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NIKKO- NAGANO – MATSUMOTO

Amanecimos hambrientos, la pizza y el arroz que habíamos cenado el día anterior no nos había llenado mucho. Pero bueno, eso tenía solución ya que una de las cosas que más nos gusta hacer mientras vamos de viaje es desayunar y este día lo íbamos a hacer en uno de los mejores hoteles del viaje. Por lo que habíamos visto en algunas fotos, tenía un buffet muy completo por lo que ya ¡teníamos la boca que se nos hacía agua!

Cuando bajamos a la zona del restaurante, el buffet no nos decepcionó para nada, y es que había un poco de todo y para todo tipo de nacionalidades: para la gente occidental había muchas ensaladas, beans, bacon, salchichas, una amplia gama de fruta, cereales… y para los orientales también tenían mucha variedad de arroz, tallarines, sushi… Pero sin duda, lo que más nos gustó es que tuviera un bol repleto de fresas, ¡el producto estrella de Nikko! Hasta el momento, en el otro hotel, sólo habíamos comido melón, piña u otras frutas por el estilo, que es lo normal. Nunca antes nos habíamos encontrado que en un desayuno te pusieran fresas, pero como era el producto típico de Nikko había a montones. Lo que más nos llamó la atención de ellas era que parecían salvajes, ya que tenían un tamaño muy pequeño en comparación con las que encontramos en el supermercado y a la vez un color muy intenso. Estábamos realmente sorprendidos, sobre todo porque sabíamos el precio que tenía la fruta en Japón, por lo que os puedo asegurar que ¡ese día nos pusimos las botas con las fresas!

Con la barriga llena y de nuevo con algo de pena por dejar Nikko, nos dispusimos a coger el tren. Sin embargo, como el hotel estaba justo delante de la estación, el tema de los horarios no nos agobiaba nada… Así que mientras esperábamos a que llegara nuestro tren con destino Nagano, nos relajamos paseando por la zona. Justo delante de la estación y con la intención de que toda la gente lo viera, nos encontramos una fuente hecha de piedra en la que tenía un cartel muy llamativo que decía “Por favor, ayuda a tu cuerpo y bebe del agua de Nikko”. Como dije en el Capítulo Anterior, el agua de Nikko era la más cristalina y pura que habíamos visto hasta el momento, por lo que sin dudarlo ni un minuto, nos pegamos un buen trago de esa agua tan refrescante y sabrosa. Aún es hoy que si cierro los ojos y me concentro (hace ya dos años que fuimos) que puedo recordar aquella frescura que sentí cuando bebí aquella agua… Parece mentira, pero este detalle me marcó.

Listos para partir nos pusimos en marcha hacia nuestra siguiente ciudad en esta ruta por Japón, Nagano. El trayecto en tren que teníamos que hacer ese día era un poquito más complicado y más largo que el del día anterior ya que nos estábamos adentrando en el interior de Japón y por tanto, menos turístico. Esto me creaba algo de inseguridad ya que habíamos visto que la gente en general en las grandes ciudades apenas sabía inglés por lo que pensaba que en las zonas rurales sería peor. Sin embargo, como también nos habíamos desenvuelto bastante bien con nuestras anotaciones de cuando preparamos el viaje, pues esto compensaba un poco el nerviosismo ante lo desconocido.

El trayecto de tres horas lo sentí algo largo, quizá por el ansia de descubrir la siguiente ciudad del viaje, pero a la vez fue tranquilo y relajante. El paisaje que nos encontramos en esta parte del viaje fue como realmente esperaba, lleno de campos de arroz en medio de pequeños núcleos rurales, un paisaje que deseaba ver desde que nos planteamos viajar a Japón.

Acompañando a las imágenes que pasaban a través de mi ventanilla, me puse a escuchar música, algo que me encanta hacer cuando viajo y que me ayuda a grabar esos momentos en mi mente para siempre. De hecho, me ocurre que aún pasados los años, cuando vuelvo a escuchar aquella canción que escuché durante cada uno de los viajes que he hecho, es como si reviviera esos momentos de nuevo y ¡me encanta!

Y entre una cosa y otra, habíamos llegado a Nagano. Habíamos decidido visitar la ciudad de Nagano porque era la ciudad más cercana para ir al Jigokudani Monkey Park, el parque de los monos que tanta ilusión nos hacía. En la temporada en la que estábamos, la ciudad solía estar tranquila, sin embargo, en invierno, era el centro neurálgico para los amantes del esquí en Japón por su cercanía a Tokio y por sus pistas.

