Top

ARASHIYAMA – KYOTO

Amanecimos deseosos de salir del hotel y comenzar a visitar a fondo Kyoto. El día anterior en la ciudad nos había dejado un buen sabor de boca y teníamos la sensación de que esta ciudad no nos iba a dejar indiferente (si quieres leer cómo lo pasamos en Kyoto el día anterior te recomiendo que hagas clic en el Capítulo 10).

Pero lo primero de todo era desayunar y tengo que deciros que este fue el mejor desayuno de todo el viaje ¡nos pusimos las botas! El buffet constaba, al igual que en los hoteles anteriores, de una zona más tradicional con comida japonesa como: algas, fideos, pescado ahumado… Una zona más occidental con huevos revueltos, salchichas, ensalada… Una zona más standard con fruta, tostadas, cereales y smoothies. Todo era super completo pero lo que más nos llamó la atención fue que en la zona occidental había platos como spaghettis a la carbonara, patatas fritas… No lo entendimos mucho pero tengo que confesaros que en nuestro desayuno (como iba a ser la comida más importante del día) cogimos hasta un poquito de esos platos…

Mientras estábamos en el comedor nos dimos cuenta de la forma tan diferente que tienen de comer si lo comparamos con la nuestra. Ellos comen en abundancia a primera hora de la mañana y a medida que va pasando el día van dejando de comer. Cumplen a raja tabla el dicho que dice “desayuna como un rey, come como una persona humilde y cena como un vagabundo” o algo así es… y  sin duda creo que es lo mejor porque ¿ os habéis dado cuenta de lo delgados y fibrados que son?

Otra de las cosas que nos sorprendió de aquel desayuno fue que cuando terminamos de comer y salimos del buffet, cada una de las camareras (eran todas chicas) con las que nos íbamos cruzando nos hacían una reverencia a la vez que nos daban las gracias con una amplia sonrisa en la cara. Notamos que agradecían nuestra presencia en el hotel porque para ellos significaba trabajo y su manera de agradecerlo era aquella. Reconozco que en España no somos así para nada, siempre quejándonos y, en fin, que ellos, a pesar de la perfección con la que lo realizan todo, siempre tienen una sonrisa para ti (como os digo, en este viaje aprendí muchas cosas…).

Una vez estuvimos listos para salir del hotel nos fuimos a la estación de tren porque íbamos a empezar el día visitando el barrio de Arashiyama, que estaba a las afueras de la ciudad. Este pueblo lo conocí porque cuando estábamos preparando el viaje había visto en varias revistas y en internet que en Kyoto había un bosque de bambú que era una visita obligada. Desde el primer momento me atrajo mucho este lugar y por supuesto pensé “tengo que ir allí sí o sí”. Yo sinceramente creo que tengo una relación especial con el bambú. No es que sea una planta (porque sí, es una planta) muy bonita, pero me gusta su color verde intenso y a la vez sus características, que sea dura pero maleable, flexible y rígida…  No sé le encuentro un encanto peculiar.

Investigando me di cuenta que el bosque de bambú no estaba en el centro de la ciudad o alrededores, sino que más bien estaba en un barrio de las afueras y que para llegar hasta allí tendríamos que coger un tren de corta distancia, pero eso, a estas alturas del viaje ¡ya no era un problema!

Como era habitual, nosotros a las 8 ya estábamos llegando a la estación de Kyoto. De nuevo la estación nos volvió a impresionar y es que como os dije en el capítulo anterior era super moderna, toda de cristal y ¡como si tuviera 16 o 20 pisos de altura! Sin duda una de las mejores estaciones que había visto hasta el momento.

