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PRIMER DÍA EN TOKYO

La primera noche en Tokyo no fue muy buena para mí. No sé qué me pasaba, si eran nervios, ansias por conocer la ciudad, jet-lag o un poco de todo, pero eran las tres de la mañana y yo ya estaba despierta, con las pilas cargadas para empezar el día. Sin embargo, como no eran horas e Isaac estaba durmiendo como un angelito, me dediqué a leer, escribir, pensar… Y a las cuatro y media de la mañaña, a través de las cortinas, pude ver cómo amanecía. La ciudad se iba iluminando poco a poco mientras iba saliendo el sol. Recuerdo que me levanté para mirar a la calle y aquel amanecer parecía de película. Nuestra habitación estaba en el piso noveno y las vistas de la ciudad a esa hora eran especiales.

Finalmente, a las seis menos cuarto sonó el despertador ¡Aleluya! Nos pusimos guapos y a las seis y media ya estábamos listos para un rico desayuno.

En la entrada del comedor, una camarera muy atenta te recibía en la puerta (que por cierto, no sabía nada de inglés). Nosotros le dimos el papel que nos habían dado el día anterior, que confirmaba que teníamos el desayuno incluido. Ella en japonés nos dio otro papel y  empezó a decir lo que teníamos que hacer con ese nuevo papel pero nosotros no entendíamos nada. Entonces ella nos acompañó hasta una mesa y con gestos deducimos el mensaje que nos quería dar: al parecer, ella nos daba un papel que teníamos que dejar en la mesa boca arriba, esto indicaba que estábamos desayunando y que la mesa estaba ocupada. Una vez que termináramos, antes de irnos, teníamos que darle la vuelta a ese papel y así ella sabía que podía limpiar nuestra mesa y dejarla lista para otro cliente. ¡Qué eficiencia! ¡En la vida habíamos visto algo parecido!

En el comedor nosotros éramos los únicos turistas occidentales, el resto eran japoneses que, o iban a trabajar, o por el contrario estaban de paso en la ciudad. Lo que me llamó mucho la atención fue que en su mayoría eran hombres, por lo que yo era la única mujer de la sala.

El desayuno era muy completo. Había una zona japonesa con fideos, habas dulces, pescado hervido-ahumado, arroz, algas, sopa… Una zona neutral con ensalada, fruta, cereales, tostadas y finalmente también había una zona más occidental con huevos revueltos, salchichas, patata rebozada (muy rica por cierto).

Ante todo este menú, yo preferí ir a por lo seguro: tostadas, fruta, huevo y algo de fideos-arroz… Sin embargo,  Isaac quiso emepezar fuerte y se cogió pescado, algas… Quería meterse de lleno en el país, pero desgraciadamente no le gustó y finalmente terminó yendo a por lo seguro, tostadas, fruta… Pero tengo que decir que fue todo un valiente porque yo ni siquiera lo intenté, lo máximo que me arriesgué fue solamente con los fideos y el arroz. Todo estaba muy rico y la camarera siempre estaba pendiente de que todo estuviera perfecto.

Otro detalle que me llamó la atenión era que la gente que también estaba desayunando, estaba en silencio absoluto, pensativa y focalizada en comer. Nada más se nos escuchaba a mí y a Isaac hablando en todo el comedor. Era como si estuvieran centrados en comer, como si fuera la tarea que tenían que hacer en aquel momento y no se desconcentraban bajo ningún concepto. He de decir que aunque este comportamiento es muy disciplinado y estricto, la calma y la tranquilidad del comedor me encantaron.

Y por si todo esto no fuera curioso, faltaba el baño. Me quedé super sorprendida cuando fui al baño y vi que la puerta era de cristal. ¡Sí, de cristal! De cristal opaco, pero igualmente de esos que se veía la silueta de la persona que esta estaba en su interior. Y por si eso no fuera suficiente, lo mejor de todo es que el cristal de la puerta coincidía casi delante del wáter. Estaba claro que no era un baño para pudorosos…

Al terminar, regresamos a la habitación a por las mochilas y a las ocho ya estábamos saliendo del hotel hacia la boca de metro. Era muy revitalizante pasear por una ciudad cuando todo se está poniendo en marcha, cuando las calles se están limpiando y eres tú el primero que las pisas, cuando se está abriendo una panadería y puedes ser el primero en probar esos pasteles recién hechos, cuando la brisa de la mañana toca tu cara… Pero sobre todo lo era cuando sabes que esa ciudad está llena de nuevas aventuras.

