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PRIMER DÍA EN SYDNEY

Aunque no habíamos puesto despertador (raro en mí) nos despertamos con la luz del sol, un sol de finales de primavera que se agradecía mucho, ya que en España habíamos dejado las nueves y las lluvias. Pero en el momento en el que agradecía el vivir ese despertar tan diferente pensé “¡mierda! ¡Seguro que son ya las 10 de la mañana y nosotros aquí todavía!”  Pero cuando miré el reloj y vi que ponía las 06:30 de la mañana me quedé en shock, a la vez que sentí una enorme alegría. Allí era así, a las 06:30 el sol brillaba con tanta fuerza como lo hace en España a media mañana, por eso, su horario es totalmente diferente al nuestro y las calles ya estaban llenas de gente que se iba a trabajar.

Cuando nos vestimos y abrimos la puerta de nuestra habitación, volvimos a la realidad de dónde nos habíamos alojado. Cuando intentamos desayunar, la zona de cocina, habilitada para ello, era un desastre. El desayuno era todo “do it yourself” y casi que nos teníamos que pelear con el resto de gente por las cucharas, platos… Cuando conseguimos ganar la lucha por las cucharas y eso, desayunamos bien: unas tostadas, cereales, cafecito… La sensación que teníamos no era agradable, porque no pensábamos que iba a ser todo tan cutre, pero bueno, era lo que había. Aunque también me daba la sensación de que debíamos de ser nosotros los únicos exquisitos, porque el resto de gente parecía que estuviera a gusto, de hecho, había gente mayor y todo alojándose allí…

A las ocho de la mañana ya estábamos recorriendo las calles del centro y nada tenía que ver al paisaje que nos habíamos encontrado el día anterior. El sol brillaba, las calles estaban llenas de ejecutivos que se iban a trabajar, estudiantes y lo mejor era que había gente multiracial. Los edificios, mejor dicho rascacielos, eran impresionantes y la ciudad tenía vida.  Todo era idílico, ¡hasta los árboles me encantaban! Nunca los había visto antes, eran unos árboles con flores lilas preciosos, se llaman Jakaranda Tree y creo que se ha convertido en uno de los árboles que más me gustan…

Esa mañana, nuestra intención era la de hacer un tour gratuito por el centro, pero empezaba a las 09:00 y todavía eran las 08:00. Como eran tantas las ansias que tenía por ver la Ópera de Sydney que le dije a Isaac “Vamos a pasar del tour y vemos la ciudad a nuestro aire que ¡no me aguanto más!”

Así que seguimos la calle hasta el final en línea recta y fuimos a parar a un parque. Entre las hojas de los árboles podíamos ver el mar, un crucero, más barcos… E instintivamente, empecé a acelerar el paso, esquivando a la gente, buscando con la mirada el icono que más ilusión me hacía ver… Y de repente, cruzamos todo ese camino de árboles y nos encontramos de frente con esa belleza icónica de Australia: la Ópera House. En aquel momento sentí tal emoción que se me apretó el corazón, incluso me atrevería a decir que los dos teníamos hasta ganas de llorar (aunque nos aguantamos). Lo habíamos conseguido, allí estábamos después de todo el esfuerzo, adversidades, habíamos alcanzado nuestro sueño. Tal fue la emoción que necesitamos tomarnos unos segundos en silencio para cada uno, para poder gestionar todo lo que estábamos sintiendo.

En  la zona en la que estábamos había un embarcadero desde dónde salían diferentes barcos a los distintos barrios de la bahía de Sydney. También había una zona en la que atracaban los cruceros, de hecho, aquel día había el crucero Queen Elisabeth atracado.

Toda Sydney está rodeada por mar, por lo que fuimos primeramente dirección al Harbour Bridge, la zona de The Rocks, en la que los primeros habitantes se habían instalado. Lo habían hecho en aquella zona porque allí había una especie de almacén (que ahora era un museo) en la que vendían las mercancías que llegaban desde Europa.  Ahora se había convertido en un barrio pijo, lleno de galerías de arte y cafeterías.

