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HIROSHIMA – HIMEJI

Cuando nos levantamos nos sorprendió mucho que el día estaba gris, llovía bastante y desde la ventana, la ciudad parecía triste, no tenía nada que ver con el Hirhoshima que habíamos conocido, una ciudad en la que había estado brillando el sol y haciendo un calor muy agradable. A veces tengo sensaciones extrañas que me hacen sentir cosas raras y este día sentía algo así, ya que nos parecía que Hiroshima se despedía de una forma triste de nosotros. La verdad es que en esta ciudad habíamos vivido momentos complicados, que nunca en otro viaje habíamos vivido, por lo que la conexión con Hiroshima siempre va a ser especial.

Por otro lado, además de melancolía me sentía algo angustiada por el tema de la lluvia, ya que era otro inconveniente más en nuestro traslado a  Himeji, nuestra siguiente parada, y lo mejor de todo, ¡no teníamos paraguas! Yo veía que, aunque Isaac había mejorado bastante desde hacía un par de días, no era suficiente la mejora como para cargar con su equipaje, por lo que tenía que llevar yo la mayor parte de las maletas. Echando cálculos rápidos me di cuenta que tenía que tirar de dos maletas de 20kg y mi mochila de 60 litros que tenía a tope de cosas… ¡casi nada para 1.60 m que mido! Además de las dificultades que te encuentras por la calle: escaleras que te obligan a subir la maleta a peso muerto a otra altura, aceras sin rampa que también te obligan a levantarlas… Solo de pensarlo ya empezaba a sudar (que fue lo que literalmente me pasó…). Pero la realidad era esa  y no podía agobiarme, teníamos que dar gracias de poder estar allí y si ese era el precio que tenía que pagar, tenía que hacerlo por nosotros y por continuar nuestro viaje hasta el final.

Y cuando digo que creo en cosas raras que suceden sin que te lo esperes, es porque nos han pasado. Gracias a Dios cuando hicimos el check-out en nuestro hotel habían colocado un puesto de paraguas para la gente que lo necesitara y por un precio muy razonable que pudieran protegerse de la lluvia. Obviamente no nos lo pensamos y nos compramos uno porque Isaac sí que podía llevar el paraguas para abrigarnos…

Como ya os dije en los capítulos anteriores, el trayecto a la estación era corto pero cuando me encontré con todo el equipaje arrastrándolo por las aceras mojadas me pareció la distancia más larga recorrida… Y como digo yo, a veces nos quejamos de vicio porque esa iba a ser la distancia más corta del día que iba a recorrer con el equipaje. Aunque me vestí fresquita siendo consciente del esfuerzo que iba a hacer durante el día, no me sirvió de nada. A los 10 minutos de estar en la calle con todo el petate ya estaba chorreando de sudor, con la ropa pegada y con gotas cayéndome por la espalda… Y os puedo decir que no hay sensación que más odie, sobre todo cuando no voy vestida con ropa deportiva… Pero así fue ese momento de autocontrol.

Isaac por su parte sufría viéndome así y  me decía insistentemente que quería llevar su maleta, que podía hacerlo… Pero yo no quise, ya que solamente tenía en la cabeza que teníamos que aguantar hasta el final del viaje como fuera…. Así que  se dedicó a abrigarme con el paraguas y a secarme el sudor… ¡Vaya par!

Cuando llegamos al andén, fue otro golpe moral…¡Estaba lleno de gente de nuevo! y lo peor fue cuando llegó el tren a la vía… Todo el mundo empezó a correr como si fuera el primer día de las rebajas y en ese momento nos dimos cuenta de que no había opción ninguna de encontrar un asiento para nosotros. Lo que hice fue ir directamente al espacio que hay entre los vagones y acomodar todo nuestro equipaje junto y decirle a Isaac que se buscara un asiento para él, ya que yendo solo y libre de cargas le resultaría más sencillo encontrar un lugar para descansar durante el viaje (2 horas aproximadamente).