No tuvimos ningún problema a la hora de encontrar el tren ni el andén y recuerdo que fuimos de las primeras personas que se subieron en él. Sin embargo, poco a poco, el tren se fue llenando de turistas como nosotros. Fue entonces cuando me di cuenta de que no iba a ser fácil sentir la soledad en aquel bosque que tantas ganas tenía de visitar…

El paisaje que veíamos a través de la ventana del tren era muy diferente al de la ciudad de Tokio o incluso a la ciudad de Nagano. No sé cómo explicarlo, pero sentía que la gente era distinta, humilde se podría decir, tanto por su forma de vestir como por los colores de sus ropas algo más apagados. Las viviendas también me lo parecían, por la estructura, por la ropa tendida en los balcones (incluido los futones), algo que no había visto hasta el momento. Pero a pesar de eso, no me desagradaba para nada ya que lo hacía todo más real, más auténtico…

Cuando llegamos a Asahiyama nos sorprendió mucho el barrio, ya que estaba formado en su totalidad por casas de madera de dos alturas como mucho y rodeadas de montañas llenas de vegetación. Habíamos leído que Arashiyama había sido un destino popular entre nobles de la época para poder disfrutar de este entorno natural.

Lo primero que hicimos, a pesar de que no lo habíamos “planeado” así, fue ir al bambú Grove. Como habíamos visto tanta gente en el tren, tenía la esperanza de que si íbamos pronto, al menos podríamos disfrutarlo un poco más, pero cuando llegamos allí me sentí muy decepcionada. En mi cabeza me había imaginado un sendero rodeado de bambú de inmensa altura, en un ambiente puro, tradicional y natural. Sin embargo, el sendero del Bambú Grove era compartido para peatones, coches, motocicletas y también bicicletas. Todo estaba lleno de gente y la verdad es que no me gustó nada. ¡Fue una decepción máxima!

Isaac, aunque no había esperado tanto del lugar también estaba decepcionado, pero a diferencia mía, que seguía en shock intentando digerir la situación, él optó por quitarse esa mala sensación del cuerpo con algo dulce y mientras yo pensaba alternativas, que quizá este no era el sitio adecuado… ¡él se fue a comprar un helado! Cuando reaccioné y volví a la tierra ya lo tenía delante de mí ¡comiéndose un helado de flor de cerezo ni más ni menos! ¡como si no hubiera comida suficiente para desayunar que necesitaba comerse un helado a las nueve de la mañana! (helado artesano por cierto que el sabor no le entusiasmó mucho según me dijo después). Este hombre es terrible, pero me gusta esos puntazos que tiene porque yo sin embargo, me quedé en bucle intentando analizar ¡por qué! Y hay veces que no hay un por qué… o sí…

Sin perder mucho más tiempo decidimos ir al siguiente punto de interés de Arashiyama para nosotros que sería el templo Tenryuji.

Este templo era uno de los más importantes del distrito. Este templo ocupó el primer lugar de entre los cinco grandes templos zen de la ciudad y actualmente está considerado Patrimonio de la Humanidad. El templo fue importante porque fue la principal escuela de la secta Rinzai del budismo japonés. Fue construido en 1339 y en varias ocasiones los edificios del templo fueron destruidos en incendios y guerras a lo largo de los siglos, sin embargo, el jardín fue lo único que sobrevivió en su estado original a lo largo de los siglos a pesar de todas las inclemencias.

Cuando llegamos al templo y después de comprar la entrada, lo primero que visitamos fue este famoso jardín. Al ser la primera hora de la mañana los jardineros estaban trabajando y pudimos ver cómo podaban los setos, dándoles unas formas peculiares y redondeadas. Para conseguir todos esos resultados maravillosos utilizaban una maquinaria que nunca habíamos visto en España (no tenemos mucha experiencia en jardinería tampoco, todo hay que decirlo) y las movían de tal forma haciendo que las formas circulares fueran predominantes. Su forma de trabajar era tan pulida que hasta parecía una tarea sencilla. Tanto nos llamó la atención su trabajo que nos sentamos en un banquito del jardín para poder ver al detalle cómo trabajaban y hacer lo que más nos gusta, observar.

Después de un ratito sentados nos perdimos por el jardín zen hasta llegar a la zona central en la que se encontraba un gran estanque, sin duda el más grande que habíamos visto hasta el momento. Como en todos los estanques japoneses había carpas, pero en este caso eran negras, por lo que no eran tan bonitas como las típicas naranjas y blancas (solo era un apunte, ya que si hubieran sido de colores hubiera sido ¡amazing!).