Lo primero que hicimos al llegar a la estación de metro, fue acercarnos a una de esas máquinas expendedoras de tickets. En YouTube todo el mundo las pintaba como complicadas, pero a nosotros nos resultó súper fácil. Juntos somos un gran equipo pero es que además la máquina tenía una tecla para cambiar el idioma al inglés y con eso el procedimiento era súper sencillo. ¡No sé por qué a la gente le costaba tanto! Lo que me llamó la atención era que parecían un poco rústicas, con teclas y demás… mientras que en España todo ya es táctil y con pantallas de colores.

El ticket te abría el torno para meterte en el metro, pero también tenías que utilizarlo en la estación de destino para que te volviera a abrir el torno y poder salir. Además, el ticket era súper pequeño y me recordaba mucho a los del cine de cuando era pequeña. Vamos, que teníamos que ir con ojo de no perder el dichoso ticket.

Dentro de la estación, como peatón, tenías que seguir unas normas, es decir,  tenías que seguir un camino marcado: la gente que entraba tenía que situarse a la izquierda y la que salía a la derecha. Todo indicado para que nadie fuera por donde quisiera, sino siguiendo un orden. Yo estaba encantada, porque así no tropezabas con nadie. En las escaleras mecánicas igual, tenías que ponerte en la zona izquierda y dejar el lado derecho libre para que la gente que tuviera prisa pudiera subir corriendo, que  por cierto era la mayoría.

El primer viaje de metro fue extraño y más para nosotros que somos españoles. Nuestra naturaleza es de gritar, gesticular… y allí en plena hora punta para ir a trabajar, dentro del metro, todo el mundo estaba en absoluto silencio, entretenidos con sus auriculares, su móvil, libro e incluso maquillándose. Isaac y yo flipábamos, casi ni nos atrevíamos a hablar entre nosotros ya que nuestros susurros ya eran altos para ellos.

Aunque tuvimos que hacer trasborodos y cambiarnos de línea, no tuvimos ningún problema. Y así fue durante todo el viaje, que no tuvimos ningún problema de perdernos o equivocarnos. Fue un gran alivio eso, al menos el trabajo de planificar el viaje en casa valió la pena.

Como este día lo habíamos planeado completito, a las nueve de la mañana ya estábamos en Kitanomaru Park. Este parque albergaba el Museo de Arte moderno, el Museo de Ciencias y  además era una zona de rendimiento deportivo. Kitanomaru Park antiguamente había sido la zona de defensa del castillo del emperador de Japón, a parte de ser un bosque medicinal. La verdad es que nos llamó la atención lo frondoso que era, todo lleno de árboles, arbustos… Pero sobre todo lo limpio y lo arreglado que estaba.

Recuerdo que en el centro del parque había un lago con carpas y fue en este parque el primer sitio en el que las vimos. Eran muy grandes, del tamaño de un salmón de aquí. Sus colores eran muy llamativos y nos quedamos un ratito observándolas porque a nosotros nos encantan los animales.

Dentro del parque había una zona cerrada que abría al público a las diez de la mañana. Como todavía faltaban quince minutos para abrir y queríamos visitarla, nos quedamos en la puerta esperando, en compañía de unas colegialas típicas de los dibujos japoneses, con sus uniformes de Sailor Moon.

Nos quedamos observándolas por varios motivos: no había ningún profesor o adulto con ellas y pensábamos que eran muy pequeñas para hacer una excursión solas. Además, dentro del grupo, se podía diferenciar las distintas personalidades japonesas: una de ellas era muy tímida, todo el rato se tocaba las manos casi de forma compulsiva, su mirada hacia abajo, la cabeza agachada, los pies y piernas torcidas hacia dentro y se movía lentamente; el resto de chicas del grupo la  tenían aislada y realmente estaba en un segundo plano, casi como si no la conocieran y fuera transparente. Fue muy chocante ver a esa niña porque fue inevitable no acordamos de los casos de suicidio en la edad de la adolescencia tan comunes en Japón.

Cuando entramos en la zona de la fortaleza, nos encantó su césped super frondoso y blandito. Durante el paseo vimos varias torres de vigilancia japonesas, como antes dije, había sido la antigua zona de guardia del Palacio Real.

Hacia el final del parque nos encontramos un edificio que tenía una exposición de pinturas japonesas en tela y que, la verdad, nos llamó mucho la atención. Aquellas obras de arte en tela tenían un detalle en sus dibujos que impresionaba. Estaba claro que lo suyo era la perfección.