Yo literalmente me resigné y me mentalicé en estar lo más tranquila posible guardando nuestras cosas. Además, como no era la única persona a la que le pasaba, pues no quedaba otra… Fue entonces, mientras estaba pensando en mis cosas cuando un hombre empezó a hablar conmigo. Él había hecho lo mismo que yo, estaba custodiando sus maletas (que también iban cargaditos) y su mujer se había ido a sentar. La verdad que me gustó entablar conversación con él porque así pude estar las dos horas de viaje entretenida. Hablando y hablando en inglés, tuvimos una conversación bastante extensa y curiosa. Me contó que eran de Canadá, padres de unos hijos adolescentes y que también era su primera vez en Asia y los dos llegamos a la conclusión de que para conocer Asia habíamos empezado por el lugar equivocado, ya que Japón es uno de los países más evolucionados, así como cómodo y seguro… Vamos, que lo que visitáramos después de este viaje en Asia seguro que iba a ser diferente… (y os puedo decir que así fue). En nuestra conversación tocamos muchos temas variopintos; desde a qué nos dedicábamos pasando por el intento de independencia de Cataluña… Fue algo surrealista estar hablando en inglés con un canadiense de esos temas pero ¡así es la vida!

Estuve tan entretenida que Isaac a lo lejos me escuchaba hablar de una manera tan fluida y entretenida ¡que se pensaba que hablaba con un español! Y gracias a este hombre, sin darme cuenta, ya habíamos llegado a Himeji.

Cuando llegamos a la estación ya empecé a sudar de nuevo… Aunque habíamos cogido el tren a 5 minutos de la estación estaba muy cansada y la distancia que separaba el hotel de la estación me parecía eterna…  La gente me miraba, porque la verdad que parecía una loca cargando todo ese equipaje mientras Isaac iba a mi lado ligerito del todo… De hecho algunas mujeres miraban fatal a Isaac, como desaprovando lo que estaban viendo, pero nunca se puede juzgar sin saber, ya que la situación real puede ser totalmente distinta a lo que parezca…

Al llegar al hotel, tenía la ropa empapada, literalmente estaba como si hubiera hecho una clase de spinning a tope de energía… Como todavía eran las 12 no pudimos hacer el check-in ni tampoco pude acceder a la habitación para pegarme una ducha, por lo que tuvimos que dejar las maletas en unas taquillas e irnos a visitar el Castillo de Himeji, que para eso estábamos allí, única y exclusivamente. De camino al Castillo decidimos sentarnos en un parque a descansar y aprovechar que llovía y hacía algo de brisa para refrescarme después de tanto sofoco. Tengo que decir que me sentó la mar de bien esa parada porque pude recuperar mi temperatura corporal normal y asentarme un poco, lista para empezar a hacer turismo.

Nos encontrábamos en Himeji única y exclusivamente para visitar su castillo, considerado el castillo de la época feudal más  bello de Japón, además de ser tesoro nacional y Patrimonio de la Humanidad. Este castillo es conocido como El Castillo Blanco de la Garza, por su aspecto blanco y elegante. La verdad es que era espectacular por todo, por su belleza, por los jardines y bosques de cerezos que lo rodeaban y por toda la colección de objetos que conservaba. La diferencia del Castillo de Himeji con otros muchos castillos de Japón es que éste nunca fue destruido por ninguna guerra, terremoto o incendio por lo que permanece intacto desde su construcción, hace más de 400 años,  hasta el día de hoy (¡todo un mérito para encontrarse en Japón!)

Este castillo es enorme ya que está compuesto por más de 80 edificios repartidos y conectados por puertas y caminos sinuosos. Los visitamos entrando por la puerta Sannomaru, una puerta por la que, a través de un laberinto de caminos que te desorientan, te obligan a pasar antes de llegar al centro del castillo.  El propósito de este camino era el de reducir la velocidad de los enemigos y exponerlos al máximo para atacarlos mediante líneas de defensa estratégicamente situadas, no nos olvidemos que era una fortaleza… Cuando nos adentramos en estos caminos, pudimos sentir en nuestras propias carnes la sensación de sentirte desorientado, obligado a seguir el camino marcado sin posibilidad de retorno.

