Top

KYOTO- HIROSHIMA

Cuando nos levantamos nuestros peores deseos se habían hecho realidad… Lo primero que hice nada más abrir los ojos fue preguntarle a Isaac cómo se encontraba, pero su respuesta no me gustó nada. Se encontraba peor que el día anterior y para intentar calmarlo intenté restarle importancia, aunque algo en mi interior me decía que algo no iba bien…

Y, por si fuera poco, ese día teníamos que dejar Kyoto para ir a Hiroshima, lo que significaba que iba a ser un día bastante movido:  tendríamos que coger varios trenes para llegar a Hiroshima, trasladar las maletas de un lado para otro, encontrar el nuevo hotel en Hiroshima… En resumen, un agobio para el que está si uno de los dos no se encuentra bien, pero bueno, no quise agobiarme antes de tiempo y decidimos ir a desayunar, confiando que al llenar el estómago esos mareos cederían…

Mientras desayunábamos yo no podía dejar de mirar a Isaac porque, literalmente ¡estaba pálido, sin color! Y apenas podía mirarme a los ojos cuando hablábamos. Estos síntomas los conocíamos los dos muy bien ya que eran los mismos que había sufrido un par de años antes cuando Isaac tuvo ese pequeño accidente que le había provocado vértigo… La verdad es que no queríamos hablarlo abiertamente, pero los dos estábamos dándonos cuenta de que algo iba mal pero que a pesar de eso teníamos que trasladarnos a Hiroshima para no perder dinero ni tiempo (la esperanza es lo último que se pierde y nuestra mentalidad es la de intentar seguir el plan de viaje ya que siempre pensamos que lo que venga es momentáneo).

Cuando terminamos de desayunar, yo cerré todo el equipaje mientras Isaac descansaba en la cama con los ojos cerrados. Los dos en silencio, inmersos en nuestros pensamientos, intentando atraer energía positiva a este momento de nuestras vidas, pero también repasando todos los momentos anteriores que pudieron traernos a este presente tan poco deseado y que llegamos sin darnos cuenta. Recapitulando todos los momentos vividos en Japón, como si fuera un vídeo acelerado, empecé a darme cuenta de que las largas caminatas por la ciudad de Tokio con la mochila, los traslados en tren cargando con todo a cuestas… Posiblemente no le ayudaron nada a proteger las cervicales como debería ser…

Volviendo al presente y saliendo de mis pensamientos buscando un porqué, me centré en el presente, en la situación que con la que tenía que lidiar: cargar con dos maletas, dos mochilas de 60 litros, agarrar a Isaac de la mano para que pudiera caminar (cuando tienes vértigo apenas te puedes aguantar de pie porque todo te da vueltas), teníamos que subirnos a un tren y llegar a otra ciudad… Con todo esto en mi cabeza, empecé a pensar como si mi cerebro fuera una computadora, dejando de lado los sentimientos, los miedos y simplemente poniendo en acción todo lo que me venía por delante de la mejor manera posible.

A pesar de su mareo, Isaac tenía que llevar su mochila sí o sí porque con todo yo no podía, así que le puse la mochila y yo me cargué con todo el resto de equipaje. Salimos del hotel y agradecí muchísimo que la estación estuviera tan cerca porque no tuve que cansarme mucho e Isaac, con sus dificultades, pudo llegar sin sobresaltos.

Una vez localizado el andén en el que teníamos que esperar nuestro tren, utilicé todas las medidas de ayuda posibles para llegar hacia él: escaleras mecánicas, ascensor… Pero lo peor vino cuando llegamos al andén y vimos que había un montón de gente esperando para coger el mismo tren que nosotros. En todos los viajes que habíamos hecho en tren, no nos había pasado esto hasta el momento.  Si ya es difícil el tema de los asientos estando normal, imagínate con Isaac así de mal…

El tema de los asientos era que, dentro de un mismo tren tenías diferentes vagones. Había unos vagones que se llamaban green, que era para gente que reservaba el asiento con antelación y que había pagado un extra coste (normalmente en estos vagones iban los japoneses, imagino que para no mezclarse con los ruidosos turistas) y después estaban el resto de vagones para turistas, en los que los asientos no estaban reservados y reinaba la ley del que llegue primero. ¡Vaya panorama tenía encima! Aún es ahora que lo recuerdo y aquel momento de ver todo el andén lleno de gente y yo con todo el equipaje e Isaac malito, fue desolador.

Esperanzada de que quizá teníamos alguna oportunidad de sentarnos, me puse a hacer cola mientras que Isaac me esperaba sentado en un banco, blanco como la nieve. Decidí comprar algo de agua para el viaje porque iba a ser largo y presentía que quizá movidito también.