Después deshicimos el camino y nos fuimos a ver la Ópera más de cerca y he de deciros que me pareció un edificio super especial. Las bóvedas, aunque no lo parezca, están llenas de azulejos blanco mate y blanco brillante, ¡todo lleno! Imaginaros esos pequeños azulejos colocados en forma bovedada ¡y que no se caigan! Habíamos decidido no visitar el interior porque lo que más nos gustaba era básicamente su estructura, su situación… Así que nos sentamos allí un buen rato disfrutando y admirando aquella maravilla arquitectónica.

Fue un paseo muy entretenido y aunque parecía que todo estuviera cerca, no lo estaba para nada. De hecho, sin darnos cuenta se nos echó el tiempo encima y ya era la hora de comer, las 12:30. Así que regresamos a la zona desde dónde salían los ferrys y compramos unos wraps en un puesto ambulante. A esa hora, la zona estaba super ambientada porque los ejecutivos hacían lo mismo que nosotros y también compraban la comida y se sentaban en el césped con la Ópera como telón de fondo. Por si esta comida no fuera de lujo, había un aborigen que mezclaba la música tradicional con la electrónica que le daba ya el toque final a la situación. Sin duda una de las mejores comidas de mi vida ¡y es que no necesitaba más!

De postre, decidimos irnos a un Starbucks a tomar un cafecito y de paso conectarnos a la wifi para decirles a nuestros padres que estábamos sanos y salvos. Creo que tal era el miedo-nervio que tenían mis padres que cuando yo les escribí, ¡me respondieron al momento! contando que en España sería de madrugada, ya os podéis imaginar como estaban… Pero bueno, se alegraron mucho de que estuviéramos bien y de que estuviéramos disfrutando tanto.

Como detalle curioso, deciros que en el Starbucks vimos a un chico de nuestra edad más o menos que llevaba una perrita bóxer (nuestra raza favorita) ni más ni menos, dentro de una mochila para perros de un tamaño considerable. Aunque era todavía cachorrita, ya la iba educando para la vida en una gran ciudad… No pudimos resistirnos ante una perrita tan y tan bonita, por lo que le pedimos al dueño si nos dejaba achucharla un ratito… Os dejo las fotos para que veáis que no exagero.

Después de comer, nos subimos en un ferry con destino Manly, uno de los barrios residenciales cercanos a la ciudad de Sydney, famoso por su playa y tiendas dedicadas al surf. Pero el viaje hasta Manly ya fue super chulo, porque pudimos ver la Ópera desde el barco, con todos los rascacielos de fondo, vamos, una imagen para el recuerdo…

Cuando llegamos a Manly nos dedicamos a pasear por la zona interior de este pequeño barrio, la zona en la que el mar estaba más calmado. Pudimos ver diferentes calas, se podrían llamar de esta manera, en la que justo al lado de la playa, había como unas piscinas naturales, en las que se iba renovando el agua con el movimiento del mar. En otras calas, vimos como había una especie de red que impedía el acceso por mar a “tiburones” suponemos, a la zona de baño. Con los días fuimos comprendiendo que aunque hay unas playas preciosas, hay zonas en las que no te puedes dejar llevar por esa belleza y tienes que bañarte en piscinas que hay por la zona… Como os dije en el Capítulo 1, Australia es uno de los países que tiene más animales peligrosos juntos del mundo.

Tal era la tranquilidad que tenía aquel lugar, que nos tumbamos en una de aquellas playas para apreciar el mar, que sin quererlo, nos quedamos dormidos… Vamos que nos hicimos una siesta a la española en Australia, jajaja. Debía ser el jet-lag, o que nos íbamos relajando o todo junto… Pero nos quedamos fritos, jajaja.

Cuando nos despertamos, algo asustados porque no sabíamos dónde estábamos, decidimos continuar el paseo. Fuimos entonces a ver la playa más conocida de Manly, mucho más ventosa y con oleaje ideal para los surferos. Toda esa zona estaba llena de tiendas de RipCurl, Reef, Quicksilver… Pero todas igual de caras, aunque bueno, esas tiendas ya de por sí, incluso en España, no tienen artículos muy económicos que digamos.

Después de un rato allí, decidimos regresar a Sydney, así que cogimos un ferry de vuelta y deshicimos el camino desde el puerto hasta nuestro hotel. De regreso, decidimos comprar algo de fruta para cenar y al llegar al hotel, ni siquiera la comimos en las zonas comunes… Nos quedamos en nuestra habitación asimilando que ya había pasado el primer día de nuestra aventura australiana.

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