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KYOTO

Amanecimos muy cansados, el día anterior habíamos caminado demasiado, pero el día que nos esperaba iba a ser igual de cansado, por este motivo, cuando salimos del hotel decidimos que ese día tendríamos que coger el autobús si no queríamos acabar súper reventados… Al tener el hotel al lado de la estación de tren, tuvimos muy fácil el tema de coger el autobús y es que allí también se encontraba la estación de autobuses (también muy grande por cierto).

Cuando fuimos a comprar el billete de autobús, ya estuvimos preguntando por la línea que nos acercaría al Templo Ginkakuji, nuestra primera visita del día y he de deciros que lo tenían todo tan bien organizado que no tuvimos problema de ningún tipo y no tuvimos ni que esperar por nuestro autobús. En ese momento nos dimos cuenta de que Kyoto era una ciudad muy turística y lo tenían todo bien preparado para el turismo extranjero.

Y nos encontramos que a las 08:00 ya estábamos cogiendo  el autobús para empezar fuerte el día. A esas horas, la estación estaba llena de gente que se iba a trabajar por lo que la llegada y salida de autobuses era muy frecuente.

He de deciros que a lo largo del día agradecimos la idea de coger el autobús porque el trayecto fue de ¡1 hora! ¿os imagináis caminando el tiempo que nos llevaría? Y eso solamente sería para llegar al primer templo… Está claro que nos gusta caminar pero llegados a este punto del viaje, era obvio que o bajábamos el ritmo o no aguantaríamos hasta el final con la energía suficiente…

Este día iba a ser nuestro último día en la ciudad de Kyoto y habíamos planeado visitar varios templos aprovechando a tope hasta el último momento, pero sobre todo la calle principal y más antigua de Kyoto, también muy conocida porque es dónde se alojan las geishas y uno de los lugares que más ganas tenía de visitar…

Finalmente, después de la hora de viaje llegamos al templo Ginkakuji, un templo que está situado a lo largo de las montañas del este de Kyoto, en la zona que se llama Higashiyama. Cuenta la historia que este templo fue construido en 1482 como una casa de retiro del Shogun del momento. El shogun era un aficionado acérrimo del arte y se obsesionó de tal manera que convirtió el templo Ginkakuji en un centro de cultura contemporánea, conocido como la cultura de Higashiyama.

Entre las artes que recopiló a lo largo del tiempo se incluyen la ceremonia del té, el arreglo floral, la poesía, el diseño de jardines y la arquitectura. Hoy en día los edificios que forman Ginkajuji son un pabellón de plata, media docena de edificios que forman el templo, un hermoso jardín de musgo y un jardín único de arena. El jardín de arena está meticulosamente cuidado, formado por arena seca y se conoce como el Mar de Plata de la Arena, con un cono de arena en el centro que hace referencia a la Luna. Otro de los jardines, es el jardín de musgo de Ginkakuji  y cuenta con estanques, puentes, arroyos y diversas plantas. Este jardín tiene un sendero que sube una colina, rodeando los tres edificios y desde donde hay unas bonitas vistas de la totalidad de los terrenos del templo y de la ciudad al fondo. Por todo esto y porque como he dicho varias veces me apasionan los jardines japoneses habíamos decidido visitar este templo.

Cuando entramos en el  templo, lo primero que vimos fue un jardinero que, con toda la paciencia del mundo, estaba dándole la forma adecuada a la arena del jardín que antes os conté. Lo que más nos llamó la atención fue la dedicación y la meticulosidad con la que ese hombre estaba haciendo dibujos sobre la arena. Era tal la lentitud, la parsimonia y el detalle con que trabajaba que tan solo observándolo te invitaba a relajarte.

Continuando con la visita al templo vimos los diferentes edificios del templo, todos rodeados de vegetación que estaba cuidada con sumo detalle y mimo. Me llamó mucho la atención todo en general, pero sobre todo me fijé en los árboles, ya que tenían las ramas y  las hojas dispuestas en una forma especial, como si hubieran estado pensado cómo tendrían que estar colocadas las hojas de los árboles, todo milimetrado para crear un lugar lleno de armonía. Seguimos el paseo recomendado y pudimos ver el jardín de musgo, estanques, subimos la colina que tenía vistas a la ciudad… Fue un paseo muy relajante y he de deciros nuevamente, que Kyoto me estaba gustando un montón.