En la parte final del camino se encontraba la zona más importante del Castillo, el Torreón principal. Ésta era una estructura de 6 pisos de madera, en el que cada nivel se iba haciendo más pequeño a medida que ascendíamos. Cuando entramos nos encontramos con espacios vacíos, sin muebles ni nada y básicamente era porque cada una de las plantas tenía una función diferente. Por ejemplo, en la primera planta solían estar los guardianes y defensores de la fortaleza, en la segunda las armas… Y así hasta la última planta que era dónde vivía el emperador.

Como ya os comentamos en el Capitulo 9 el Castillo de Matsumoto nos había encantado porque era muy tradicional, pero es que este Castillo nos estaba dejando con la boca abierta. Este Castillo es muy señorial, con una delicadeza por los detalles y la belleza que te llamaba la atención…  Tal fue el encantamiento que sentimos por en este lugar que antes de irnos nos sentamos en un muro desde dónde podíamos observar el Torreón principal, de hecho, nos hicimos unas cuantas fotos desde dónde se ve claramente la magnitud de este gran edificio.

Era imposible estar allí y no acordarse de las personas que construyeron algo tan bello y que perdura en el tiempo para que nosotros podamos verlo. Considero que hicieron una gran obra  y que debemos agradecerles el sacrificio realizado porque gracias a ellos el mundo está lleno de lugares tan especiales como este.

Antes de salir del recinto y como hacemos siempre, fuimos a la tienda de souvenirs. De todo lo que había lo que más me gustó fue un incienso de flor de cerezo. A pesar de que ya nos habíamos comprado uno en Kyoto, quería comprarme otro de este lugar que tanta paz y serenidad me había traído, después del ajetreo con el que había empezado el día… Además, quería un souvenir que cuando estuviera en España, a miles de quilómetros de distancia, pudiera transportarme a este momento… Y realmente lo conseguí porque durante mucho tiempo, cuando pensaba en Japón, encendía este incienso y la casa olía a Himeji.

Cuando salimos del castillo, fuimos directamente al Ko-koen Garden. Con la entrada del castillo habíamos comprado una entrada en la que también podíamos visitar este jardín típico japonés, que como ya comenté en otros capítulos, me encantan. Este jardín no tiene una larga historia, ya que fue abierto en 1992, pero es bastante grande, de hecho el más grande que visitamos en nuestro viaje. Tiene 9 jardines separados entre sí, con la característica de que están diseñados siguiendo diferentes estilos de las diferentes épocas de la historia japonesa. El más impresionante para nosotros fue el jardín principal, porque tiene un estanque con una cascada que está rodeado de un bosque de bambú y además tiene una casa para realizar la ceremonia del té.

También hubo otro jardín con un estanque lleno de nenúfares gigantes que también nos llamó mucho la atención, porque me recordó a un cuadro de Monet (el cuadro que desde pequeña le tengo mucho cariño). En ese estanque nos encontramos con una mujer mayor que estaba abrigada, protegiéndose con su paraguas, a la vez que de cuclillas estaba dibujando en su cuaderno este fantástico paisaje. Fue muy sorprenderte verla, porque no era nada cómodo pintar de esa manera, con el chirimiri que caía… Pero la mujer no cedía ante las dificultades y pensé en ese momento que esa mujer era digna de admirar.

Como el jardín también era básicamente como un laberinto y de un jardín ibas a otro y a otro, recorrimos todo el parque dejándonos llevar, relajándonos y respirando esa tranquilidad que bañaba el lugar.

Cuando salimos decidimos ir a comer, porque ya era algo tarde para los japoneses (eran las 14:30) y muy posiblemente íbamos a tener dificultades por encontrar un sitio… Y fue tal cual, a pesar de encontrarnos en una zona turística, solamente encontramos un local abierto. La comida que allí ofrecían como plato estrella tenía pinta de ser casquería (tripas diría yo…) por lo que nosotros no nos arriesgamos a probarlo y fuimos a lo seguro: arroz con lomo y curry. La comida pues ya nos tenía algo aburridos, pero sin duda, lo mejor de ese momento eran las vistas al castillo que teníamos…

Después de comer nos vino algo de cansancio, no sé porqué, pero aprovechando que nuestro hotel estaba cerca decidimos ir al hotel a descansar un ratito. Además, ahora ya podíamos acceder a nuestra habitación y de paso acomodar un poco las maletas en la habitación ¡o eso era lo que pensábamos!