Salimos del Kitanomaru Park y pasamos por la zona del palacio imperial, que es la residencia actual del Emperador de Japón. Lo vimos desde lejos ya que normalmente, para poder visitar los jardines, tienes que pedir una reserva y apenas te acercas unos metros a ver lo que es el edificio real, por lo que nosotros decidimos verlo desde lejos y pasar de largo. No era una de las atracciones principales para nosotros, ya que no era uno de los mejores castillos del país y durante el viaje, ya íbamos a visitar castillos que nos dejarían con la boca abierta.

Después de esta visita cogimos el metro de nuevo y nos fuimos al barrio de Ginza. Ginza es el distrito comercial más famoso de Tokio por sus tiendas de lujo, restaurantes y zonas de entretenimiento. Para que os hagáis una idea de lo lujoso que es, vimos en internet que 1 metro cuadrado de tierra en el centro de este distrito asciende a más de  1.000.000€.

Al llegar, como era normal, nos encontramos con calles llenas de tiendas de lujo y rótulos luminosos. Marcas como Gucci, Louis Vuitton, Tom Ford, etc… llenaban la zona. No somos mucho de pasear por este tipo de barrios, pero un solo motivo nos había llevado allí, la Nissan Gallery. Isaac estaba muy emocionado por la visita (su coche favorito en el mundo mundial es el Nissan GTR). Pero cuando llegamos al edificio en cuestión nos encontramos que estaba cerrado porque lo estaban renovando. No os podéis imaginar la cara de Isaac en ese momento. Todo este tiempo había estado  haciéndose ilusiones con que vería el nuevo Nissan GTR y otros ejemplares de antiguos Nissan y al llegar allí todo se desvaneció. Pero bueno, son cosas que podían pasar, ¿quizá había sido el destino?

Después de esta decepción, decidimos que la mejor manera de aliviar esa decepción era comiendo algo dulce. Por la zona en la que estábamos había una pastelería que no parecía muy cara y que tenía buena pinta. Ofrecían una variedad de dulces muy distintos a lo que aquí conocemos y nosotros optamos por comprar una especie de brazo de gitano insípido (lo que ellos consideran dulce, para nosotros no lo es) y una tartaleta de queso. Decidimos sentarnos en una pequeña placita que había cerca para comodamente comer los dulces.

Justamente en esa plaza nos encontramos a mucha gente haciendo cola  mientras que una mujer no paraba de gritar cosas en japonés. Sorprendidos por el bullicio, mientras comíamos, intentábamos descifrar de qué iba el tema. Pero como seguíamos sin entender nada, terminamos preguntando a un policía que nos dijo que era gente que esperaba para comprar lotería. Nosotros ya habíamos leído que a los japoneses les encantaba la lotería y las apuestas, pero realmente nos sorprendió ver aquella cola. Isaac, como también le gusta el tema de la lotería, ya quería comprar un boleto, pero no tenía sentido ninguno porque no nos enterábamos de nada,  ni cuándo era el sorteo, ni cuál era el premio… Y solo faltaría que nos tocara la lotería japonesa y no nos enterásemos.

Cuando terminamos los dulces nos fuimos al Sony Building. Teníamos muchas ilusiones puestas en este lugar, ya que nos gustan mucho sus productos: la cámara de fotos que tenemos es Sony, a Isaac le gusta el móvil Sony Xperia, los televisores Sony también nos gustan…

Cuando entramos en el edificio, tenían una especie de recepcionista que te recibía y te aconsejaba el lugar al que tenías que ir dependiendo de tus necesidades. Como nosotros no teníamos idea de lo que había, nos recomendaron que fuéramos directamente a la última planta y que fuéramos descenciendo por el edificio viendo lo que tenían. Cuando llegamos a la planta superior, nos encontramos con una sala oscura llena de unos grandes altavoces que sonaban especialmente bien y una pantalla enorme en la que se veía un vídeo musical.

De repente aparece en el video musical el cantante protagonista, un chico de metro y medio y de 45kg aproximadamente, apariencia de manga futurista y cantando de forma estridente. Nosotros nos miramos y ¡no podíamos parar de reír!¡No nos gustaba nada esa música! Sin embargo, otra gente japonesa que había en la sala parecía que les sonaba bien. ¿Aquello era lo que los japoneses llamaban estrella del pop? No tenía nada que ver con los iconos que nosotros conocemos como estrellas del pop y sinceramente, nosotros no tenemos personajes como aquél en el mundo de la música. He de decir que los altavoces sí que eran una pasada, demasiado potentes para esa música incluso. Después de escuchar terminar la primera canción, decidimos irnos a la siguiente planta.

