muy amplia, como si fuera una explanada encima del mar que era el lugar dónde antiguamente hacían  las pujas y transacciones de todas las mercancías que traían en barco. Lo más curioso era que todos los barcos que traían mercancías tenían que atravesar el Torii como símbolo de bendición. Todo muy espiritual.

A la salida del templo nos dirigimos a la zona más residencial de la isla, la zona en dónde vivían los pocos habitantes de la isla y probablemente los dueños de los pocos puestos que había. La gente que poblaba la isla me llamó mucho la atención porque eran todos mayores, por lo menos aparentaban 80 años, pero con una actitud muy jovial y alegre, arrancándose incluso a chapurrear algunas palabras en inglés para poder hablar contigo. Todo en general era muy rústico y tradicional,  incluídas las casas que eran de madera.

Otro de los atractivos que tenía la isla era un teleférico que te llevaba hasta la cima de la montaña, donde podías encontrarte con monos que estaban libres por el bosque. Como estábamos animados se lo propuse a Isaac, pensando que no sería mucho esfuerzo, sin embargo, cuando empezamos el ascenso hacia la estación del teleférico ya me di cuenta de que iba a ser durillo, por lo que decidimos frenar en nuestro impulso de pensar que todo iba bien y dejar las “aventuras” para otro momento. Todavía nos quedaban muchos días de viaje en Japón y teníamos que controlar y contener esos vértigos, así que lo adecuado era no forzar.

Como ya se estaba acercando la hora de comer, decidimos volver al inicio del paseo marítimo, es decir, a la zona más cercana a la estación de ferry, porque justo por esa parte habíamos visto algún restaurante que podía estar  bien. Concretamente nos había gustado uno que tenía platos más sencillos como arroz con tomate o alguna cosilla así.  Pero cuando llegamos al local nos pasó algo muy curioso; estaba a tope de gente, algo normal porque es una isla muy turística, así que le preguntamos a lo que sería la camarera del local, que iba con un mandil de estar por casa, si había espacio para dos y literalmente nos cerró la típica puerta corredera de bambú en las narices ¡Jajaja! Yo creo que la mujer se vio tan desbordada por tener tantos clientes a la vez, que quizá no tenía existencias para todos y no podía ofrecer un buen servicio, por lo que, en vez de hacer mal su trabajo, prefirió no abarcar más de lo que podía, aunque fuera con esas maneras tan poco ortodoxas para nosotros. Quizá en su cultura y escala de valores consideran que es mejor no dar un servicio si no puedes garantizar la calidad que tus clientes se merecen, algo que en España no abunda mucho ¿no creéis?

Así que nos fuimos a buscar otro lugar para poder comer y muy cerca a este encontramos otro restaurante, muy similar y que además tenía mesas libres. El local era muy tradicional, y aunque tenía alguna mesa con bancos de madera para los turistas, la mayoría eran las típicas mesas en las que te tienes que descalzar y comes sentado en el suelo. Yo quería probar de comer en una de estas mesas pero Isaac no lo veía claro, así que optamos por sentarnos en la mesa de turistas…

La comida tenía muy buena pinta, de hecho fue una de las mejores comidas que recuerdo. Decidimos pedir unos langostinos rebozados para compartir de primero y de segundo, arroz con lomo acompañado con salsa de curry. Cuando nos trajeron la comida estaba todo buenísimo y ese día disfrutamos de verdad de la comida.

Al salir de allí nos fuimos a pasear por la calle comercial de la isla. Tenía las típicas tiendas de artesanía, pero también había otras monotemáticas, es decir, una tienda de Hello Kitty con todo de cosas de Hello Kitty… Además de estas tiendas, nos encontramos con otros restaurantes también monotemáticos, por ejmplo, un restaurante en el que solamente vendían ostras cocinadas de todas las maneras: rebozadas, a la brasa, crudas… Y debían de estar buenas porque el local estaba llenísimo.