Una vez visitado el exterior del templo decidimos entrar dentro, sin embargo, tuvimos problemas para encontrar la entrada. Nosotros veíamos gente dentro, pero ¡no sabíamos por dónde se entraba y todo estaba en japonés! Íbamos para un lado, para otro y nada… Decidimos pararnos, pensar y analizar la situación. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que para poder entrar en el templo teníamos que salir literalmente del jardín y volver a entrar en el recinto del templo, algo un poco extraño e ilógico ya que habíamos pagado la entrada previamente pero así es todo en Japón, ¡como menos te lo esperas!

Nos descalzamos para poder entrar y esta vez tuvimos que dejar los zapatos en una estantería. Inmediatamente después de descalzarme pensé que cualquiera podía coger tus zapatos o darte el cambiazo. Esto es lo que probablemente pasaría en España, pero en Japón eso no sucede… La verdad es que la picardía española estaba jugando malas pasadas y es que a ellos, con su mente honrada y nobleza ¡ni se les pasa por la cabeza!

En el templo lo primero que fuimos a visitar fue la sala principal y he de deciros que era igualita que en los dibujos-películas japonesas, con las paredes y puertas de tela. Pero lo más impresionante de todo era que ¡Estaban pintadas a mano! Sin duda era una auténtica obra de arte. El dibujo más característico y más conocido del templo era un dragón pintado en blanco y negro sobre una tela beige que resaltaba por completo la intensidad del dragón, simulando incluso que estaba en movimiento ¡una pasada!

Las salas del templo apenas tenían muebles ni decoración alguna, eran espacios abiertos, con tatamis en la zona central para que pudieras sentarte a admirar aquellos espacios abiertos con vistas al jardín. Yo me sentía en plena armonía zen en aquel momento ¡porque estar allí te transmitía una relajación máxima! Recuerdo que estuvimos un ratito allí sentados, dejándonos llevar por aquella sensación que predominaba en el ambiente y he de decir que no fuimos los únicos que sentíamos aquella serenidad…

El templo también tenía una pequeña zona de rezo con una pequeña estatua de Buda. Para poder llegar hasta él solamente tenías que seguir un sendero de madera con un pequeño tejado que te protegía en caso de lluvia, todo muy elaborado y pensado hasta el más mínimo detalle.

He de deciros que esta zona de rezo con el Buda no nos llamó nada la atención, de hecho lo vimos y nos dimos vuelta porque después de lo bello que era el lugar, aquello no nos decía nada.

De regreso a la zona central del templo, iba yo tan a gusto disfrutando de la sensación de pisar aquella madera tan suave, pulida, resbaladiza y calentita que mientras hacía el tonto con los pies intentando sentir más y más la madera debajo de mí, ¡Me terminé cayendo de culo en una de las pocas escaleras que había! Fue un momento un poco cómico y embarazoso, más que nada porque yo ese día me había puesto vestido. Ya os podéis imaginar la escena… Isaac riéndose y lamentándose por no haber tenido la cámara encendida en ese momento y yo asimilando que estaba allí en medio, tirada con el vestido subido y gente local mirándome… He de decir que no me hice nada de daño, pero he de decir también que, aunque en un principio pasé mucha vergüenza, pasados esos minutos  ¡me empecé a reír a carcajadas de mí misma!

Después de mi “caída” decidimos terminar la visita, y dirigirnos al templo Adanshino Nenbutsu-Ji, un templo mucho menos conocido que el anterior. Tan desconocido era que cuando nos dirigimos hacia él por el pueblo, poco a poco las calles se fueron quedando desiertas, siendo nosotros lo únicos que estábamos por allí. Acostumbrados a la gente, pensamos que quizá nos estuviéramos perdiendo, pero no, todo iba por el buen camino…

Después de media hora caminando dirección a la montaña, finalmente empezamos a ver puestecillos de souvenirs, lo que significaba que el ¡templo estaba cerca!

