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DÍA DE LA BODA

La semana de nuestra boda fue todo bien a excepción de la llamada que nos hicieron del juzgado. Después de haber reservado el día de nuestra boda con casi un año de antelación (cuando en nuestro ayuntamiento con un par de meses sería sufuciente) nos dicen que si podíamos cambiar la fecha de la firma. ¡What! Casi entramos en pánico. Al parecer la jueza quería asistir a un curso y justamente coincidía con nuestra boda… Obviamente le dijimos que no podía ser, que lo sentíamos mucho y que no podíamos cambiar los planes (una vez más). Gracias a Dios fueron comprensibles y no insistieron, por lo que los planes continuaban como habíamos imaginado.

Debido a que no sentíamos la necesidad de hacer una gran celebración ni tampoco darle un toque religioso a la formalización de nuestra relación, decidimos que la mejor forma de hacerlo era de una manera íntima y sencilla. Invitamos a nuestros padres y al hermano de Isaac, siendo dos de ellos los testigos.

He de deciros que aunque fuera una pequeña celebración fue un día muy bonito para los dos y divertido. Al estar en familia nos ahorramos los nervios previos, lo que hizo que disfrutáramos mucho del momento.

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Nuestra pequeña boda

A la hora de comer, nosotros habíamos reservado en un restaurante que ya conocíamos y que nos gustaba y también habíamos contratado un menú entre boda-comunión. Por lo que, aunque no hubiera muchos invitados, la comida la hicimos como si fuera una gran celebración. Para darle el toque catalán, haciendo honor a los orígenes de Isaac, brindamos con un buen cava. Pequeños detalles que hicieron que el día fuera especial.

El día había sido como habíamos imaginado, poca gente, sin grandes florituras, porque lo más importante para nosotros era que todo iba a seguir igual como hasta ahora, sin cambios y siendo nosotros mismos.

Al día siguiente de la boda, tuvimos que hacer un largo viaje en coche con mis padres a Girona para visitar a la familia antes de nuestro viaje. He de deciros que aunque para nosotros todo seguía igual, para los ojos de la gente, la relación parecía que había cobrado más peso (¡y eso que llevábamos 10 años juntos!).

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¡Y sin darnos cuenta llegó el día!

Amanecimos en Girona con los nervios y ansias típicos de estos viajes, porque da igual los viajes que hagas, siempre tienes nervios cuando comienzas una nueva aventura. Tenía claro que para aplacar esos nervios y energías lo mejor que podíamos hacer era salir a caminar durante la mañana. Y eso fue literalmente lo que hicimos.

Al estar en Cataluña en mayo, Isaac y yo, nos habíamos imaginado ese paseo con un típico día de primavera con sol, temperatura agradable para poder disfrutar y relajarnos, pero fue todo lo contrario… ¡Llovía que no veas! Por lo que el paseo tranquilizador se redujo a ir a la estación de tren para preguntar el horario de tren al aeropuerto del Prat y a una visita al supermercado… Regresamos a casa, nos duchamos, nos pusimos cómodos para el viaje y comimos un plato de pasta delicioso.

Al poco rato de llegar, ya nos tuvimos que ir. Habíamos calculado coger el tren a las cuatro y media aproximadamente, pero en la estación nos aconsejaron que mejor cogiéramos un tren anterior. Tardaríamos dos horas en llegar a Paseo de Gracia y después de allí al aeropuerto, otra horita entre tiempo de espera y trayecto. Total que estaríamos en el Prat sobre las seis y media de la tarde para salir a las ocho hacia Paris.

