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UNA SEMANA ANTES DE IRNOS: NERVIOS, ALEGRÍA…

La última semana del viaje la recuerdo muy nerviosa. Era tal la excitación que sentía que no paraba de decirle a mis compañeros que me iba y es que os recuerdo que nunca había salido de Europa ¡y lo iba a hacer por todo lo grande! Estaba un poco pesada la verdad…

Hacer la maleta también fue un show, además, por si no fuera bastante complicado eso, mis padres estaban por casa y ya no estabas tan tranquilo como debieras para hacer esto que tan poco le gusta a la gente… Pero bueno, con unos pocos momentos de calma conseguimos hacer la maleta lo mejor posible: llevar chaqueta por si acaso, llevar el pasaporte, llevar bañador…

Pero los días pasaron más rápido de lo que contaba y sin darnos cuenta ya estábamos empezando el viaje.

¡NOS VAMOS!

El día de partir nos levantamos a las 04:00 de la mañana y aunque esta hora solamente te recuerde a cansancio, nosotros ¡estábamos como una moto!

Mis padres nos llevaron al aeropuerto y durante el trayecto en coche solamente le decía a mi madre “que no vamos a llegar!” y eso que íbamos con tiempo de sobra… Pero tenía tantas ganas de empezar el viaje y de subirme al avión que no quería que nada me lo estropeara…  Isaac por contra, y como situación excepcional, estaba super tranquilo, hablaba con mi padre como si nada, como si al día siguiente nos volviéramos a ver… Pero está genial eso, porque así nos compensábamos…

Cuando llegamos al aeropuerto ya os podéis imaginar que salí del coche pitando sin apenas despedirme de mis padres, solamente les dije ” no os preocupéis, ya os iré escribiendo cuando tenga wifi y cuando vuelva después de tres semanas ya os llamaré…” Mi madre estaba muy nerviosa también, pero ella, a diferencia nuestra, era porque en el fondo no quería que nos fuéramos… Y cuando regresé del viaje, me dijo que había sido un momento muy complicado para ella, porque se había quedado con un mal cuerpo que le había durado bastantes días. Sin embargo, yo no me dí cuenta de nada de eso porque solamente quería irme.

Cuando llegamos al mostrador de facturación y la azafata nos dijo: “Los billetes con destino final Sydney verdad?” Sentí un vuelco en mi interior, porque ahora sí que se estaba haciendo realidad nuestro sueño… Ahora ya teníamos los billetes, ya nos subíamos al avión y podía decir que ¡Ya empezaba la aventura!

El viaje que nos esperaba era laaaaargo, con varios transbordos, pero como estábamos completamente mentalizados, no sería un factor que nos fuera a fastidiar ni un minuto del viaje.

La primera parada fue Madrid, con una espera de seis horas aproximadamente, así que recuerdo que dedicamos el tiempo a desayunar tranquilamente. También aprovechamos para pasear por la T4 y también bajar el nivel de excitación… ¡creo que hicimos un par de km y todo!

Pasado el tiempo y antes de embarcar hicimos unas llamadas a nuestra familias. Aquello parecía un despedida ¡como si no nos volviéramos a ver en una larga temporada! Pero era normal, era la primera vez que nos íbamos tanto tiempo y para nuestros padres era una novedad. Ahora ya están más que acostumbrados…

Una de las cosas curiosas del viaje fue que antes de embarcar, recuerdo que me fui a lavar los dientes y coincidí con una chica árabe que iba con burca. Cuando entró en el baño, se lo quitó y era guapísima ¡e iba super bien maquillada! Iba acompañada de dos niños pequeños de 2 y 5 años aproximadamente, algo que me llamó mucho la atención porque hasta parecía más joven que yo. Cuando subimos al avión, ella y los dos niños se sentaron justo delante nuestra… Una de las casualidades de la vida ¿no os parece? Porque mira que podía fijarme en cualquier persona, pero me fijé en ella… Fue genial porque estuvimos hasta Dubai jugando con los niños, que por cierto eran igual de guapos que su madre y tenían una sonrisa permanente.

Como era la primera vez que volábamos con Emirates, alucinamos con la amplitud del avión, con la pantalla táctil, el kit que te daban de “relax”, como le llamaba yo (cepillo de dientes, pasta, antifaz, calcetines, colonia, crema hidratante de manos…). Vamos, de lujo que íbamos. Tan relajados fuimos que no recuerdo nada del vuelo, ya que nos dormimos y literalmente nos despertamos en Dubai.

Cuando llegamos a Dubai, la mayoría de la gente tenía unas ansias terribles de bajar del avión menos nosotros, que aún nos quedaba otro vuelo de 14 horas por delante, por lo que no valía la pena tener prisa… Una de las cosas que más me llamó la atención fue que cuando la mayoría de las personas nos subíamos al típico autobús que te lleva a la terminal, una chica muy bien arreglada con tacones, se subió a un Mercedes blanco que la estaba esperando a pie de pista. Recuerdo que un hombre con túnica blanca le abrió la puerta y aquel coche con cristales tintados desapareció por la pista… Nunca había visto algo parecido hasta el momento, solamente en las películas… Pero como siempre, hay clases y estatus de todo tipo…

Cuando llegamos a la terminal me impresionó mucho porque estaba llena de gente. Eran las dos de la mañana y aquello parecía un mercadillo de alto standing. Había tiendas de Gucci, Dolce Gabana… Además de haber stands como los que nosotros tenemos de carcasas de móviles, pues ellos de oro, con colgantes colgados… No sé, algo muy extraño porque aquí estamos acostumbrados a ver este tipo de joyas en vitrinas iluminadas, pero en cambio allí era como si fueran baratijas… Muy fuerte la verdad. Para contrarrestar todo lujo y poderío, en el baño tenían una letrina con una manguera en vez de cisterna. Ya sé que es su tipo de water, pero no os parece un contraste muy grande? Además, a los que fui yo, ¡estaban super sucios! Ya sé que es su religión, su cultura… Pero no sé, me llamó mucho la atención.