Antes de salir del templo, decidimos ir a la tienda de souvenirs por si había alguna cosilla curiosa que nos gustara traerla de recuerdo. Allí en la tienda me acuerdo que escuchamos hablar español y de repente una mujer de aproximadamente 60 o 62 años se acercó a nosotros. Contenta de encontrar gente española a tantos km de distancia nos empezó a contar que había venido en un viaje organizado con sus amigas, lo cual me gustó y me impresionó ya que admiro mucho a la gente que, aunque mayor, se lanza a vivir nuevas aventuras (esa es mi meta cuando sea mayor también…).

Hablando y hablando, nos estuvo interrogando de cómo habíamos hecho nuestro viaje, si por agencia o por libre. Cuando le comentamos que era nuestra luna de miel y que el viaje lo estábamos haciendo solos, la mujer se quedó muy impresionada porque no concebía la idea de visitar Japón sin ayuda. Tal fue su asombro que yo saqué la conclusión de que nos debió de ver más jóvenes de lo que somos, porque no era normal su reacción.

Fue una conversación muy interesante porque hablamos de muchas cosas personales con una auténtica desconocida, pero es lo de siempre, cuando estás lejos, parece que si te encuentras con gente de España es como si te sintieras arropado y no te importa explicar tu vida… Algo que en tu país y en tu día a día nunca te atreverías a hacer…

Continuamos nuestra ojeada en la tienda de souvenirs y decidimos comprar unas toallas pequeñas para nuestros padres. En los días anteriores en Kyoto, como había hecho calor, habíamos visto que muchos hombres las llevaban alrededor del cuello para secarse el sudor. Como nos había hecho gracia y estas toallas tenían grabado el nombre del templo pues decidimos comprar un par a modo de anécdota.

A la salida del templo y para llegar al siguiente punto de interés, fuimos por un camino alternativo al habitual que es el Philosopher’s Path o camino de los filósofos. Este camino es un camino de piedra que va por la orilla del río y que de una forma agradable atraviesa la parte norte del distrito de Higashiyama. Lo interesante del camino es que está rodeado por cientos de cerezos, que le da un aire más especial. Tiene aproximadamente 2 km de largo y comienza alrededor del templo que habíamos visitado y termina en el barrio Nanzen-ji. La ruta debe su nombre a Nishida Kitaro, uno de los filósofos más famosos de Japón y que se decía que practicaba la meditación en esta ruta durante su viaje diario a la Universidad de Kyoto.

Nosotros no pudimos ver los cerezos floridos, pero igualmente pudimos sentir la belleza y la paz del lugar. Tal era la relajación y tranquilidad que sentíamos que apenas hablábamos entre nosotros, simplemente estábamos disfrutando de la paz del sendero a la vez que escuchábamos como el río bajaba colina abajo. Lo que más me gustó y que ayudó a que el camino fuera tan relajante es que apenas había turistas, ¡éramos los únicos que paseaban a aquellas horas por aquel lugar! Poco a poco, el camino fue desapareciendo y nos fuimos adentrando de nuevo en la civilización, a las carreteras y grandes avenidas. A pocos metros del final del camino se encontraba el templo Heian Shrine.

Heian Shrine es un  santuario que tiene una historia relativamente cercana a nuestros tiempos y es que se remota a poco más de 100 años, es decir, al año 1895. Este santuario fue construido con motivo del 1100 aniversario de la fundación de la capital de Kyoto y está dedicado a los espíritus de los primeros y últimos emperadores que reinaron en la ciudad. Heian es el antiguo nombre de la ciudad de Kyoto.

Lo primero que vimos al llegar es un gran Torii que te da la bienvenida a este lugar sagrado. He de deciros que era un templo diferente al que habíamos estado esta mañana. El color predominante es el rojo bermellón que ya habíamos visto el primer día en la ciudad y no tenía la armonía y relajación que tenía el templo Ginkajuji.