Cuando llegamos al templo, vimos que la entrada estaba bastante escondida y apenas nos encontramos con cuatro turistas a la entrada. Este templo lo había encontrado Isaac por casualidad cuando estábamos planeando la visita a Arashiyama. Él había leído que era uno de los más importantes, ya que dentro había cientos de estatuas de piedra que simbolizaban las almas de las personas muertas en aquel pueblo. Esta iniciativa la llevó a cabo un monje budista a principios del s.IX y he de deciros que impactan. Las estatuas eran pequeñas, de unos 50 cm, pero podría haber 1000 o más en la zona central del templo. ¡una pasada!

Aunque estábamos muy a gusto paseando por el templo y observando aquellas estatuas, no sé por qué, el templo estaba plagado de moscas. Aunque a Isaac le encantan los animales, los insectos le ponen bastante nervioso y ya se puso algo irritado, sin embargo, lo mejor  estaba por llegar…

Recorriendo la estancia nos entretuvimos viendo una figurita de Buda muy graciosa. Los japoneses tienen como tradición vestir las estatuas de piedra porque creen que tienen frío, como nosotros, ya que creen que tienen alma. Por eso te puedes encontrar figuras con gorro, mantita… Aunque sabía que no se podían hacer fotografías, no me pude resistir y le hice una porque este buda era muy gracioso (sorry).

Justo al lado del Buda dormido, vimos que había un sendero que te llevaba hacia algún lugar… ¿¿¿ y cuál fue mi sorpresa ???? ¡¡¡ Justo ese sendero te llevaba a un pequeño bosque de bambú!!! Y este sí que era el bosque impresionante que había visto en todas las fotos en Internet.  ¡Este sí que era mi bosque! ¡Mi solitario y tranquilo bosque! ¡Que alegría que sentí en aquel momento!

El bosque era frondoso y estaba muy cuidado. El sendero era de madera de bambú, y todo estaba en perfecta armonía, como si estuviera dentro de un decorado perfecto. La única pega que podía haber es que, además de estar nosotros allí, también había una pareja de franceses que se habían apoderado del bosque para sacar la mejor fotografía. A pesar de eso, disfrutamos mucho de poder ver un auténtico bosque de bambú, y sobre todo, que estuviera “casi” vacío para poder sentirnos absorbidos por esa atmósfera zen.

La verdad es que me encantó verlo y valió la pena recorrer todo el pueblo hasta llegar a ese templo, porque si no hubiera sido así, seguramente no hubiera podido ver el auténtico bosque de bambú. Creo que el destino se estaba poniendo de nuestra parte: Isaac con la Nissan Gallery y yo con el bosque de bambú… ¡Es genial cuando suceden cosas así!

La vuelta a la estación he de decir que fue un poco caótica, la ida había sido como dejarse llevar, pero es que la vuelta fue un descontrol. No sé qué hicimos que nos desviamos de dónde habíamos venido y empezamos a dar vueltas por en medio del vecindario. Sin darnos cuenta, nos encontramos en medio de los campos de arroz, de huertas, y de las típicas casas japonesas de madera. ¡nos habíamos perdido! Yo empecé a ponerme un poco nerviosa porque apenas podía situarme y ¡tampoco había nadie a quién pudiéramos preguntar!

Finalmente, y a suertes, nos decidimos por una calle al azar y cuando llevábamos ya un rato caminando, empezamos a ver a cuentagotas otros turistas. Esto me tranquilizó, ¡por una vez me alegraba de ver a turistas!

De camino a la estación nos encontramos con otros templos más locales hechos de madera. Recuerdo que uno de ellos tenía una puerta de madera muy grande que me llamó la atención y me paré para hacerle una foto. Cuando estaba enfocando, de repente, Isaac se puso detrás de mí, me agarró la mochila y me empezó a zarandear. ¡¡¡Qué susto me pegué!!! ¡¡¡Pensé que me iba a dar un ataque!!! Isaac me soltó de golpe y cuando lo busqué con la mirada ¡ya estaba en la otra acera!¡había volado! Todo sucedió tan rápido y sin venir a cuento que no entendía nada. Con el corazón a mil, crucé de acera y le pregunté: “Pero ¿¿qué pasa??” y él me dijo: “¡¡¡Había un helicóptero!!!” Isaac se refería a una avispa japonesa o avispa asiática que al parecer había pasado rozándonos y como ya os dije antes que Isaac no se lleva bien con los insectos, me había utilizado para protegerse como si fuera su escudo… Tengo que reconocer que su instinto de supervivencia es super veloz, porque ¡yo no me había enterado de nada!