Recuerdo que mi madre nos llevó en coche a la estación y fue muy gracioso. Al llover, la zona de la estación era un poco caótica, llena de coches, y mucho tráfico. Mi madre quería dejarnos lo más cerca posible de la puerta a toda costa para evitar que nos mojáramos y cargáramos peso con todo el equipaje que llevábamos. Para hacer eso, no dudó en meterse un tramito en dirección prohibida con tan mala suerte que aparcó ¡justo delante de los guardias de seguridad! Jajajaja Para disimular toda la infracción cometida, nos despedimos súper rápido, tan rápido que hasta me fui mal y todo por haberme despedido de esa manera, pero las cosas van como van…

Cuando nos subimos al tren estábamos en shock, apenas nos dábamos cuenta que ya estaba empezando lo que tanto habíamos esperado. Por otro lado, como siempre que vamos en tren a Barcelona, vemos cosas que no nos gustan para nada: carteristas que están al acecho buscando víctimas, gente que cuando viene el revisor se cambia de vagón… Si lo pensamos un poco como si fuéramos un extranjero, ¿qué sensaciones os transmitiría esta ciudad? Yo lo tengo claro, mucha inseguridad… pero bueno, es una sensación que siempre tenemos cuando bajamos a Barcelona.

En Paseo de Gracia nos encontramos con más de lo mismo, gente rara y situaciones incómodas. Además estaban haciendo obras en las vías del tren y era un caos de gente, ruido desagradable y por si fuera poco los trenes iban con retraso. El transbordo en Paseo de Gracia nunca nos gusta ya que solemos ir con todo el equipaje y somos un buen blanco para los carteristas… Pero bueno, de momento vamos librando.

Cuando llegamos al aeropuerto, tuvimos que coger un autobús lanzadera para que nos dejara en la Terminal 1 (la nueva, como le llamamos nosotros). Cargando de un lado para otro con las maletas ya nos dimos cuenta de que el equipaje pesaba más que en viajes anteriores. Es cierto que la ropa era más completa, con chaquetas, tejanos… en caso de que hiciera frío y eso se notaba en el peso… Un detalle que marcaría nuestro viaje.

Nos dirigimos a la ventanilla de facturación de Air France y  la mayoría de pasajeros que accedían a coger su billete eran asiáticos (os recuerdo que este era nuestro primer viaje a Asia). El tema era que en vez de que la azafata te diera tu billete, tenías que hacerlo tú mismo en unas pantallas táctiles (ahora ya se encuentran en muchos de los aeropuertos pero en el 2016 no era muy común) y le ponías todos los datos del vuelo, pasaporte… y ya te lo daban. Nosotros no tuvimos ningún problema, sin embargo, a nuestro lado había una familia de chinos que no sabían inglés ni ningún otro idioma que no fuera el suyo y no se enteraban de lo que tenían que hacer. Me dio tanta pena que me ofrecí voluntaria a ayudarles, o mejor dicho, a hacérselo yo. Pero claro, como tienen esos nombres, para mí impronunciables, no me enteraba muy bien cuál era el nombre de la mujer, del niño, del marido…  ¡Fue un show! ¡Pero finalmente lo conseguí!

Una vez tenías los billetes listos, tenías que pasar al lado de una azafata que controlaba el equipaje de mano que llevabas. Nosotros, como siempre, ya estábamos cagados porque siempre llevamos una mochila de 60L y hasta el momento ¡Siempre nos las dejaron subir al avión! Y claro, estábamos viendo que a gente delante nuestra, que llevaba mochilas más pequeñas les decía que la tenían que facturar, sin embargo, quizá porque éramos españoles, no nos dijo nada e hizo la vista gorda… Estoy segura que si fuéramos extranjeros nos la hubieran hecho facturar ¡fijo!

Una vez hicimos la facturación del equipaje, pasamos el control de aduanas y ya estábamos dentro de la terminal listos para salir. Decidimos ir a comer algo antes de embarcar. Como tampoco teníamos mucho tiempo, decidimos ir al McDonalds que era el local que más rápido servía la comida. .