Intentando asimilar el cambio de sensaciones en nuestro cuerpo, recuerdo que estábamos haciéndonos unas fotos cuando de repente empezamos a escuchar a gente hablando en español. Isaac y yo estábamos parados en la entrada del templo porque habíamos aprovechado para beber un poco de agua (este día también era muy caluroso) y desde ese lugar pudimos ver toda la secuencia de acontecimientos que aquellos españoles hicieron… En tropel, un grupo grande de españoles se disponía a entrar en aquel lugar, hasta el momento, en silencio y digo hasta el momento porque haciendo honor a nuestro desparpajo, se les escuchaba a leguas, gesticulando, riéndose… Su guía japonesa intentaba explicarles la historia del templo pero la mayoría de los españoles pasaban de ella o le hacían bromas, algo que se veía que a la guía no le gustaba porque se sentía incomodada…

Tengo que ser sincera y deciros que en ese momento me sentí avergonzada de que me asociaran con ese tipo de gente cuando digo que soy española, porque para nada me siento identificada con estas actitudes y me esfuerzo mucho para no ser así. Tal fue la vergüenza que sentí que puedo deciros que me enfadé un poco y todo. Considero que no somos nada respetuosos y que yendo en grupo la gente se comporta todavía peor… Quizá en otros países esto no signifique nada, pero en Japón, estos comportamientos denotaban falta de educación e incultura…  En fin, que tuve que respirar hondo y mirar a otro lado, pero en ese momento entendí porqué en otras partes del mundo nos habían tratado algo mal (como nos pasó en EE.UU ya os lo contaré en otro diario de viajes…) y es que yendo gente como esta anteriores a nosotros, ¿Qué esperamos si vamos dando estos ejemplos?

Cuando finalmente entramos en el templo, la verdad es que no nos impresionó mucho porque no era una estructura muy llamativa, sin embargo, sí lo hizo sus dimensiones. Tenía un patio muy grande que imagino era para realizar ceremonias… Apenas estuvimos aquí media hora, debió de ser que entramos con mal pie o porque no era tan impresionante, que nos cansamos pronto del lugar…

Caminamos 40-45 minutos hasta llegar al siguiente templo que queríamos visitar, el templo Kodaiji. Este templo fue construido en el 1606 y pertenece la secta Rinzai del budismo zen.  Una de las principales características del templo es que los edificios fueron construidos en el estilo lujoso de la época de la unificación de Japón. Rodeados por impresionantes jardines diseñados por los principales maestros contemporáneos siendo el más especial un jardín de rocas, que consiste en un gran campo de grava rastrillada destinado a representar la inmensidad del océano. Además de todos estos jardines, este templo también tenía  un pequeño bosque de bambú, que como ya os dije en el Capítulo 11, es algo que me encanta.

Cuando entramos en el templo, tengo que deciros que me impresionó mucho y tal y como os acabo de decir, el jardín me dejó con la boca abierta. Escenificar con gravilla la inmensidad del océano y conseguirlo, me dejó sin palabras.

De nuevo se apreciaba la meticulosidad en el cuidado del jardín, ninguna hoja estaba puesta al azar, no había nada que rompiera la armonía… Es algo muy difícil de explicar porque en España no he visto nada que se parezca, incluso me atrevo a decir que un jardín botánico en España está desaliñado y desordenado si lo comparo con este nivel de perfección. Es un nivel de perfección en la naturaleza que parece que estés dentro de un cuadro…

Al entrar, siguiendo el itinerario recomendado, llegamos a un edificio que tenía una zona de rezo en dónde nos hicieron descalzar como venía siendo habitual. Como las puertas de bambú estaban abiertas, desde allí podías ver el jardín de gravilla, una imagen que te incitaba a la meditación y contemplación y no debí de ser la única persona que sintió esto porque había un montón de gente (locales y turistas), sentada en el suelo, y completamente en silencio. Fue un momento que me gustó porque me maravilló el estar rodeada de gente pero en silencio, sintiendo como en aquel lugar se parase el tiempo… Después del templo y paseando por los jardines, llegamos hasta el bosque de bambú. Era más chiquitito que el del día anterior pero igualmente bien cuidado y con encanto.