Cuando bajamos del tren y pisamos la estación, nos llamó mucho la atención porque literalmente la estación de tren era un centro comercial impresionante. En España esto no es nada común, sin embargo, tal y como nos fuimos encontrando a lo largo de nuestro viaje, esto ya no fue curioso, lo que realmente comparábamos luego era cuanto más grande era el centro comercial en comparación con el resto de ciudades. Pero bueno, para lo pequeña que era la ciudad de Nagano, ese centro comercial no estaba nada mal y parecía que era el punto más concurrido y neurálgico.

En Nagano, al igual que en Nikko, también habíamos elegido el hotel justo enfrente de la estación. En este caso, el hotel no era de los mejores en cuanto a prestaciones, pero la situación, que era lo que más nos interesaba para no cargar con el equipaje, hacía que fuera el punto fuerte para elegirlo. Era un hotel básico, pero que sin embargo no nos decepcionó.

Cuando llegamos a la recepción, un chico muy atento y amable que nos atendió, nos sorprendió diciéndonos “Hola qué tal” y “Gracias”. Nos había dicho que se había tomado la molestia de aprenderse estas dos palabras para poder recibirnos y que nos sintiéramos como en casa. Un detalle que nos gustó mucho y nos hizo mucha ilusión.

Como dije, aunque el hotel era básico, tenía detalles que nunca habíamos visto. Uno de los más curiosos era que había un stand lleno de geles de baño, champús… de todas las variedades y aromas. La idea era que cogieras el que más te gustara, lo utilizaras y a la mañana siguiente lo devolvieras. Todo esto a mayores del jabón que normalmente suelen poner en la habitación. ¿No os parece un detalle curioso? Yo nunca lo había visto y ahora que lo pienso en retrospectiva, suena algo antihigiénico ¿Verdad?

Otro de los detalles particulares que tenía este hotel, es que, con el precio de alojamiento y desayuno, también ofrecían una cena sencillita pero que sin duda íbamos a aprovechar.

Sin demorarnos mucho en hacer el check-in, cogimos alguna cosa imprescindible para empezar la ruta turística del día. Pero antes de empezar decidimos cargar las pilas. Habíamos visto que en la estación había un restaurante-panadería que servían comidas sencillas y como tenía muy buena pinta, no lo dudamos mucho y para allá que fuimos.

En el restaurante tuvimos un poco de lío para poder pedir la comida ya que, para variar, los dependientes no sabían nada de inglés y no nos entendíamos. Pero recurrimos al idioma de los gestos que acompañadas de algunas palabras sencillitas nos ayudaron a aclararnos. Para comer pedimos una especie de carne estofada con una salsa de tomate y verduras, o al menos eso era lo que veíamos en los carteles que anunciaban los platos, pero lo que nos sirvieron fue otra cosa, más bien fue una salsa de tomate espesa con algún trozo de carne y brécol ¡Nuestra cara era un poema! jajaja ¡Este pedazo de plato sí que nos iba a dar energía! ¡Menos mal que nos habíamos hartado de comer fresas que si no…! Visto lo visto y como estábamos en una panadería, nos cogimos un par de panecillos y lo que hicimos fue mojar el pan en la salsa y comer hidratos para compensar Jajaja

Cuando terminamos esta mega comida, subimos a los andenes para coger otro tren, de aproximadamente una hora, para visitar la ciudad de Matsumoto. Habíamos decidido visitar esta ciudad porque, a parte de ser un lugar nada conocido para los occidentales debido a su localización, tiene un castillo de los más hermosos y más antiguos del país a la vez que es considerado único ya que tiene un torreón y una torreta que están adosados a la torre principal, algo no muy habitual en este tipo de estructuras.

Cuando llegamos a la ciudad, lo que hicimos fue acelerar el paso para buscar la zona en dónde se encontraba el castillo que aproximadamente estaba como a 20 minutos a pie de la estación. Fuimos rápido porque queríamos aprovechar el tiempo al máximo ya que habíamos visto que el horario de visita al castillo solamente era hasta las 17:00 y como no corriéramos ¡apenas tendríamos dos horas!

Nada más llegar a la puerta, vimos a un hombre disfrazado de samurái que daba la bienvenida a cada uno de los turistas, por cierto, muy pocos… En las manos, tenía unos abanicos que movía como si fueran armas y tal era la rapidez con la que movía el abanico que se escuchaba ¡como cortaba el aire! Aunque esto fue algo muy teatralizado, he de decir que este detalle me hizo gracia e incluso nos hicimos una foto con él ¡y sin tener que pagarle nada! Ya que parecía que fuera un trabajador más del castillo y no una persona que se había plantado allí disfrazado.

Al entrar en las instalaciones nos quedamos con la boca abierta al ver aquel imponente castillo rodeado de senderos llenos de flores moradas preciosas. No sé si fue por la escasez de gente, lo antiguo que parecía el castillo, por lo bien arreglado que estaba la zona ajardinada que lo rodeaba o qué sería, pero la verdad es que creo que fue uno de los mejores castillos que visitamos. Era un castillo auténtico.