Isaac se puso bastante nervioso ante la situación que estábamos viviendo y no era para menos, pero toda esa tensión no le ayudaba para nada y hacía que sus mareos aumentaran.

Cuando llegó el tren y con todas nuestras dificultades nos subimos a él fue desolador. La gente empezó rápidamente a coger el primer asiento que veía quedándonos nosotros sin apenas posibilidades de sentarnos. Realmente era imposible moverse con tanta gente y con el equipaje, por lo que decidimos quedarnos en la zona que hay entre vagón y vagón y que tuviera baños, just in case. No era el mejor sitio obviamente, pero al menos no estábamos agobiados e Isaac podía encontrar la calma entre tanto agobio.

Pero aún y así, como no éramos los únicos en la misma situación, apenas tuvimos espacio para sentarnos en el suelo por lo que Isaac tuvo que apoyarse en una de las maletas como pudo para coger una postura lo más cómodamente posible para aguantar las 2 horas de viaje que nos esperaban.

Aunque Isaac pudo relajarse algo y llevar mejor los mareos, el viaje se nos hizo eterno.  Yo solo tenía ganas de llegar a Hiroshima, localizar el hotel y que nos dieran una habitación para que Isaac pudiera tumbarse en la cama. Por mi parte, yo estaba muy preocupada porque no tenía ni idea de la magnitud de sus mareos y en mi cabeza solamente aparecían los recuerdos de cuando Isaac había estado un mes en cama, vomitando y sin poder caminar por sí mismo por este mismo motivo… ¿Pero eso no podía estar pasando ahora, verdad?

Cuando finalmente el tren paró en Hiroshima, Isaac automáticamente empezó a ponerse nervioso de nuevo, imagino que por las ganas que tenía de llegar al hotel y poder tumbarse de nuevo. Cuando bajamos en la estación empecé a mirar las indicaciones que nos habíamos preparado para poder localizar el hotel lo más rápido que podía, pero Isaac se estaba desesperando y por tanto se estaba poniendo peor…

Con un poco de ayuda conseguimos situarnos y nos dimos cuenta de que para llegar a nuestro hotel, que estaba del otro lado de la estación, al que nos encontrábamos, teníamos que pasar por un paso subterráneo y después a cinco minutitos ya estaba nuestro hotel. Sin embargo, este paseo, lleno de tiendas de todo tipo: farmacias, ropa, supermercado… no le venían nada bien a Isaac porque le costaba fijar la vista en un punto concreto.

Fue un momento en el que hasta yo me puse nerviosa porque me costó de aguantar la situación. Recuerdo que, en una parte del trayecto, nos encontramos con escaleras y tuve que levantar a pulso cada una de las maletas mientras subía al menos 20 escalones con cada una… La gente me miraba extrañada y después miraban a Isaac que estaba en lo alto de las escaleras esperándome, como diciendo con la mirada, ¿por qué no te ayuda? Fue un momento agotador.

Pero la parte buena fue que después de este túnel, a unos pocos metros, estaba nuestro hotel ¡Al fin! Sin embargo, toda esa alegría se quedó en nada porque cuando quisimos hacer el check-in nos dijeron que nuestra habitación no estaría lista hasta las 16:00 (cuando aparecimos allí eran las 12:30), así que ya os podéis imaginar qué chasco nos llevamos. La parte buena fue que, al menos, se ofrecieron a quedarse con nuestro equipaje mientras nosotros “paseábamos” por la ciudad.

Pero ¿¿¿qué íbamos a hacer hasta las 4 con Isaac en ese estado??? Se me ocurrió visitar un jardín japonés que estaba justo al lado de la estación, el jardín Shukkeien Garden, que bueno, a las malas, si se encontraba mal, al menos tendría un banco para sentarse.

A la vez pensé que teníamos que hacer algo para frenar o ralentizar esos mareos, así que me acordé que durante nuestro tormentoso paso por el túnel subterráneo había visto una farmacia, así que le dije a Isaac que le iba a comprar un kit de emergencia.

Cuando llegué a la farmacia, fue toda una experiencia ya que todo estaba en japonés y solamente tenía las fotografías de las cajas para orientarme y deducir lo que necesitaba. Afortunadamente, los japoneses son muy organizados y habían separado los medicamentos por dolencias, de tal manera que encontré un stand dedicado exclusivamente para dolores cervicales. Allí encontré unos parches que liberaban calor, un roll-on que al aplicarlo liberaban un relajante muscular en la zona afectada, que le vendría muy bien y también compré ibuprofeno que le vendría muy bien para reforzar la acción antiinflamatoria y que ya casi no nos quedaban de los que habíamos comprado en España. Cuando salí de la farmacia, lo primero que hice fue ponerle el roll-on, parche y le di el antiinflamatorio para que poco a poco fuera haciendo efecto.