Con tanto templo, el  tiempo se nos había echado encima y habíamos tardado más de lo previsto en visitar aquellos tres templos y ya era la hora de comer. Menos mal que justo al lado del templo había un local para poder comer y aún encima ¡no era de comida típica japonesa!  ¡Estábamos de racha!

El restaurante tenía una decoración nórdica súper chula y el menú era muy saludable. Por las paredes del restaurante, había fotos y diplomas del chef en Italia y es que al parecer se había trasladado a Europa para aprender a hacer comida italiana a la perfección. Ya era la segunda vez que nos encontrábamos con que un chef se había traslado al país de origen para aprender a realizar este tipo de platos y considero que tiene mucho mérito ya que en España, por ejemplo, cualquier persona abre un local de sushi sin tener mucha idea de cómo prepararlo a la perfección.

Una de las cosas curiosas del local, es que cuando hicimos el pedido, nos dieron un busca. Te indicaban que te fueras a la mesa y que cuando la comida estuviera lista, el busca pitaba y entonces podías acercarte a la barra para coger la bandeja con tu comanda.

Fue una comida muy agradable, la recuerdo muy rica y sabrosa, una de las mejores sin duda y he de decir que después de tantos días en Japón agradecí comer algo más común y conocido para mi paladar.

Cuando terminamos, nos dirigimos a Higashiyama, como os he comentado al principio del capítulo, el barrio más tradicional de Kyoto. Este barrio se caracteriza porque las calles son estrechas, con edificios de madera y tiendas comerciales tradicionales que evocan una sensación de la antigua capital. Leímos que recientemente se habían hecho reformas para eliminar los postes de teléfono y repavimentar las calles y aumentar de esta manera la sensación de antigüedad.

Higashiyama fue uno de los barrios que más me enamoró y es que era tal cual lo describían en internet. Aquellas calles te trasladaban a un pasado y las tiendas de artesanía era tan espectaculares y especiales, que hacían que fuera un barrio de película.

Entramos en casi todas las tiendas, en las de artesanía, cerámica, pintura… Todo lo que te pudieras imaginar lo había y lo visitamos, eso sí, hecho a su estilo. Fue aquí, en una calle dedicada al incienso, en dónde compramos un incienso muy especial. Digo que es especial porque su olor era espectacular ya que al encenderlos ¡olían a perfume! Como os podéis imaginar no eran muy baratos, pero igualmente decidimos comprar un paquetito de incienso que tenía un olor floral, pero a la vez masculino, un olor que nos gustó mucho. Tengo que deciros que este incienso todavía me dura después de 2 años y en muchas ocasiones enciendo una barrita para trasladarme a aquel momento y ambientar la casa con aromas de Kyoto.

Otra de las cosas curiosas que compramos aquí fue un jabón especial que utilizan las japonesas para limpiarse la cara y que nunca lo habíamos visto. Se trataba de  una bolita gelatinosa, que por su aspecto y textura nos recordaba a una medusa, pero  hecho con materiales naturales. La dependienta, que hablaba un inglés muy básico, nos explicó que ellos lo utilizan para lavarse la cara cada mañana y que las propiedades que tenía la flor de cerezo ayudaban a regenerar e hidratar el cutis. A nosotros el que más nos gustó y que finalmente compramos era de flor de cerezo, ya que tenía un aroma suave y floral.

A medida que iba pasando la tarde el barrio se empezó a llenar de gente. Al parecer, como era viernes, la gente joven de Kyoto tenía como costumbre vestirse de forma tradicional (con los kimonos) y acercarse a la zona de Higashiyama y los templos aledaños. Esto nos llamó mucho la atención porque vimos muchas parejas de adolescentes que iban así vestidos, que se tomaban un helado, que charlaban… Deducimos que sería la forma de ligar de Kyoto, porque no tenía pinta de otra cosa, eso sí, todo muy recatado y educado, como son ellos…

Aprovechando que la multitud estaba empezando a congregarse en la zona, nosotros decidimos parar a tomar un helado y empezar a observar a toda esta gente que iba de un lado para otro. Como os he dicho en los capítulos anteriores, esto lo fuimos practicando mucho durante todo el viaje y es que era una forma más de aprendizaje, de ver cómo son ellos de forma natural sin que sepan que los están observando.