Bajando hacia las plantas inferiores vimos los televisores, cámaras, reproductores de mp3… Aunque eran productos novedosos, no vimos que los precios fueran atractivos al cambio, por lo que finalizamos la visita sin comprar nada y nos dirigimos a nuestro siguiente destino: Roppongi.

Roppongi Hills es uno de los mejores ejemplos de una ciudad dentro de otra ciudad. Se encuentra en el centro de Tokio y cuenta con oficinas, apartamentos, tiendas, galerías de arte…. En el centro de esta pequeña ciudad dentro de Tokio se encuentra la Torre Mori de 238 metros, que es uno de los edificios más altos de Tokio. Cómo os podéis imaginar, este tampoco es uno de los barrios de clase media.

Salimos de la boca de metro en medio de un centro comercial y justo delante de la Torre Mori. De frente ya nos encontramos  con su araña famosa, la misma que hay en el Museo Guggenheim de Bilbao. Nos dimos una vuelta por la zona y como ya eran las 12:30 decidimos buscar un sitio para comer (aunque parezca pronto es la hora a la que se come fuera de España). Y ahí empezó una odisea.

Había varias opciones de comida japonesa, pero ninguna nos gustaba. Había muchos locales de noodles a tope de gente, que básicamente eran los trabajadores de las oficinas cercanas. Recuerdo que los locales eran típicos japoneses, con los cocineros detrás de la barra, que a la vez eran los mismos que te servían la comida. También recuerdo que los humos de las cocinas salían a la calle, como si no tuvieran campanas extractoras y  los olores eran fuertes y desconocidos para nosotros. Los clientes, comían los noodles como si fueran robots, apenas se les veía hacer otra cosa que no fuera comer. No charlaban entre ellos, estaban literalmente concentrados en comer y absortos en sus pensamientos. En estos locales no había occidentales y ya teníamos dudas de que en esos sitios supieran inglés para poder entendernos.

Descartando esa opción tan tradicional, nos encontramos unos metros más adelante un local japonés que ofrecía comida americana, algo extraño y chocante pero que así era. Viendo que ofrecían comida extranjera y que el local era más occidental, decidimos entrar y tomarnos una ensaladita o algo por el estilo.

Al entrar, nos preguntaron si éramos fumadores o no fumadores, algo que ya nos llamó la atención porque en España hace años que ya no se puede fumar dentro de los restaurantes, incluso aunque estuvieran en zonas separadas.

Como ya sabíamos lo que íbamos a comer, la decisión fue fácil y rápida. A pesar de eso, para los japoneses, lo de pedir el menú era un ritual. Cuando el camarero vino a tomarnos nota, lo primero que hizo fue ponerse rodillas para atendernos, algo que nos pareció muy extraño. Instintivamente nos pusimos a mirar debajo de la mesa a ver qué pasaba, porque para que el camarero se pusiera de rodillas… Sin embargo, debajo de la mesa no había nada raro. Entonces al momento nos dimos cuenta de que simplemente lo hacía por educación, por su cultura…  Y sin poder controlarlo ¡nos pusimos a reír a carcajadas! Estaba mal, lo sé, pero fue algo instintivo e incontrolable. Este detalle nos llamó tanto la atención que estuvimos riéndonos toda la comida, realmente no estábamos preparados para tanta amabilidad.

Cuando le pedimos la ensalada, tuvimos un poco de problema para entendernos con el camarero, nosotros sólo queríamos comer una ensalada César, pero al parecer con la ensalada también venía una sopa y el camarero tenía gran preocupación por saber qué tipo de sopa queríamos. A nosotros simplemente nos daba igual, no entendíamos nada, así que terminamos diciendo una de las opciones que nos ofrecía al azar y arriesgándonos a ver qué sopa nos traía  (todo esto con señas por supuesto). He de deciros que la sopa que nos trajo no estaba mal, era un poco fuerte y picante pero calentaba el cuerpo y lo más importante, ¡no era de pescado! (no me gusta el pescado).

Cuando nos sirvió la ensalada, nos la pusimos a comer tranquilamente, aparentemente era una ensalada como las que conocemos en España. Sin embargo, cuando el camarero nos vino a recoger el plato se mostró preocupado, levantó la parte superior de nuestro plato y nos indicó que nos habíamos olvidado de comer unas tortitas que venían con la ensalada muy decepcionado. ¡Nosotros ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que el plato lo formaban dos partes y que había un compartimento secreto con tortitas! Estas cosas era normal que nos sucedieran porque solamente nos hablaba en japonés y apenas nos enterábamos de nada. Por lo que Isaac y yo tuvimos otro motivo más para no parar de reír durante toda la tarde.