Además de las tiendas y restaurantes, lo que más me gustó ver eran las pequeñas “fábricas” de las galletas típicas de Hiroshima, aquellas que habíamos probado el día anterior y que nos habían aparecido algo insípidas (Capítulo 14: Hiroshima).  Me hizo tanta gracia ver estas mini líneas de producción que le grabé un vídeo a mi madre para que pudiera ver como trabajaban allí. Lo que más me llamó la atención fue que la máquina iba super lenta, nada que ver a las máquinas de producción en línea que te imaginas… Tengo claro que la filosofía es la de hacer todo lento, pero perfecto, esto es lo que prima en su sociedad, garantizar la perfección. Como me hizo tanta gracia el tema de la línea de producción, decidí comprarle una caja de esas galletas, hechas con tanto mimo y delicadeza a mi madre. A ella siempre le gusta que le traiga comida de otros países y de los lugares a dónde vamos.

Cansados de ir de tienda en tienda, nos sentamos en un banco frente al mar para que Isaac pudiera descansar. Recuerdo que Isaac ya se encontraba algo chafadillo, por lo que se tumbó en el banco de manera que su cabeza reposaba en mis piernas y se relajó tanto, que hasta consiguió dormirse  durante unos cinco minutos.

En aquel momento la marea estaba bajando y la isla parecía otra, nada que ver a la que vimos al bajar del barco. Mientras Isaac dormía yo me fijaba en cómo la gente del pueblo se acercaba a la playa para mariscar. Fue un momento muy relajante.

Con la marea baja Miyajima también tenía su encanto y el Torii  se veía totalmente diferente, ya que se podía apreciar mucho mejor su magnitud. Era curioso porque horas antes habíamos visto incluso barcas navegar por debajo del Torii y ahora, en vez de un barco, era la gente la que  paseaba caminando por debajo de él.

Así que después de descansar un ratito, nos animamos a volver al Torii para atravesarlo nosotros también. La experiencia fue única, porque pudimos apreciar el ancho de aquellas columnas rojas de madera de, al menos, un metro de diámetro y sin exagerar. Hasta donde llegaba el agua, las columnas estaban cubiertas de moluscos que se habían instalado allí para reproducirse. Otra de las cosas que nos llamó la atención fue que la gente, cuando bajaba la marea, dejaba monedas entre los moluscos y claro, cuando sube la marea, esas monedas se caen por lo que la arena húmeda, también estaba llena de monedas. Literalmente estábamos caminando sobre monedas, pero lo que también  fue curioso era que nadie, absolutamente nadie, las estaba recogiendo. Ya sabéis, cosas que solo suceden aquí.

Después de un rato paseando por la playa, decidimos coger el ferry de vuelta, porque Isaac se estaba encontrando algo peor y ya era conveniente regresar al hotel. Como lo decidimos así de golpe y en el último momento, el ferry de vuelta estaba petado y tuvimos que correr para cogerlo (imaginaros a Isaac, que no podía casi ni caminar, pues corriendo) ya que estaba a punto de zarpar. Debido a la cantidad de gente, no tuvimos oportunidad de sentarnos en un asiento y tuvimos que sentarnos en unas escaleras de acceso a la primera planta del ferry, pero como era un trayecto cortito no hubo mayor problema.

Cuando llegamos al hotel, como era temprano, aproveché el tiempo para actualizar el diario de viaje, porque desde que habían aparecido los vértigos de Isaac no había escrito nada, posiblemente porque no estaba preparada para plasmar en papel lo que nos había pasado. Nunca me había imaginado que esto nos podía pasar y eso que estábamos haciendo las mismas cosas, aunque con otro ritmo, pero nunca habíamos pensado en la posibilidad de que uno de nosotros se pusiera enfermo de viaje…

Desde ese viaje creo que la mentalidad me ha cambiado y ahora voy mucho más concienciada de que todo puede ocurrir…

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