Esta vez el helado lo pedimos de un sabor conocido: chocolate y vainilla. Sin embargo, seguían sin parecerse a los que tenemos nosotros en España. Ahora, con más conocimiento, comprendo todas esas sensaciones y es que ellos apenas utilizan el azúcar en sus comidas y postres y si lo usan son en menores cantidades…

Finalmente y para terminar el día, nos dirigimos hasta el templo Kiyomizudera, que nos costó un poquito de encontrar porque íbamos algo empanados… Empezamos a ver que la gente iba en una dirección pero nosotros estábamos convencidos que el templo estaba en la dirección opuesta… Cosas que ocurren cuando te empanas un poquito, pero nada que no se pueda solucionar preguntando a alguien…

El templo Kiyomizu-dera es uno de los templos más famosos de Japón. Fue fundado en el año 780 y construido en donde emanan aguas puras de la cascada Otowa y es Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1994.  La cascada Otowa se divide en tres corrientes donde la gente, con la ayuda de unos palos largos que al final tienen un pequeño cazo, pueden  beber de ellas. Cada corriente de agua se dice que tiene un beneficio diferente: uno es el de la longevidad, otro es el del éxito en la escuela y la otra es una vida afortunada en el amor. Sin embargo los japoneses consideran que beber de las tres corrientes es codicioso, que solo debes de beber de uno.

Este templo también es muy conocido por su fachada de madera, que sobresale de la sala principal 13 metros por encima de la colina, por lo que ofrece una buena vista de los árboles de cerezo que rodean el templo. Además, este templo  fue construido sin el uso de clavos, simplemente haciendo que las vigas de madera coincidieran entre ellas, sin sujeción.

Detrás de la sala principal se encuentra el santuario Jishu, un santuario dedicado a la vida del amor y a las citas (por eso había tantas parejas por la zona… Lo entendimos cuando entramos en el templo). En el santuario hay dos piedras colocadas a 18 metros de distancia. Se dice que si quieres encontrar el éxito en el amor, tienes que pasar de una piedra a otra con los ojos cerrados y que si tocas la última piedra en el camino tendrás suerte para encontrar el amor. Esto también lo puedes hacer con la ayuda de alguien que te guie de una piedra a la otra, aunque esto significa que necesitarás un intermediario para tu búsqueda del amor.

En el templo, había gente por todas partes. Deducimos que al ser viernes y a las seis de la tarde no era el mejor momento para encontrar la relajación en aquel lugar. Vimos muchos turistas, turistas españoles a montones y también locales.

Fue curioso porque la zona que más gente había era en la parte central del templo, en dónde había unos pesos que tenías que levantar verticalmente. No sé muy bien cómo explicarlo, pero era algo parecido como levantar la espada del rey Arturo, para que os hagáis una idea.

Allí había unos escolares que estaban muy emocionados intentando levantarlo, pero aquello parecía imposible. No conseguimos saber lo que significaba levantar aquel peso, solo sé que Isaac se puso a hacerlo él solo y que tampoco consiguió. Allí también había un chico de Murcia que también lo intentó solo pero tampoco lo consiguió.  La novia de ese chico le dijo a Isaac “¿Por qué no lo hacéis los dos españoles a la vez?” Algo que a los japoneses no se les había ocurrido por la cara de asombro que pusieron al ver a Isaac y aquel chico levantando aquel peso… Así que entre los dos, con esfuerzo coordinado consiguieron levantarlo. Aquellos escolares empezaron a gritar con cara de alucinación, como si nunca antes hubieran visto algo parecido. Entonces ellos, al ver que juntos  podrían conseguir levantar aquel peso, todos juntos lo volvieron a intentar  pero aún y así no lo conseguían…. Ellos miraban a Isaac y a aquel chico de Murcia con cara de sorpresa, frustración… Pero allí los dejamos, intentándolo hasta la saciedad…

He decir, que al igual que critico nuestros malos comportamientos, esto me gustó mucho. Ahí vi que también tenemos espíritu de equipo y que juntos, es como se consiguen las cosas, una mentalidad que los japoneses no tienen, ya que son más individualistas. Así que las cosas buenas también las quiero dejar plasmadas.