Compramos las entradas y antes de visitar el interior del castillo, había un hombre en la entraba que te indicaba que tenías que descalzarte. Para que no te preocuparas por tus zapatos, te daban una pequeña bolsa de plástico para que los llevaras cómodamente contigo mientras hacías la visita.

Dentro del castillo todo era de madera y por lo tanto las escaleras también. Las escaleras en concreto nos llamaron mucho la atención porque eran súper empinadas, más bien se podía decir que en vez de escaleras, eran tablones que hacía la función de peldaños. La idea de esta incomodidad era dificultar la intrusión de los enemigos en aquella fortaleza. Según aprendimos, el emperador se situaba en las plantas superiores (en este castillo había 5 pisos) y en las plantas inferiores se encontraban los samuráis con toda la variedad de armas listos para luchar y morir con honor.

En el interior del castillo pudimos ver una amplia exposición de armas y armaduras, pero no eran muy impresionantes en comparación con el castillo. Sacamos algunas fotos, pero no son muy buenas…

La visita al interior del castillo la tuvimos que hacer un poco más rápido de lo que quisiéramos debido al horario, pero nos fuimos satisfechos. Antes de salir a la zona del foso que rodeaba el castillo visitamos la tienda de souvenirs y allí vimos el “souvenir estrella” para Genís, el hermano de Isaac: una auténtica estrella ninja de metal. He de deciros que cuando le dimos este regalo su cara nos demostró que ¡habíamos acertado de pleno!

La zona que rodeaba el castillo estaba llena de árboles de sakura (flor de cerezo) que lo rodeaban al completo, pero lo más chulo de todo era un puente que antiguamente era el único acceso al castillo, de madera de color rojo. Desde aquel punto, el lugar parecía sacado de un cuento, os dejo algunas fotos para que saquéis vuestras propias conclusiones…

Nos dio mucha pena dejar aquel sitio tan especial porque nos pareció tan bello… pero ya eran cerca de las 18:00 y en Japón a esa hora ya todo empieza a cerrar y tocaba regresar a Nagano.

Para el trayecto de vuelta, cogimos un tren tipo “regional” que era más lento que el de ida, lo que nos permitió apreciar el paisaje con más detenimiento. De hecho, vimos un pueblo que no sabemos el nombre, que estaba situado en la base de una montaña y todo el conjunto formaban un valle espectacular.

Nada más llegar a Nagano fuimos a cenar algo a la planta superior del hotel. Nos encontramos con un pequeño buffet que tenía un poco de variedad de platos con arroz y salsa de curry, albóndigas con tomate, ensalada, una especie de fideos que parecían espaguetis con almejas y sopa… ¡No estaba mal contando que era gratis! Además, por ser clientes del hotel teníamos un descuento en las bebidas así que ¡qué más se podía pedir! Todo esto acompañado de unas vistas muy chulas (estábamos en el piso 15) ya que como esa noche estaba lloviendo, hacía que todo fuera más melancólico. Fue una cena muy bonita.

Después de cenar nos fuimos a la habitación, situada en el piso 9 y sucedió algo que aún hoy cuando lo recuerdo se me acelera el corazón.

Resulta que la cama estaba situada debajo de una ventana, de tal manera que se podría decir que tanto la pared como la ventana hacían de cabecero. Debido a que el edificio tenía salientes en las ventanas y hacía como más bonita la estructura del edificio y dando la sensación de estar suspendidos en el aire, cuando estábamos charlando de cómo había ido el día antes de quedarnos dormidos, empezamos a hablar de la ventana, porque la verdad que no era muy habitual encontrar una ventana a la altura de la cabeza y en un noveno piso. Hablando y hablando, coincidimos que seguramente la ventana estuviera sellada, como suele pasar en la mayoría de los edificios de gran altura en Europa.

Pero no sé porqué me entró la curiosidad de confirmarlo y allá que me voy. Mi sorpresa fue que ¡se abrió! y, por si fuera poco, ¡se abrió hacía fuera! ¡no hacia dentro como suele ser habitual también en Europa! de tal manera que me quedé con medio cuerpo en la cama y medio cuerpo agarrada a la ventana, ¡como colgada! Instintivamente pegué un grito para que Isaac me ayudara porque ¡yo ya me veía cayendo!

Me acojoné un montón porque no me esperaba que se abriera la ventana y me dio muchísima impresión. Ya me quedaba claro que en Japón las cosas funcionaban diferente que en Europa por lo que si tienes pensado visitar Japón no todo lo que parece obvio desde nuestro punto de vista, lo es, ¡No te olvides de eso!

E intentando bajar las pulsaciones de esa taquicardia inesperada nos quedamos dormidos con ganas de que llegara el siguiente día.


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