Lentamente salimos de la estación, caminando a paso de tortuga, con Isaac agarrado de mi brazo y mirando al suelo.  Una escena de película dramática a la que le podíamos añadir una temperatura de 27º para que os hagáis un poco a la idea del agobio que sentíamos por todo.

Si esta pesadilla no se hubiera apoderado de nuestro viaje, hubiéramos ido a visitar este jardín japonés igualmente y después nos iríamos al Downtown, un plan bastante completo, como el que veníamos haciendo los días previos. Sin embargo, estaba visto que a partir de ahora tendríamos que ir modificando los planes poco a poco para ir adaptándolos según las circunstancias. Por lo que ya nos podíamos sentir afortunados si ese día conseguíamos llegar al parque y visitarlo un poquito.

Lentamente, paso a paso conseguimos llegar.

Shukkeien Garden significa jardín en miniatura. Y es que este jardín es una representación a pequeña escala de los paisajes japoneses, imitando las formaciones naturales y florales. Tiene una historia que data de 1620, justo después de la finalización del castillo de Hiroshima. Este jardín tiene muchas características de la estética tradicional de los jardines japoneses con un estanque principal alrededor del jardín y también una casa de té.

Cuando entramos la verdad es que nos gustó a pesar de que era, como bien dice su nombre, pequeñito. Paseando por el jardín vimos una placa que nos llamó la atención. En inglés, decía que, justo en aquel punto, se habían encontrado las cenizas de un cuerpo calcinado por la bomba atómica. No fue hasta aquel momento que no me había parado a pensar seriamente en la ciudad en la que estaba, la ciudad en donde habían soltado la bomba atómica…

¿Realmente estaba preparada para adentrarme en toda esa información que nos iba a invadir en los próximos días? Cuando habíamos planeado la visita a la ciudad, habíamos programado visitar el Memorial Museum, un lugar creado para explicarle a la gente las consecuencias de la bomba atómica, los daños causados, las muertes y todo eso, acompañado de fotografías y objetos reales. Pero bueno, esa era una pregunta que su respuesta tenía que esperar ya que ahora la situación era ¿Voy a poder ir al Memorial Museum?

Intenté que Isaac disfrutara al máximo del paseo en el jardín, parándonos en cada banquito para sentarnos, descansar, respirar aire puro y relajarnos, ya que el lugar te invitaba a sentir toda esta calma.

Recuerdo que nos paramos en el estanque que estaba lleno de carpas y es que aquello realmente era sobrepoblación de carpas, estoy segura. Primero nos paramos en la orilla del estanque sobre algunas piedras para poder tocar el agua y la verdad es que nos llamó mucho la atención que las carpas se acercaran literalmente a nuestras manos sin miedo ninguno. Debían de estar acostumbradas a que la gente les diera de comer porque no era normal que un pez se acerque tanto a la mano de una persona.

Seguimos caminando y fuimos al centro del estanque en donde había una pasarela que cruzaba de un lado a otro. Allí pudimos ver que por 10 yenes, que era aproximadamente 1 €, podías comprar comida para las carpas. Lo más curioso era que no había nadie allí que controlara la compra de esa comida, tú solamente dejabas el dinero y cogías una bolsita.  Me llamaba mucho la atención lo honrada que era la gente, ya que en España ese dinero no duraría ni 5 minutos…

Como a Isaac le hacía mucha gracia alimentar a las carpas y parecía que le hacía olvidar un poco el mareo, compramos dos bolsitas y la verdad que fue uno de los momentos del día en el que le pude ver disfrutar… Recuerdo que lo grabé en vídeo, porque, aunque estuviera mareado, quería que tuviera el recuerdo de que ese día, en el que a pesar de todo lo mal que se encontraba, consiguió disfrutar un poco.

Después de una horita en el parque decidimos regresar de nuevo a la zona de la estación y comer algo antes de volver al hotel. De camino vimos un restaurante muy cuco que tenía una terraza que daba al río de Hiroshima, una visión relajante en un día tan extraño. Al entrar nos gustó mucho a los dos porque era un local alternativo, con mobiliario de estilo nórdico, hecho con materiales como la madera y con colores neutros para darle más armonía al lugar.

El restaurante tenía un buffet libre de ensaladas y postres y sólo tenías que elegir el segundo plato. Los dos optamos por pedir un plato de espaguetis a la carbonara, que parecía que tenían buena pinta.