Después del susto, nos fuimos de nuevo a la estación para regresar a  Kyoto. Nos bajamos en una estación secundaria ya que estaba más cerca del Castillo Nijo, nuestro siguiente monumento a visitar. Sin embargo, como ya era la hora de comer, decidimos almorzar por la zona.  Y de nuevo empezaba el dilema, ¿qué íbamos a comer?

Justo al lado de la estación, había como un pequeño centro comercial con pequeños restaurantes de todo tipo. Encontramos restaurantes de comida japonesa, italiana y un Kentucky Fried Chicken. Ya sabemos que no es bueno para nada, pero nuestro cuerpo nos pedía algo de proteína, así que caímos en la tentación del Fried Chicken.

Al terminar de comer nos fuimos a ver el castillo Nijo. Este castillo se había construido en 1603 como residencia en Kyoto de Tokugawa Ieyasu, que era el primer Shogun del período Edo. Los edificios del palacio son posiblemente los mejores ejemplos que quedan de la arquitectura de la Edad Feudal en Japón y el castillo fue señalado como Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1994.

Al llegar a la zona del castillo, nos pusimos a la cola para comprar las entradas y allí esperando nos cruzamos con un hombre japonés que llevaba a su Akita a pasear. Era la segunda vez que veía un perro de raza Akita en Japón y no me resistí a tocarlo. Cuando lo hice, me pareció un perro muy loco, era muy activo y empezó a dar vueltas y saltos sobre sí mismo. Nunca me hubiera imaginado esa reacción, porque la verdad que pensaba que eran más serios, aplacados… Pero de todos modos me pareció una raza preciosa, el pelo tenía un color beige-marrón muy bonito y parecía como si fuera un zorro en miniatura.

Al entrar al castillo me gustó un montón, porque para poder acceder al interior tenías que pasar por tres áreas diferentes de defensa: el honmaru que es un círculo principal de defensa, el ninomaru que es un círculo de defensa secundaria y algunos jardines que rodean estos dos círculos. Los terrenos están rodeados por unos muros de piedra, que a la vez están rodeados por pozos de agua.

Una vez dentro del palacio te tenías que descalzar, por supuesto, pero ya iba con otra mentalidad después de lo sucedido esta mañana y no haría el tonto por si acaso.

El palacio se componía de varios edificios separados que están conectados entre sí por pasillos, que son los llamados pisos del ruiseñor porque tienen la peculiaridad de que chirrían cuando se pisa por encima de ellos, como medida de seguridad contra los intrusos (Esto es lo que Isaac sintió el día anterior en el templo Sanjusangen-do, que la madera chirriaba de una forma especial…). Las diferentes salas del castillo tenían diferentes utilidades: una sala de audiencias para el shogun, dónde sólo los visitantes de más alto rango podían entrar (como curiosidad deciros que en esa sala el shogun tenía escondidos a sus guardaespaldas en unos armarios situados detrás suyo, en caso de que necesitara protección cuando se reunía con alguien), habitaciones más interiores que hacían la función de oficinas y finalmente salas de estar, de acceso restringido para todo el mundo a excepción del shogun y de sus asistentes femeninas (…).

Lo que más me gustó fueron las puertas del castillo, que eran puertas correderas, decoradas, pintadas a mano y con pan de oro. La verdad es que llamaba muchísimo la atención la paciencia con la que aquella gente había decorado aquellas puertas tan bonitas, llegando hasta el más mínimo detalle, al igual que en el templo de Arashiyama.

La visita al castillo Nijo fue como entrar dentro de un laberinto o al menos esa fue nuestra sensación. Estaba claro que querían evitar a toda costa que el Shogun fuera encontrado, siendo su protección lo más importante.