Solo pensábamos que era el primer día de viaje y ya nos estaban ocurriendo cosas graciosísimas. ¿Cómo sería el resto?

Salimos de la zona de Roppongi en dirección a la Tokyo Tower. Esta torre mide 333 metros de altura y  es similar a la Torre Eiffel, pero de color rojo y blanco. La Tokio Tower es el símbolo del renacimiento de la posguerra de Japón como gran potencia económica y fue la estructura más alta del país desde su finalización hasta el 2012. Gracias a su ubicación, su mirador tiene una vista interesante de la ciudad e incluso en días despejados, se puede ver el Monte Fuji. Además, hay un look down en el suelo, para que puedas estar de pie a 300 metros de altura y sentir la sensación de vacío (el suelo en vez de ser de un material opaco es de cristal).

Cuando llegamos a la Tokio Tower ya nos volvimos a mear de la risa. En la entrada había unas azafatas pequeñitas y delgaditas con unos uniformes super graciosos, pero, por si eso no fuera chocante, te recibían como si fueras una estrella de Hollywood, super atentos y con mucha amabilidad. Era muy extraño porque nosotros ¡solamente íbamos a visitar la torre! Es como si subes a lo Torre Eiffel y te tratan como si fueran tus mayordomos, ¿a que te chocaría? Pues algo así sentimos nosotros. Tal era el mimo y cuidado con el que trataban a los turistas que, en el ascensor, entre grupo y grupo de personas, un trabajador lo limpiaba, lo aspiraba y fregaba (incluso el polvo que se queda entre la rendija del ascensor y la puerta) para que todo estuviera perfecto para el siguiente grupo. ¡Nunca habíamos visto algo parecido! Isaac y yo estábamos en shock porque estábamos viviendo tantas cosas curiosas en tan solo un día que no nos imaginábamos lo que pasaría en el resto del viaje.

Mientras subíamos, la azafata que nos acompañaba, nos dio una breve explicación en japonés ( no nos enteramos de nada e Isaac y yo pensábamos que no nos explicarían nada en inglés y casi nos da un ataque de risa de nuevo) sin embargo, después dio otra pequeña charla en inglés y ya entendimos todo. ¡menos mal!

Cuando llegamos arriba, nos encontramos con una vista de la ciudad de Tokio que nos impactó. La torre ofrecía una vista de 360° de la ciudad y aunque lamentablemente no pudimos ver el Monte Fuji porque estaba nublado, he de decir que valió mucho la pena. Como nos gustó mucho el lugar, decidimos tomarnos un café y un té mientras disfrutábamos de las vistas, un momento muy especial porque no nos creíamos que estuviéramos en ¡Tokio! ¡Nuestro primer día estaba pasando!

Después de la visita a la Tokio Tower y para finalizar el día, nos dirigimos al barrio de Shibuya, muy famoso por su paso de peatones, el más grande y concurrido del mundo.

Salir del metro en Shibuya fue un poquito una odisea. En esta parada, la boca de metro tenía un montón de salidas y nosotros, como no nos enterábamos mucho, salimos por la primera que nos vino bien, saliendo en un centro comercial. He de decir que tuvimos mucha suerte porque sin querer nos topamos con una pared de cristal desde dónde se podía ver este famoso paso de peatones. Nos quedamos allí un ratito observándolo, porque realmente impresiona. Todo estaba lleno de gente que parecían hormiguitas y de letreros luminosos que nos recordaron a los de Picadilly Circus o Times Square.

Justo al salir de la estación y también sin querer, nos encontramos con la estatua de Hachiko, que también tenía muchas ganas de verl. Hachiko era el nombre del perro de raza Akita que pertenecía a un profesor universitario. Hachiko siempre acompañaba a su dueño hasta la estación todos los días cuando él cogía el tren para irse a la universidad. Cuando su dueño falleció, Hachiko siguió yendo a la estación cada día para esperarlo durante 10 años y hasta su fallecimiento, con la esperanza de encontrarse con su dueño de nuevo. Cuándo Hachiko finalmente falleció, su cuerpo fue disecado y guardado en el Museo de Ciencias Naturales y  9 años después se hizo una estatua de bronce en su honor. Esto es un ejemplo de que los japoneses tienen muy en cuenta los valores morales de las personas y de los animales, entre ellos la lealtad. Por este motivo es un sitio muy famoso en Tokio, donde la gente suele quedar.