Como había que levantarse para coger las bebidas, la ensalada… le dije a Isaac que se sentara y que yo me encargaba de todo, así que preparé una ensalada rica para los dos acompañada de varios panecillos de semillas que nos gustaron un montón. La comida estaba deliciosa, y a pesar de todo, recuerdo ese momento de una forma muy agradable. Estar allí, en aquella terraza, un día soleado y disfrutando de esa comida, fue mi mejor momento del día. La mañana había sido dura y por lo menos en ese momento habíamos conseguido esa tranquilidad necesaria para poder disfrutar del momento. Isaac, aunque mareado, se notaba que se encontraba un poquito mejor dentro de lo malo y parecía que el ibuprofeno le estaba haciendo efecto.

Cuando terminamos de comer, nos fuimos de nuevo al hotel y esa vez ya tenían nuestra habitación lista. Nos dieron la habitación en el piso 13 y lo mejor de todo era que tenía muy buenas vistas. Desde la habitación se podía ver el estadio de Los Hiroshima Carps, el equipo de béisbol de la ciudad.

La habitación seguía el mismo patrón que el resto de los hoteles en los que habíamos estado: una habitación pequeñita, con un calentador de agua, televisión y un baño acorde, pequeño y con el mobiliario de plástico encastrado en la pared. La verdad es que ya me estaba acostumbrando a todo esto porque ya no sentía agobio en los espacios pequeños.

Lo primero que hizo Isaac fue tumbarse en la cama e inmediatamente al tumbarse el vértigo cesó. Así que nos pusimos cómodos y nos mentalizamos que esa tarde tendría que ser de descanso.

Intenté buscar algún canal en la televisión que fuera, al menos, en inglés, pero todos los canales estaban en japonés. Apenas me enteraba de nada y aún encima lo poco que emitían eran luchas de sumo. Por curiosidad lo estuve viendo durante un ratito, pero la verdad que me pareció un poco aburrido. Los torneos duraban solamente 30 segundos, que normalmente era el tiempo en que tardaba un contrincante en derribar al otro. Lo que más duraba era la ceremonia principal de la lucha, en la que cada uno hacía una especie de baile-ritual con la intención de intimidar al contrincante.

Isaac se puso a navegar por Internet y finalmente se quedó dormido. Yo cansada de buscar algo para ver, decidí apagar la tele y por primera vez en un viaje y como ocasión excepcional nunca vivida hasta el momento, yo también me puse a dormir la siesta. Una siesta que sin darnos cuenta había durado 2 horas y en Hiroshima ya estaba oscureciendo. Estaba claro que los dos necesitábamos descansar.

Cuando nos despertamos decidimos llamar a nuestras familias para contarles un poco la situación. Sabíamos que podíamos asustarlos un poco con lo que estábamos viviendo, pero estábamos siendo conscientes de que si el vértigo se mantenía en el tiempo quizá nuestro viaje tenía que terminar en este punto.

Yo tenía mi cabeza a mil, por un lado pensaba en todo lo que iba a tener que cambiar y todo lo que iba a tener que hacer en caso de que los mareos continuaran y tuviéramos que regresar a España antes de tiempo. Por otro lado, intentaba mentalizarme de que eso no podía pasar, que habíamos esperado tanto tiempo para realizar el viaje que eso no podía suceder, que tenía que ser algo momentáneo, que Isaac se recuperaría y que podríamos seguir nuestro viaje.

Obviamente los padres se asustaron un poco cuando le contamos cómo estaba Isaac y ellos mismos me plantearon la opción de regresar a casa ya sin esperar más, pero era algo que teníamos que decidir nosotros…

Después de hablar con la familia y tener la cabeza a tope de pensamientos, decidí que teníamos que salir de la habitación un ratito para comprar algo para cenar. Como solamente teníamos que ir a la zona de la estación, donde estaba el centro comercial subterráneo, Isaac se animó y de nuevo, poco a poco, recorrimos los cinco minutos de camino a la estación juntos de la mano.

Estando allí vimos que a parte de un supermercado había varios restaurantes, pero no sabíamos qué nos apetecía comer. Estábamos un poquito desmotivados por el vértigo, por tantos días sin saber qué comer y lo último que nos apetecía era andar probando cosas raras… Así que nos compramos unos yogures, cereales, fruta y nos fuimos de nuevo para el hotel.

Así que de nuevo en el hotel, nos duchamos, nos pusimos el pijama y cenamos.

Como la tele habíamos visto que para nosotros estaba de adorno, básicamente, se me ocurrió intentar buscar alguna serie o algo en Youtube. Encontramos la conocida serie argentina “El Clan”, una serie basada en la historia real de una familia argentina que se dedicaba a hacer secuestros para recibir las recompensas y poder mantener un alto estatus de vida dentro de la sociedad argentina de los ochenta-noventa.

Así que eso fue lo que hicimos, ver la serie y descansar, deseando que las cosas mejorasen al día siguiente.

post a comment