Cuando nos dieron la habitación nos dimos cuenta de que era pequeña (y eso que no era de las más pequeñas que tenía el hotel, ya que en el momento de hacer la reserva nos habíamos fijado bien en este detalle). Pero era tan pequeña que si querías entrar en el baño o salir de la habitación tenías que estar todo el rato desplazando las maletas de un lado para otro. Sin embargo, la habitación era todo una contradicción, ya que después tenía un baño que era del mismo tamaño que la habitación y ¡tenía bañera! En fin, cosas inexplicables…

Después de descansar un ratito, nos fuimos a dar un paseo de nuevo por la calle  Miyuki Street, una calle peatonal llena de comercios y cafeterías. Cuando planeamos la visita nos imaginamos que habría movimiento, ambiente… Pero sin embargo nos encontramos que no había casi gente ¡y turistas ninguno! De hecho la gente local nos miraba como si fuera extraño que los turistas visitaran esa zona… En ese momento nos dimos cuenta de que lo que hacía la gente era venir a Himeji en tren y solamente en excursiones de un día,  mientras que nosotros habíamos decidido pasar aquí la noche para no ir tan agobiados.

Después de estar en Miyuki Street terminamos en el centro comercial de la ciudad, pero era un centro comercial de marcas bastante caras. De hecho entramos en la tienda de Onitsuka Tiger (nos hacía ilusión comprarnos unas en Japón) y las deportivas no bajaban de 150 euros… La verdad que nos parecía muchísimo y ya nos estábamos dando cuenta de que nos íbamos a ir de Japón sin ellas…

Paseando por las plantas superiores del centro comercial, dedicadas a productos del hogar, jabones y demás nos ocurrió algo que dio el toque divertido al día… Los días anteriores, al estar en tantos hoteles, nos habíamos dado cuenta de que los japoneses se solían lavar la cara con un jabón tipo espuma que era muy bueno para las mañanas. Entonces a Isaac se le ocurrió que podíamos comprar uno para casa. Sin embargo, no teníamos claro si el jabón ya era espuma en sí o era el dispensador la clave para que un jabón líquido se convirtiera en espuma o si eran ambas cosas. Llamamos a una dependienta para pedirle ayuda y no entendía ni papa de inglés… Así que llamó a la compañera que “en teoría” sabía más de inglés e intentamos transmitirle el mensaje. Esto fue un show, porque la mujer no se enteraba de nada tampoco. Isaac acompañaba sus palabras con gestos, señas, onomatopeyas… Mientras que la dependienta ponía caras extrañas, a la vez que nos paseaba por la tienda. Yo observaba, riéndome por dentro hasta que al final no pude controlarme y me empecé a reír a carcajadas, de hecho hasta lloré de la risa. Tuve que apartarme de su lado e irme a otra sección para no ser maleducada, pero es que Isaac estuvo casi 10 minutos de reloj para comprar el jabón, o el dispensador o las dos cosas… Desgraciadamente, no llegamos a ninguna conclusión con aquella mujer, por lo que no pudimos comprar nada… ¡Pero al menos nos llevamos unas buenas risas del momento vivido!

Esa tarde la pasamos mirando tiendas y paseando, ya que tampoco había mucho más que hacer en esa ciudad. A última hora de la tarde, decidimos ir al supermercado para comprar algo de fruta para cenar  y llevárnosla al hotel.

Había sido un día extraño, que había empezado melancólico pero que había terminado super bien, riéndonos a carcajadas y relajados. Sin embargo, en mi cabeza, antes de acostarme tenía el plan del día siguiente: un traslado en tren hacia nuestro nuevo destino y  todo lo que eso conllevaba, cargar con todo el equipaje…

Y con esta idea me quedé dormida…

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