Allí nos pasó algo muy gracioso… Como el local estaba bastante lleno,  yo le dije a Isaac que mientras él iba a buscar la comida, yo me iría a buscar una mesa y que me haría cargo de guardar las mochilas. La idea era que cuando él tuviera la comida, me buscara por el local y se sentara conmigo para poder comer. Buscando y buscando, encontré una mesita libre justo al lado del mostrador, es decir, justo al lado de Isaac, solo que lo veía tan concentrado que no le dije nada. Pues bien, cuando él tuvo la comida en sus manos, en vez de empezar a buscar donde estaba e ir alejándose, lo que hizo fue alejarse y empezar a buscar… Yo lo veía como hacía el intento de encotrarme pero ¡en el lado opuesto del local! Además, como yo tenía a mi cargo las mochilas, ¡tampoco las podía dejar para ir a buscarle y avisarle! Pero lo mejor es que lo veo que cuando se cansó de dar vueltas con la bandeja, veo que se sienta en una mesa libre y que ¡se pone a comer! Jajajaj ¡Isaac y la comida no perdonan! ¡Estaba flipando! Entonces dije, Belén piensa… y me di cuenta de que Isaac llevaba su teléfono encima, por lo que le llamé para indicarle dónde estaba y finalmente, los dos juntos, pudimos cenar algo antes de salir rumbo a París.

Una vez subidos en el avión, tuvimos la mala suerte de que nos pusieron en asientos separados, pero bueno, era un tramito corto por lo que no fue mucho trauma. Isaac aprovechó el tiempo para echar una cabezadita y yo me puse a leer para intentar controlar las ansias de llegar a Tokio. También aproveché para memorizarme el plano del aeropuerto Charles de Gaulle, ya que solamente tendríamos una hora para poder pillar nuestro siguiente vuelo.

Y en un visto y no visto ya estábamos aterrizando en París y una vez pisamos tierra, Isaac y yo nos pusimos ¡¡¡¡¡A CORRER!!!!! Al ir tan justos de tiempo, íbamos algo nerviosos y nos encontramos con ¡otro control de equipaje y de pasaporte! ¡Qué estrés! Pero lo conseguimos, tenemos experiencia en correr con la mochila por los aeropuertos.

Una vez hecho todo esto tuvimos que ponernos a buscar nuestra puerta de embarque  en una terminal enorme y preciosa a la vez (la percepción que tuve mientras iba corriendo). Lo que más nos sorprendió fue que en las pantallas de las puertas de embarque, los destinos estaban en su idioma local, es decir, en nuestro caso, la puerta de embarque con destino Tokio tenía la pantalla con símbolos japoneses. Nosotros como no vimos en ningún lado escrito «Tokio» y como en Barcelona ya nos habían dicho la puerta de embarque, pues pasamos de los símbolos y fuimos a la puerta que nos habían dicho, que justamente estaba al final de la terminal. Después de haber hecho una buena carrerita para llegar, vemos que no hay nadie embarcando y que la pantalla ¡estaba apagada! ¡Y ya era la hora de salir! Con el subidón en el cuerpo preguntamos a unas azafatas que por allí había y nos dijeron que nuestra puerta estaba al ¡otro lado de la terminal! Y como era de esperar, era una de esas puertas con simbolitos… Ale, venga a correr para el otro lado. Aunque nos  habíamos duchado antes de salir ya estábamos todos sudados…

Cuando llegamos a nuestra puerta, sudando por cierto, ya estaban todos embarcando. Había gente occidental embarcando pero la mayoría eran japoneses. En ese momento, me llamó mucho la atención que la gente asiática estaba en silencio, con calma, mientras que los occidentales estábamos más nerviosos y habladores. Tenían un saber estar que los diferenciaba del resto.

Cuando subimos al avión confirmamos la buena situación de nuestros asientos y nos familiarizamos con nuestros compañeros de asiento, una pareja de pensionistas franceses que imaginamos que se irían a disfrutar de su retiro a Japón como nosotros. Este avión nos gustó más que el avión de Iberia que nos había tocado para ir a EEUU que no tenía nada para entretenerse… En este avión, como viene siendo lo habitual en este tipo de viajes, teníamos pantallas individuales para que pudiéramos jugar, ver películas… ¡Menos mal!

El viaje se nos pasó rápido y es que entre ver películas (yo vi “La Costurera”, una película basada en la historia de una costurera australiana que había estudiado en París y que quería llevar la modernidad al interior de Australia. Siempre llevo a Australia en mi corazón), comer, y jugar al Mahjong (mi juego favorito) se pasó volando. La ruta que hicimos para ir a Japón fue: sobrevolar la zona de los países nórdicos, Rusia y Corea del sur para finalmente atravesar el mar de Japón y llegar al aeropuerto de Tokio (Narita).