Cuando salimos del castillo y fuimos al jardín pudimos apreciar que, de nuevo, era impresionante. Tenía también un estanque muy grande y los árboles parecían majestuosos, elegantes y perfectamente cuidados, según leímos había hasta 400 árboles de cerezo rodeando el castillo.

Antes de finalizar nuestra visita nos dirigimos a la tienda de souvenirs. Recuerdo perfectamente este momento porque fue aquí en dónde nos compramos un ninja muy gracioso que decora nuestro salón. La peculiaridad de este souvenir es que cuando le das cuerda empieza a dar volteretas como si de un auténtico ninja se tratara ¡Me encanta y le tengo mucho cariño!

Después del Castillo y para cambiar algo de temática, nos fuimos al  Nishiki Market. Hicimos este recorrido a pie y aunque ya llevábamos bastante andando, como teníamos energía, lo hicimos bien (no os exagero pero ese día caminamos 20km, avalado por una pulsera técnica).

Cuando llegamos a Nishiki Market nos encontramos con un mercado estrecho, de 5 calles que se unen entre ellas para formar un bloque comercial bordeado por un centenar de tiendas y restaurantes. Este mercado es muy popular en Kyoto porque es un mercado minorista, especializado en todos los alimentos relacionados con pescados, mariscos frescos, cuchillos, utensilios de cocina, etc. Además es el mejor lugar para encontrar alimentos de temporada y especialidades de Kyoto, tales como los dulces japoneses, encurtidos, mariscos secos y sushi.

Lo que más me gustó fue que tiene una historia de varios siglos y muchas de las tiendas han sido regentadas por las mismas familias durante generaciones. El origen de este mercado comenzó inicialmente como lugar de venta de pescado al por mayor, con la primera apertura de un local alrededor del 1310. Sin embargo, más tarde, se trasladaron una mayor variedad de tiendas y la zona pasó a ser un mercado de al por mayor a minoristas.

Lo mejor de todo es que aquí podías darte cuenta de que era un mercado real, donde la gente de Kyoto compraba, además de ser una atracción turística, lo que le daba más importancia si cabe. Lo malo de eso es que apenas se podía caminar y observar los puestos a la vez, debido a la cantidad de gente que había.

Pudimos ver los típicos puestos de pescado vivo, metidos en bolsas que simulaban una pecera, para que pudieras llevártelo lo más fresco posible a tu casa. También había puestos de sushi mezclados con puestos de souvenirs, dulces… Todo junto, uno al lado de otro.

Sin nada que nos apeteciera comprar, decidimos dar por finalizado el día, regresando al hotel siguiendo las indicaciones de Isaac obviamente, porque mi orientación brillaba por su ausencia en este viaje… Pero antes de llegar, como teníamos un poco de hambre y eran las 19:00, decidimos parar en un Starbucks para tomarnos un frappé de vainilla, nuestro favorito. No estábamos siendo muy saludables en nuestra dieta, estaba claro, pero bueno, como esto no lo hacíamos habitualmente, decidimos dejarnos llevar.

Aprovechando que aquí había wifi navegamos un poco para ponernos al día de todo lo que había sucedido en las redes sociales, saltándonos también nuestra norma no escrita de aislarnos lo máximo posible. ¡Hoy nos saltábamos todo! Y es que  a veces ¡las normas están para saltarlas!

De regreso al hotel, pasando por la famosa estación, nos fijamos en una tienda que tenía unos souvenirs super especiales. Se trataban de telas dibujadas a mano con los símbolos más emblemáticos del país. Nos pareció tan original que no pudimos controlar la tentación de comprar una para tenerla en casa y recordarnos por siempre de aquel viaje.

Cuando llegamos al hotel estábamos tan cansados y con la barriga llena que solamente tuvimos fuerzas para ducharnos, ver algo la tele y caer rendidos en un sueño profundo.

Muchas gracias por leernos y animarnos a seguir trabajando.

¡Muchos besos!

post a comment