Al salir de la sala principal nos fuimos a la zona del santuario Jishu, un santuario realmente alegre y con motivos amorosos por todos los lados. Había un montón de parejas adolescentes que estaban intentando hacer el recorrido de una piedra a otra, rezando y comprando amuletos para intentar tener suerte en el amor. En Japón, en cada templo tienes el amuleto acorde a la deidad a la que estás adorando. Como  nosotros estábamos de “luna de miel”, me salió del corazón comprar un amuleto para la longevidad del matrimonio. Hasta yo misma me sorprendí, e Isaac que me miró con cara de “¿me lo estás diciendo en serio?” Pero no sé por qué, el corazón me decía que tenía que comprarme un amuleto en aquel mismo lugar, porque estaba bendecido, así que, sin dudarlo mucho, lo compré.  Hoy en día tengo el amuleto en el armario, también pensando donde colocarlo… Pero ahí lo tengo, just in case.

Al salir del santuario del amor, nos dirigimos a una pasarela de madera, que era como una terraza desde donde veíamos toda la ciudad de Kyoto a nuestros pies. Allí nos pasó algo muy gracioso porque había un hombre japonés que estaba súper eléctrico, hablaba con todos los turistas y era súper espontaneo, algo poco habitual en ellos. Pero lo curioso era que se ofrecía para hacerte una foto con las vistas de Kyoto de fondo, sin pedirte nada a cambio. Como no sabía inglés, lo que hacía era literalmente quitarte la cámara de las manos, que fue lo que literalmente nos hizo a nosotros y después te mandaba posar. Pero claro, tú te quedabas un poco en shock porque no sabías para nada sus intenciones y como os digo, parecía un japonés algo extraño. Nuestra sorpresa fue que las fotos que nos hizo quedaron súper bien y nos dimos cuenta de que lo único que quería aquel hombre era que nos fuéramos con el mejor recuerdo del lugar… Le agradecimos mucho el que nos hiciera aquella foto, pero interiormente nos supo mal pensar que nos iba a llevar la cámara o algo así, solamente por su apariencia. Estas reacciones son el resultado de vivir en alerta.

Antes de terminar la visita en el templo, fuimos a beber de los tres chorros. Como había tanta gente, no podías elegir de qué chorro querías beber, simplemente te ponías a la cola y la suerte decidiría por ti si te tocaba el de la longevidad, el amor o el de la suerte en la escuela… Aún es hoy que no sabemos exactamente el chorro que nos tocó, pero nosotros preferimos pensar que fue el de la longevidad y el amor… jajaja

Ya de regreso al hotel nos pusimos a hacer el último paseo del día, una horita más a pie. Fue en ese momento cuando Isaac, al empezar a caminar me dijo que no se encontraba muy bien, que estaba un poco mareado. Siendo sincera, confieso que no le hice mucho caso porque siempre anda quejándose de cosas y pensé que se le pasaría.

A mitad de camino, paramos en un supermercado para comprar algo para cenar, algo tipo yogur, fruta,… pero Isaac me volvió a decir que no quería nada (algo muy raro en él) que no se encontraba muy bien del estómago. En ese momento empecé a tomarme en serio la situación, pero no quise decirle nada para no asustarle.

El camino se nos hizo bastante largo porque Isaac iba a peor a pasos agigantados y yo solamente deseaba llegar al hotel porque si se llega a caer allí en medio hubiera sido un buen percal.

Cuando llegamos al hotel, yo confiaba que con una ducha y descanso se le quitaría este tema de la cabeza y se encontraría mejor, sin embargo, Isaac se tiró en la cama y no quiso ni que le diera parte de mi yogur… Fue en ese momento cuando ya me empecé a preocupar de verdad. Intenté animarlo diciéndole que se le pasaría, que mañana estaría mejor, pero él me decía que tenía hasta ganas de vomitar… Sin apenas cenar, y mareado, nos metimos en cama con la esperanza de que a la mañana siguiente se encontrara mejor…

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