Sin darnos cuenta aterrizábamos en Japón a las seis de la tarde, que allí ya era de noche. Cuando salimos del finger ya alucinamos con la limpieza del aeropuerto, todo estaba impoluto, en silencio, en orden… No se parecía para nada a los aeropuertos que conocemos en Europa. Además de eso, en cada pasarela automática había una persona parada, como una estatua, imagino que para ayudar a los turistas que lo necesitaran. La verdad es que era otro mundo. ¡Desde el momento en que pisas suelo japonés, todo es completamente diferente!

Siguiendo las indicaciones, que estaban en japonés y en inglés, llegamos a la zona de aduanas. Nada más llegar y sin autorización previa por nuestra parte,  nos miraron la temperatura corporal de forma individual. Fue algo que también me impresionó y que nunca había visto, no fuera que los turistas trajéramos algún tipo de enfermedad a la isla… Pero lo entendí perfectamente ya que cuando vives en una isla tienes que ser muy cuidadoso con la gente que dejas entrar…

Para el control de pasaporte tuvimos que esperar una larga cola bajo la atenta mirada de un policía de tamaño japonés (es decir, de metro y medio) subido a un taburete. Era tan bajito que no podía vernos bien y por eso le habían buscado un método adecuado para poder divisar a todos los turistas, jejejejeje. La verdad es que me hizo mucha gracia, pero intentaba contenerme, ellos no estaban acostumbrados a nuestras “pequeñas faltas de respeto” y no era plan hacerlos sentir incómodos. Una vez pasado ese control, nos volvieron a mirar las mochilas, y es que las mochilas son sinónimo de gente sospechosa…. (Es lo que me estoy dando cuenta después de tanto viaje que hemos hecho con ellas, en todos los aeropuertos les da mala espina…).

Una vez cogimos las maletas, ya estábamos listos. Lo primero que hicimos al salir fue ir a buscar el mostrador del autobús que nos llevaría al centro de Tokio, concretamente al barrio de Shinjuku, donde teníamos el hotel.

Todo estaba súper bien organizado. Nos atendieron muy bien, aunque con un acento en inglés algo difícil de comprender. Lo que me llamó la atención fue la forma de pago; el dinero para pagar lo teníamos que dejar en una bandejita, después ellos lo cogían, lo contaban, cogían nuestra vuelta, que la contaban delante nuestra y lo ponían de nuevo en la bandeja antes de dárnoslo. Un método de pago totalmente diferente al nuestro y es que aquí en España ¡casi que te tiran el dinero de vuelta!

Para coger el autobús, tuvimos que salir del aeropuerto y bajar al piso inferior. Allí un trabajador de la empresa de autobuses ya nos estaba esperando. He de decir que hablaba tan rápido y tan mal inglés, que nos costaba entenderlo, pero aun así conseguimos comunicarnos. Nos preguntó cuál sería nuestra parada ya que dependiendo de eso, vimos que ponía unos lacitos de colores en los equipajes. A la gente, en cambio, nos daban un papel que tenía que coincidir, a la hora de la recogida de equipaje con el color del lazo que tenían las maletas. ¡Todo estaba coordinado! ¡Hasta para eso eran detallistas!

Yo estaba flipada mirando para todos los lados y es que todo era súper diferente. El trayecto hasta el centro fue sorprendente y es que además de conducir por la izquierda, los coches eran súper curiosos. Las carreteras eran unas infraestructuras impresionantes, hechas con inteligencia calculada y acorde al modernismo que los caracteriza. Pero lo más curioso del viaje fue que 20 minutos del trayecto lo hicimos por un túnel subterráneo que recorría el centro de la ciudad. Creo que en mi vida he estado tanto tiempo por un túnel.