Antes de subirnos al segundo avión nos registraron la mochila de nuevo. Hacían todo esto para confirmar que no metíamos ningún alimento ni nada extraño que estuviera prohibido en Australia.

Cuando nos acomodamos en nuestros asientos, hicimos la cuenta de cómo teníamos que llegar a Sydney, es decir, si era mejor estar despiertos o no durante el vuelo. Como llegaríamos tipo 11 de la noche, lo ideal era quedarse despierto el mayor tiempo posible para ir adaptándonos al horario que nos esperaba. Así que pasamos el viaje viendo pelis, leyendo, jugando a los juegos que había en el avión… Ahora que lo recuerdo, yo iba super preparada: ipod, libreta para escribir, libro para leer… e Isaac  ¡no llevaba nada! Es obvio quién es la persona inquieta de los dos, aunque no lo parezca ¿verdad?

Durante el viaje entablamos conversación con Michael Mcdonald (me acuerdo de él por su apellido jajaja), que era la persona que iba sentada a nuestro lado. Nos contó que había ido a visitar a su familia de Polonia y que le había encantado Europa. Gracias a entablar conversación con él nos ayudó mucho con el cuestionario que tienes que presentar en aduanas, porque las preguntas que tuvimos que responder no tenían precio… Eran tal como ” ¿Llevas barro en los zapatos? ¿Llevas esteroides contigo? ¿Te hiciste la maleta tú mismo? ¿Llevas figuras de madera contigo?” La pregunta del barro fue la que más en shock me dejó… Pero bueno, con su ayuda e interpretación entendimos que lo hacían para curarse en salud. Como era una isla tenían que vigilar mucho que no entrara nada que viniera de fuera: ninguna especie animal de cualquier tipo (ni bacteria, virus, microorganismo…)

El tema de los medicamentos a mí me dejó un poco preocupada porque aunque no llevaba esteroides (obviamente) sí era cierto que llevábamos bastantes cosas “just in case”. Habíamos tomado ya la precaución de llevar el prospecto de cada uno de los medicamentos en caso de que nos dijeran algo, tenerlo todo bien trazado y aunque respondimos que no en el cuestionario yo no me quedaba tranquila. Solamente tenía a mi padre en la cabeza, diciéndome lo de las multas… ¡Maldito Discovery Channel! Por lo que cuando bajamos del avión y nos presentamos delante del oficial de aduanas le dije que llevábamos medicinas y tal… Entonces en ese momento, nos puso en una cola a parte (la de sospechosos) y un oficial ya nos estaba esperando para revisar nuestras cosas. Después de escanear nuestro equipaje por segunda vez, le enseñé la bolsa con las pastillas explicándole para qué era cada cosa y como era obvio que no había nada extraño, nos dejó salir.

Cuando cruzamos la puerta que separaba las aduanas con la gente que espera a los que aterrizan en Sydney, sentí que el viaje había terminado, ¡Ahora sí estábamos en suelo australiano!

Pero esa sensación solamente me duró un segundo, porque con el rollo de las pastillas se nos había pasado bastante el tiempo y teníamos que llegar a tiempo para coger el último tren que nos dejaría en el centro de Sydney y ¡no podíamos perderlo! Cuando compramos el billete de tren, he de deciros que empezó el goteo de timos que sufrimos durante todo el viaje. El billete de los dos nos costó 20 dólares, sí, 20 dólares por un trayecto de … ¿10 minutos? ¡welcome to Australia!

Cuando salimos de la estación en pleno centro de Sydney aquello parecía la ciudad desértica. Todo estaba oscuro, no había nadie por las calles y nosotros dos nos encontrábamos allí en medio, con nuestras maletitas que era igual que si llevásemos un cartel que dijera “Soy guiri, si quieres puedes atracarme que lo que llevo encima es toda mi vida”. Menos mal que no tardamos mucho en localizar el albergue y no pasamos mucho tiempo expuestos.

Cuando llegamos al albergue, estaba cerrado. Como era tan tarde, la puerta estaba cerrada y ya no hacían check-in. Sentado delante de la puerta había un tipo rarísimo y parecía fumado también. Al ser la única persona de la zona le preguntamos porqué estaba cerrado el albergue y nos dijo que hasta mañana a las 07:00 no abrían de nuevo las puertas… ¿Os imagináis nuestra cara en ese momento después de un viaje tan largo? Yo ya estaba pensando en irnos a otro albergue, ya que por la zona había más, pero Isaac fue más espabilado y fue al bar de al lado a preguntar, por si ellos podían abrirnos el albergue y tal. Afortunadamente nos abrieron, nos dieron nuestra habitación y al menos ya podíamos estar tranquilos.

El albergue estaba lleno de chinos, gente rara y cada uno estaba haciendo lo que quería, uno cenando a las tantas, otro con el ordenador… La ciudad sin ley. La habitación era muy básica: una cama, una tele, una mesita y dos perchas, ya está. El baño era compartido y mixto, así que imaginaros cómo estaba de limpio. Sin embargo estábamos tan cansados y echos polvo, que nos dio igual todo, solamente queríamos que llegara la mañana siguiente para poder vivir nuestro sueño.

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