Después de hacernos varias fotos de rigor, decidimos cruzar el paso de peatones de Shibuya. La sensación que tuvimos al cruzarlo, fue de ser una hormiga en medio de la inmensidad.  Todo el mundo, a la vez, se lanza a cruzar en diferentes direcciones, pero en ningún momento te sientes agobiado, porque ni siquiera llegan a rozarte ni nada… Simplemente la gente sabe, sin hablar, coordinarse.

En las calles cercanas había tiendas de ropa y calzado, pero sobre todo recreativos. Entramos en uno porque nos llamó mucho la atención el ruido que había en su interior. Todo estaba lleno de las típicas máquinas de feria que tienen un brazo mecánico para coger peluches. Al parecer, a los japoneses les gusta mucho este tipo de máquinas. También había otras máquinas más típicas de Japón en las que tenías que golpear unos tambores a medida que pasaban unas figuras luminosas por la pantalla y de esta manera, a la vez que ibas haciendo música ibas consiguiendo puntos. Era todo muy estridente y extraño, pero nos pareció muy divertido de ver.

Seguimos paseando por la zona y entré por primera vez en la tienda Forever Twenty One, que es una tienda de ropa tipo Zara, con precios de Primark y con ropa que realmente me gustó en su mayoría aunque otra, sin embargo, me pareció muy extraña.  Ignorante de mí, ahora me doy cuenta de que  Japón es el centro de la moda y tendencias, cosa que yo en aquel momento no supe apreciar y que unos meses después, lo que a mí me parecía extraño, se llevaría aquí en España…  Pero aunque había algunas cosas que me gustaban, como era el primer día, no era plan de ponerse a comprar cosas, por lo que decidí esperar un poco y ver si nos sobraba algo de dinero para compras de ese tipo hacia el final del viaje.

Unas calles más arriba del barrio de Shibuya ya te adentrabas en el barrio de los clubs nocturnos, discotecas y gente un poco más rara, pero nada que ver con lo que nosotros consideramos rara en España. Simplemente, por algún motivo, se diferenciaban del resto por su forma de vestir, pero en ningún momento te sentías inseguro.

Finalmente y algo cansados, decidimos regresar a la zona del hotel. Esto también fue un poco una odisea porque de nuevo cuando salimos de la estación de Shinjuku, una de las estaciones más grandes del mundo con 200 salidas, cogimos la salida que nos llevaba dentro de un centro comercial. Aparecimos dentro de ISETAN, uno de los centros comerciales de marcas de lujo y muy famoso por su su supermercado lleno de puestos de comida para llevar.

Ya que estábamos allí, aprovechamos y compramos la cena, que por cierto ¡fue la comida más cara del día! Allí compramos una bola de carne rebozada, que en su interior tenía un huevo poco hecho, similar a un huevo escalfado. La verdad es que estaba muy rico, aunque un poco fuerte. También compramos los saquitos (dumplings, pero Isaac les llama saquitos) que a Isaac tanto le gustan y nos aseguramos, en un inglés muy básico (ellos no sabían hablar nada de inglés por lo que no hacía falta currárselo mucho con las frases, más bien teníamos que decir palabras sencillas y concretas para que nos entendieran) de que no tuvieran pescado (todo lo que allí había era de pescado, por lo que lo tenía un poco difícil para comprarme la cena…).

Intentamos también comprar algo de fruta, pero alucinamos con el precio. Vimos que medio kilo de cerezas valía 30€, cosa que nos llamó la atención, y como con las cerezas, también pasaba con el resto de las frutas. Sin duda era un artículo de lujo. ¡Lo que en España vale un kg allí lo valía una pieza!

Al salir de allí, tuvimos que situarnos de nuevo, sobre todo yo, porque en Japón ¡todo me parecía igual! Menos mal que Isaac tenía la orientación en ese momento al 100% y pudimos llegar al hotel. De camino nos encontramos que toda las calles de Shinjuku estaban repletas, al igual que el día anterior, ¡ y eso que era Martes!

Nuestro primer día terminaba con la sensación de haber pasado un día divertido, curioso y sorprendente. Habíamos conocido un poco más de sus costumbres y disciplina en todos los ámbitos de la vida. Y con estos pensamientos nos fuimos a descansar, con ganas de que llegara el día siguiente y ver qué nos depraría nuestro segundo día en Japón.

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