Cuando llegamos a Shinjuku, el shock fue máximo. Rascacielos, gente a mogollón moviéndose como hormiguitas, luces por todos lados, ruido de coches, música estridente, letreros en japonés… Nosotros nos quedamos mirándonos pensando: ¿¿¿Y ahora qué???? Jajaja, nuestra cara de miedo y de sentirnos perdidos era una poema. Ese momento fue en plan ¿Qué hacemos? ¿Hacia dónde tiramos? Como no sabíamos por dónde ir, decidimos preguntarle a una chica joven las indicaciones para llegar a nuestro hotel. Menos mal que nos indicó bien la dirección de nuestro hotel pero he de deciros que entre llevar el equipaje, la gente esquivándote, el chirimiri que caía, el largo viaje… era una situación algo agobiante.

Después de llevar unos diez minutos caminando, nos encontramos ante una intersección que nos hizo dudar sobre el camino que debíamos de seguir. De nuevo volvimos a preguntar a otra chica, pero esta, apenas sabía inglés y nos entendíamos por señas. Isaac se entendió con ella como pudo y seguimos caminando entre los mega edificios, la gente, las luces, la noche… Yo ya estaba algo cansada, sudaba y lamentaba el no haber cogido un taxi. Pero lo más extraño de todo era que no había ningún otro occidental caminando por la calle ¡qué raro!

Después de veinte minutos de paseíto con las maletas y alejándonos de la multitud, las calles empezaban a ser algo más tranquilas y por fin, al fondo, divisamos el rascacielos de nuestro hotel. Ya veía la luz al final del túnel. Después de 24 horas viajando, ya tenía ganas de ducharme, estar tranquila y sobre todo, dormir. Recuerdo aquel trayecto a pie como uno de los más agotadores. Quizás había sido el cansancio acumulado del viaje, que los nervios que te suelen dar una energía que no veas empezaban a aflojar… No lo tengo claro, pero fue muy cansado. Por lo que la llegada al hotel fue como sentir un gran alivio. ¡Yo estaba sudando a chorros! He de decir que el clima que nos habíamos encontrado al llegar no era para nada el que esperábamos ya que hacía bochorno, calor y humedad…

El hotel era tal como lo vimos por internet, moderno y muy bonito a la vez. El recepcionista muy amable, nos hizo de nuevo el ritual del dinero y las bandejitas, al que añadió otro ritual más, el de los papelitos para el desayuno. Sí, así como os lo cuento. Para diferenciar la gente que tenía pagado el desayuno de los que no, te daban dos papelitos por día contratado, con fecha incluida, para que cada día le fueras dando uno a la persona que te recibía. Pero eso ya nos lo íbamos a encontrar a la mañana siguiente.

Al llegar a la habitación vimos que no tenía el tamaño europeo, algo que no nos sorprendió demasiado porque ya sabíamos que el alojamiento en Japón era pequeño y nuestra habitación cumplía ese patrón: era pequeña, el baño era muy pequeño también y estaba hecho de materiales plásticos, como si el de un avión se tratara. Lo más curioso de la habitación era que, además de toallas, en los hoteles de Japón, te dejaban una especie de camisón para que no tuvieras que utilizar tu propio pijama. Así que esa noche después de ducharnos nos los pusimos. ¡Había que hacerse a las costumbres del país!

Otra costumbre que quisimos probar antes de acabar el día fue el del wáter con chorro de agua caliente ¡Jajaja! Lo habíamos visto en la televisión y teníamos mucha curiosidad por probarlo. El wáter tenía varios botones: uno era para el chorro de ‘atrás’, otro era para el chorro de las mujeres, otro botón para la temperatura de la taza y otro para poner música y sentirte más cómodo en los momentos más íntimos ¡Jajaja! Sin dudarlo, Isaac y yo lo probamos y coincidimos en lo mismo; que al principio la sensación era extraña, pero después del primer contacto se va haciendo ‘cada vez más agradable’. Aunque hay que decir que utilizar el chorrito no te quitaba que tuvieras que utilizar el papel para secarte, o al menos a nosotros.

Y de esta manera nos fuimos a dormir, sin cenar ni nada. Con un cansancio que no veas, pero con muchas ganas de empezar esta aventura.

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